‘Como pájaros atolondrados’, de Iordanidu: de Constantinopla a Atenas, entre dos guerras

Como pájaros atolondrados. María Iordanidu. Traducción de Selma Ancira. Acantilado

Entre la ficción y el soliloquio, ‘Cómo pájaros atolondrados’ es biografía y es ficción, es el relato de una vida, y a la vez una recreación novelesca, un cuento en el que la autora entra y sale como por su casa, para contar pero también para mirarse, de vez en cuando, en los personajes que circulan, aparecen y luego se pierden, en esta novela que tiene el mismo tono alocado y azaroso de la vida de Ana. Atraviesa una época convulsa, el mundo del Mediterráneo del este entre dos guerras y una revolución.

«Como pájaros atolondrados han dejado a la gente los malditos. Como pájaros atolondrados». Desde la primera frase, doña Klio retrata el espíritu de una época, el desconcierto que siguió al primera guerra mundial. Los malditos, para doña Klío, eral el káiser y su cuñada, la de ella. Por su culpa, su hija Ana había viajado a Rusia. Le sorprendió la guerra y la revolución. Y por las dos pasó una temporada en Stavropol. Un tiempo en el que tuvo que buscarse la vida. Y lo consiguió. Ana ha conseguido regresar a Constantinopla. La ciudad está llena de refugiados, la mayoría rusos. ¿Qué va a hacer? ¿De qué van a comer= ¿Y dónde va a encontrar trabajo?

Ana es el pájaro atolondrado por la guerra. Klío y su hermana Agathó son la conciencia de otro tiempo, cuando las familias no se desperdigaban por el mundo, cuando las guerras se hacían no en las ciudades sino en las cañadas o en las montañas. La capacidad de Iordanidu para establecer en las dos primeras páginas el tema de su relato es prodigiosa: el mundo de ayer, representado durante todo el relato por Klío, y el mundo de hoy, que encarna Ana, su búsqueda de trabajo, su deambular, sus afectos, su matrimonio con un comunista, y ese errar permanente en busca de un lugar en el mundo.

Primero en Alejandría, donde encuentra trabajo en una empresa internacional dedicada al petróleo. Con Ana entramos en esa ciudad tan familiar para los que han leído a Durrell. La Alejandría de Ana es también cosmopolita, pero tiene de fondo siempre el infierno de los barrios árabes, de donde llegan noticias de tragedias extremas de una sórdida crueldad. Narra anécdotas de una jovial hilaridad: la suerte vivista la casa en la que se ríe, dice el proverbio chino que anota la autora. Alejandría será también, para Ana, el encuentro con los libros, la cultura, las células comunistas.

Y desde allí, de nuevo, el regreso a Atenas, a una vida diferente, más pobre, de una mujer a la que todos toman por extranjera, con la ventaja de «a los extranjeros se les perdonan todas las excentricidades». Iordanidu es una escritora de una sensibilidad muy aguda, siempre esperanzada, aunque el entorno se hunda, aunque la finalidad de la vida parezca el eterno retorno de lo trágico: «esa vida que construía con el perseverante esfuerzo de un insecto, resulto tan inútil como el esfuerzo del pájaro que construye el nuevo nido con las plumas de su pecho y su saliva, empolla en él sus tres huevitos puntos, y de pronto lo encuentra destruido».

La vida entre dos guerras. «Como pájaros atolondrados» es una novela de una viveza brillante, con personajes que resuenan mucho tiempo después de haberla leído, y que nos cuenta el mundo universal de los seres errantes, atolondrados por los hechos que suceden en el mundo, por el continuo sucederse de las tragedias, y que tienen que vivir improvisando, buscando una salida, entre lágrimas y risas, para regresar siempre al punto inicial. La traducción de Selma Ancira es magistral. Vuelve a demostrar que el traductor debe conocer sobre todo la lengua a la que traduce, porque en el hecho de traducir, se convierte en autora.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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