Se oye mucho a esa gente que habla y habla, sin decir nada. Por ejemplo el eslogan «Estamos en el horizonte del cambio» es un magnífico título para el patadón a seguir, el zapatazo adelante y todos detrás del balón como en el colegio.
Porque el horizonte tiene la cosa chunga de que cuando crees que has llegado, resulta que hay algo más allá, que el horizonte se ha movido; y si siempre buscas alcanzar el horizonte, lo más que te puede suceder es que acabes llegando al mismo punto de partida, sólo que mucho más cansado.
«El horizonte del cambio» es ese bolero que expresa magníficamente lo que significa un horizonte de cambio:’El mar y el cielo parece que se unen en la distancia, pero es mejor que recuerdes que el cielo siempre es cielo, que nunca nunca el mar lo alcanzará. Permíteme igualarme con el cielo, que a tí te corresponde ser el mar’.
Un horizonte de cambio es más o menos como ilusionar a alguien con algo vacío para hacer que crea que llegará a los horizontes más altos de prosperidad y autoestima. Pero es una engañifa que acaba mal, porque el horizonte siempre se desplazaba más y más allá, aunque pareciera que se unían el mar y el cielo en la distancia. A boleros no nos gana nadie.