Voces al amanecer y otros relatos. Clara Pastor. Editorial Acantilado.
Voces al amanecer es el relato que abre la puerta a esta colección de narraciones breves, cuentos en los que lo sutil, lo invisible, lo que no está dicho, lo que no está en la letra pero late en las líneas, es lo principal. Los otros tres relatos se titulan La bicicleta, El invitado, y La noche de las tórtolas. En ese sentido, las piezas que componen Voces al amanecer comparten la misma técnica, forman parte del mismo tapiz, tienen idéntico tejido: una tela densa, detallada, tupida, profundamente literaria, que se afana en revelar una trama de emociones, de expectativas, de frustraciones que yacen en «lo no dicho». La literatura de Clara Pastor se encamina así a un conocimiento complejo y rico del alma humana, de las relaciones entre las personas.
En Voces al amanecer el narrador es la hija, que comparte su tiempo de ocio con los padres, en una casa de la costa, en una isla. Ellos «hablan de geografía, de la de la isla y de otros lugares que han visitado. Podrían evocar su viaje a Elba, pero no lo hacen. Viven un momento de raro optimismo respecto al futuro, y yo soy la burbuja luminosa que flota hacia él»
De esa burbuja hablan los padres en la cama, a la hora del amanecer, y la hija escucha y no quiere oír: «cuando no quiero oír qué dicen y al mismo tiempo aguzo el oído para tratar de recomponer el mensaje que hay tras ellas». Las conversaciones de los padres encierran, dice la voz narradora, las cosas que los hijos no comprenden. El relato está compuesto con detalles, anécdotas sin aparente trascendencia, y silencios: «me quedo callada, atrapada en el miedo de que la verdad nos destruya».
Antes de abordar el segundo de los relatos, conviene recordar que Clara Pastor es la fundadora de Elba Editorial, una marca dedicada sobre todo al mundo del arte, a los artistas, a los grandes historiadores del arte, y a ensayos en los que la estética tiene un papel fundamental. Uno de los autores publicados por Elba es Attilio Brilli, autor de Cuando viajar era un arte, publicado en España por Elba y de El viaje a Italia es convocado a esta ficción en la que ejerce como viejo profesor solitario que encuentra en una joven vecina la encarnación de una pintura clásica de la Magdalena.
Brilli se asoma al mundo exterior a través de la ventana de su estudio. Y así sabe de Anna Longhi, vecina del otro lado de la calle, que sale en bicicleta, a la que pide café, a la que orienta su gusto por la pintura, a la que aconseja qué arte debe ver en su viaje a Nápoles. La mujer despierta un rescoldo de juventud en Briili: «en esta anticipación del arribo se vio a él, joven, anhelante de tierras prometidas, y por un instante la viveza de ese estado fue tal que, al quedarse a solas, dudó si había llegado a pronunciar el ofrecimiento al que lo impulsaba: «Yo mismo la acompañaría encantado». Un relato sobre los anhelos marchitos, sobre la vida y el arte, sobre el misterio.
En ese mismo tono discurre El invitado. Dos amigos adultos comparten cenas en casa de ella. Se ven de forma regular. Ejecutan un rito de conversaciones sobre sus vidas. Hablan de amigos que el otro no conoce sino por los relatos que se van reiterando en la mesa, mientras cenan: «ver que ella era capaz de enumerar hasta los detalles más nimios de esas personas a las que no había visto nunca pero que eran como viejos conocidos establecía una complicidad entre ellos». Un relato de soledades, de cosas que nunca llegan. Cierra el ciclo La noche de las tórtolas, un relato en el que tres amigos, Alejo y Beatriz con sus dos hijas y Gabriel, comparten días en un ambiente en el que pesa con fuerza el frondoso pálpito de la naturaleza con sus árboles y sus pájaros, mientras emergen en sus sentimientos los restos de las pérdidas que ya contemplan desde su edad avanzada, la visión de los lugares a los que ya nunca podrán regresar.