Debo a Pablo, miembro de la Plataforma de personas afectadas por la abolición de la prostitución, promovida por el Psoe y aplaudida y secundada por el PP, el descubrimiento de la traducción de Julia de Castro de La retorica delle puttane ( La retórica de las putas) de Ferrante Pallavicino, eidtado por La Fábrica. El tomo se completa con unas reflexiones a modo de Peroración, de la propia Julia de Castro. En ese capítulo final enumera una serie de lecciones aprendidas en las conversaciones con dos prostitutas, una italiana (Susanna) y otra española (Valerie), a las que contrató por horas, no solo para que le abrieran su mundo sino para posaran para las fotografías de Juan Baraja.
A Julia de Castro le sonó como un aldabonazo la confesión de su profesora de Literatura italiana: «si algún día me reencarno quiero ser una prostituta veneciana del siglo XVII». Cuando Julia quiso saber más sobre el origen de aquel deseo, su profesora le sugirió que leyera La retorica delle puttane, de Pallavicino. El italiano copió la estructura que el jesuita Cipriano Suárez utilizó para su De Arte Rethorica, publicado en 1560 y que fue lectura obligada en las escuelas italianas del siglo XVII. Pallavicino copió el equema de lecciones y lo aplicó al inicio de las jóvenes en el oficio de la prostitución, con los mismos preceptos utilizados antes por Aristóteles, Cicerón y Quintiliano.
Así que La retórica de las putas es una enorme burla de la enseñanza católica, y un golpe a la mandíbula de los jesuitas. Pallavicino se enfrentó a la Iglesia Católica, se mofó de Suárez, que había fallecido en 1593, 22 años antes de que naciera Pallavicino. La chanza contra los jesuitas se percibe con nitidez en algunos pasajes del libro, en especial en este del final, cuando la alumna promete a la maestra profesar los votos del oficio de puta: «además de los tres votos ordinarios de lujuria, avaricia y un eterno fingimiento, de acuerdo con los padres jesuitas, añadió un cuarto: el de no creer jamás en el afecto de ningún hombre ni dar crédito a sus promesas».
A Pallavicino, enfrentado a los Barberini, familia poderosa del Papa Urbano VIII, la publicación de La retórica de las putas, le costó un juicio y la condena a muerte. Fue decapitado antes de cumplir los cuarenta años. Su libro, disfrazado de catálogo de malas artes de las putas de la época para prevenir a los incautos, es un fresco complejo y completo de las estrategias de seducción de las putas: «no te escandalices, lector, ya que mi finalidad no es tanto enseñar a las mujeres el verdadero modo de ser buenas putas, sino sobre todo enseñarte a ti la necesidad de rehuirlas cuando con engañosa trama combinan solo para tu mal lazos y redes de insidias y de engaños; no aprenden otra cosa que no sean caprichos».
De la lectura se desprende que Pallavicino conocía con detalle e intimidad el oficio y las artes putanescas, como buena parte de los clérigos y papas de la época. Y de la lectura de La retórica de las putas se desprende también la explicación del deseo de la profesora de Julia de Castro de reencarnarse en una de las mujeres venecianas que sirvieron como base para este libro de Pallavicino: el poder de las mujeres. nada que ver con la descripción que el abolicionismo hace del oficio de las prostitutas. Pallavicino despliega en sus quince lecciones las reglas básicas de una retórica persuasiva, destinada a conseguir que los hombres «se sometan al yugo voluntariamente».
Un oficio de mujeres
Julia de Castro se enfrentó a la traducción de La retórica de las putas durante su estancia en la Academia Española en Roma. El descubrimiento de Pallavicino le llevó al mundo actual de la prostitución. Contrató a Susanna y a Valerie, que no es otra que Valerie May, la autora de Puta y libre. De Castro se quería enfrentar al «riesgo que implica abordar un tema insólito en el pensamiento feminista. El placer es una amenaza para nosotras y me gustaría saber por qué».
Y en el abordaje de la cuestión, resumido en otras quince lecciones, como una réplica a Pallavicino, De Castro comienza fuerte: «las putas son exhibicionistas, narcisistas, ingeniosas, libidinosas, humanas, empáticas y amables. Distantes cuando la situación lo requiere. Intuitivas, saben leer los códigos de comportamiento de un modo asombroso. Generosas, la generosidad es la base del éxito de su trabajo. Valientes, que no temerarias, porque ejercen siendo conscientes del peligro. Poseen una mentalidad abierta, capaz de entender las fantasías más íntimas. Sentirse deseadas les complace enormemente. En mi opinión, lo que mejor define a una prostituta es su capacidad de disfrutar, su fortaleza para convivir con el estigma social y su autoestima, saben gestionar muy bien el rechazo». Uno imagina con facilidad el chirriante gesto de amargo rechazo del puritanismo al leer este párrafo.
Las lecciones de De Castro son breves, tratan de la iniciación, de la higiene, de la publicidad, del perfil del cliente, de la condición física, de la familia, de la religión, de la moralidad. Ay, la moralidad: » si dar placer fuera una posibilidad de negocio para el género masculino, si pudieran obtener capital con ello, la prostitución sería un trab ajo que nadie cuestionaría». Una de las grandes revelaciones que anota en su experiencia con Susanna y Valerie, es «la certeza de que el oficio de la prostitución es únicamente femenino».
Aborda también los temas legales, la idea central de que la prohibición condena a las mujeres a una clandestinidad que aumenta el estigma, abona el odio, y las lanza a un mundo violento. Y las trampas del abolicionismo, que pretende siempre confundir la trata con la prostitución. Y cita a Chus Álvarez, miembro de la Alianza Global contra la Trata de Mujeres: «mucho del dinero que debería emplearse en luchar contra la trata y en atender a las mujeres que han sido explotadas se gasta en hacer campañas de sensibilización contra la prostitución”.
El abolicionismo nunca ha respetado a las prostitutas, siempre las ha tratado con desprecio y un lenguaje violento y soez. Basta asomarse a la red para comprobarlo. Otra de las certezas que se desprenden del libro de De Castro es que el odio a la prostitución y su rechazo visceral es inversamente proporcional al conocimiento de las mujeres que ejercen el oficio. A menos conocimiento más rechazo.