Caminantes. Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos. Edgardo Scott. Gatopardo ensayo
Caminar no es caminar. Es la primera frase de este ensayo lúcido, breve, errante. Como aquello de ‘esta pipa no es una pipa’ de René Magritte, el ensayo sobre los caminantes no es un ensayo sobre el caminar, sobre el peregrinar o sobre el vagabundeo, o sí lo es. Caminantes es un libro sobre el pensamiento. La clave del pensamiento es el movimiento: «el pensamiento es dinámico. No se queda quieto, deambula, va y viene, descansa o baja el ritmo, y enseguida retoma la marcha. Es inquieto».
Hijo de un mercader de libros, de un hombre que adoraba los relatos, Scott heredó la fascinación por los clásicos, por las revistas literarias. En su juventud fundó la tertulia literaria Alejandría, un grupo de amigos que compartía, cada dos semanas, la lectura de narrativas, entre escritores noveles y consagrados. Lo hicieron en un bar, que suele ser el oasis de los caminantes. El vagabundo venera los bares.
«A mí me gusta caminar. Uso la caminata también como una especie de desintoxicación», dice Edgardo Scott. Su libro Caminantes Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos es un artefacto complejo, lleno de voces e historias narradas con lenguaje poético. Primero los flâneurs, una criatura de las ciudades, un semidios de la marcha, un hombre que se entrega, «como un médium, como un títere, a que el espíritu de la ciudad lo arrastre por las calles».
En Caminantes se entrelazan las historias, se encadenan los personajes, se anudan los relevos de un escritor a otro. Es también un ensayo que ha crecido con el tiempo. Comenzó con los caminantes, y luego, en ediciones posteriores, se le unieron los walkmans, inventos de la técnica de la distribución musical, y otras especies de seres deambulantes. Está el presidente argentino Sarmiento que camina por París, los peregrinos que viajan a La Meca, o Herzog que camina desde Munich a Paris para visitar a una amiga enferma de cáncer. Está Jorge Luis Borges y le acompaña Silvina Ocampo caminando en Puente Alsina, olfateando con alegría las inmundicias del Riachuelo, o Elvira Orphée y Octavio Paz volviendo de Bois de Boulogne. O el propio Scott que camina por los Campos Elyseos de París, donde una fauna de turistas contempla los escaparates de las grandes marcas de lujo que nunca podrán comprar.
Salir, cortar, caminar
El caminante, el paseante, pasea por el solo placer de caminar, por la pasión de provocar un encuentro inesperado, sin un propósito definido. «Ningún lugar es mejor que otro -más interesante, más atractivo – para el verdadero paseante. El paseo es un lugar en sí mismo». Lo afirma el escritor que asegura que se entrega con frecuencia al arte de «salir, cortar un poco y caminar un rato, dar una vuelta, tomar aire. Yo también soy psicoanalista. Mi laburo en serio, diríamos, es el del psicoanálisis, más allá de la literatura, que puedo escribir en cualquier lado, soy más escritor de bares tal vez. Como psicoanalista estás ahí sentado una, dos, tres, cuatro, cinco, seis horas y en un momento querés salir. Y en París camino muchísimo, pero no por una cuestión poética sino absolutamente funcional. Las distancias ahí son más chicas, el metro es caro» Un paseo es siempre una marcha sensual. Como en Borges: «el paseo y la conversación son para Borges un acto erótico».
El caminante es también el hombre que se abandona, como en Robert Walser: «el paseante es el hombre que abandona la causa, su causa -por un rato, para siempre-, renuncia a la fricción y a los esmeros para olvidarse de si, para perderse en el mundo. Para entrar o volver a la existencia.» Para un paseo salvaje, inmoral, «cualquier paseo liberado de compras, especulaciones y cometidos». Ser salvaje, añade, «ha sido siempre y es también ahora la utopía de ser libre». Libro poético, literario, filosófico, deambulante, vagabundo, Caminantes recrea con sorpresa y emoción una forma de ser, una forma de leer, una forma de pensar, y una forma de estética y si me apuran de política, para descifrar sin drama y con distancia, el mundo que nos rodea. De Ignacio de Loyola a Rosa Chacel, de Borges a Machado o Baudelaire, este pequeño tomo es una colección de caminantes y peregrinos. Cada lector podrá añadir los suyos propios, o ensayar su propio modo de ser un flâneur.
Residente en París, ciudad que creo los flâneurs, Scott es un hombre de la literatura. Ha publicado la novela No basta que mires, no basta que creas (2008), el libro de cuentos Los refugios (2010), y las novelas El exceso (2012) y Luto (2017). Forma parte del Grupo Alejandría, es traductor, periodista, crítico cultural y editor de Clubcinco, lo que él denomina un «proyecto editorial, no una editorial en sí, porque eso sería faltarle el respeto a las editoriales de verdad; nosotros publicamos cuando podemos».