El mundo. Imanol Ulacia Aramendi. Editorial Hiperión. 47 Premi Vila de Martorell, 2022
El mundo de Imano Ulacia Aramendi ganó el 47 Premio Villa de Martorell. En la ficha de la contraportada, Hiperión nos dice que el autor es nacido en Zumaia en el año de 1974 y que es doctor en Piscología por la Universidad del País Vasco. Tiene publicados otros libros y frecuenta los premios. Bar Kabi mereció el Premio Ernestina de Champourcín, y Rocas de Itzurun el José Luis Hidalgo que entregan en Torrevieja. Desde el primer poema de este libro, sabemos que para Ulacia «vivimos dentro de un regalo. No importa para quién».
Imanol Ulacia nos recuerda en muchos de sus versos aquel Beato sillón que escribiera Jorge Guillén, «¡Beato sillón! La casa corrobora su presencia con la vaga intermitencia de su invocación en masa a la memoria. No pasa nada. Los ojos no ven, saben. El mundo está bien hecho. El instante lo exalta a marea, de tan alta, de tan alta, sin vaivén.»
Porque el mundo de Ulacia también está bien hecho. Tanto que se muestra ante el poeta con una verdad cruda, que el escritor tan solo tiene que anotar, como una revelación cotidiana. Así, en la última página el poeta se convierte en un «Plagiador. Fíjate en el mundo, con los ojos bien abiertos: todos mis poemas son suyos, el poeta no soy yo».
Una lírica mínima, ordenada con frecuencia en imágenes, que juega con el ritmo, con la pausa de la doble línea en blanco, con dejes de humor e ironía, celebra el mundo, la lluvia, el escaso paisaje que se ve desde el balcón de la cocina, el bar. No los bares, el bar. El Bar Kabi al que dedicó un libro. El bar para un vasco es el mundo de la fraternidad, el caos que se convierte en orden, el tempo griego donde se reúne «toda la tropa de espartanos dispuestos a morir en la contienda. Porque esto es el Bar Kabi -en Zumaia- mi Grecia clásica».
El poeta vive en una infancia continua, primero en los juguetes, los dibujos animados; luego en los versos: «aparece la poesía. Para que la infancia no se termine nunca». Canta a la madre, a los hermanos («dos hermanos de pura cepa»), al senegalés que arregla bicicletas, a los gatos. El asombro alimenta cada verso. Roza en ocasiones un tono cursi, pero se eleva en otras a las alturas del haikú: «Ideal. Vivir, con suavidad tal, que un copo de nieve cayendo sobre la hierba te pida perdón».
No existe el dolor en los versos de Imanol Ulacia. Tan solo nombrado en Hacia delante: «De cuántos como nosotros se habrá despedido la tarde para siempre…. Su belleza es el dolor mirando hacia delante.» No se nombran las sombras del mundo. La pederastia es el comentario irónico sobre una obra de arte; se alude a la pandemia para celebrar el regreso de los niños a los patios. El hombre es un director de orquesta que no necesita más música que la que le ofrece la naturaleza. «Sinfonía. Salgo al balcón igual que suben al atril un Von Karajan o un Bernstein. Esperando mi señal árboles, pájaros, nubes…. la perfecta sinfonía de la tarde. Abro los ojos abiertos. Mi corazón asiente».