Carrero. 50 años de un magnicidio maldito. Manuel Cerdán. 606 páginas. Plaza & Janés
Se van a cumplir los primeros cincuenta años desde el asesinato del primer presidente del Gobierno del tardofranquismo y Manuel Cerdán, que lleva media vida investigando sobre aquel magnicidio, ha reunido en esta obra colosal, minuciosa y de relato intenso, todo el conocimiento disponible sobre aquel asesinato. Añade al resultado de investigaciones anteriores, algunos papeles desclasificados en el Departamento de Estado de los Estados Unidos, a petición del autor. Estamos ante una obra ambiciosa que abarca toda la complejidad de un crimen en el que todavía quedan muchas preguntas por responder. La relevancia del asesinato de Carrero Blanco es máxima para la historia de España. De la lectura de esta obra se desprende que la caída de Carrero despejó algunos caminos, aceleró otros y contribuyó a que se desataran fuerzas que hasta ese momento estaban contenidas. El asesinato de Carrero es además, por el escaso interés que los poderes del Estado tuvieron en investigarlo, uno de los pecados originales de la Transición.
El primero de esos pecados, el terrorismo como respuesta del Estado contra ETA. Cerdán recuerda, por si hiciera falta, que nunca se ha apuntado a teorías de la conspiración para explciar ninguno de los sucesos del último medio siglo de los que se ha ocupado. Documenta con detalle, elude rellenar los huecos vacíos con la imaginación, y se remite en todo momento a las entrevistas que ha mantenido en estas décadas con algunos de los implicados en los hechos, o a los testimonios que han ido dejando en otras converscaiones y libros.
Del relato, armado con una extraordinaria fuerza narrativa, emergen muchas perplejidades. Carrero era el hombre que estorbaba a todo el mundo, el más fiel escudero de un franquismo agotado en el que lo urgente era prepararse para la sucesión. Los del búnker dispuestos a resistir y aplicar mano dura; Carmen Franco preocupada por perder el poder y confiada en la mano de Arias Navarro; Juan Carlos aferrado a la ley de sucesión; los liberales buscando grietas para provocar una mayor apertura, y los Estados Unidos interesados en un nuevo esquema político que permitiera incluir a España en el orden atlántico de la OTAN.
ETA fue la mano ejecutora. Pero esa claridad no puede ocultar las sombras importantes que rodean el magnicidio. Al asesinato de Carrero le falta la X. Los terroristas necesitaban dar un golpe al régimen para responder a las últimas caídas de militantes en tiroteos diversos con la Guardia Civil. Contaron con el apoyo de comunistas como Eva Forest y Alfonso Sastre. Fue el primer gran atentado fuera del territorio de las provincias vascongadas. La gran pregunta es quién les llevó hasta Carrero, quién fue el personaje que en una reunión en el hotel Mindanao de Madrid entrega al etarra Ezkerra detalles sobre la vida de Carrero: su costumbre de asistir cada mañana a misa en los jesuitas de la calle Serrano, su escasa escolta.
En Carrero. 50 años de un manigicidio maldito están definidas las preguntas sin respuesta. Los terroristas más buscados, fichados por la policía, se movieron por Madrid con una absoluta comodidad. Celebraron una reunión de la dirección en Getafe, alquilaron pisos y construyeron zulos, y ni siquiera sus errores les pasaron factura. Cualquier llamada de un observador, de un agente (que los hubo) al que llamaron la atención, chocaba con un muro: «olvídalo, no es tu asunto». Es más: el mismo personaje que les llevó hasta Carrero les indicó el sótano que debían alquilar para construirel túnel que permitiría disponer la dinamita para el atentado. Hubo alguien con poder y con información que propició el crimen, porque Carrero estorbaba.
Lo cierto es que el atentado benefició a todos menos a los autores materiales del crimen. Ahí está la frase enigmática de Franco: «no hay mal que por bien no venga». Nadie investigó a fondo el crimen. Algunos de sus autores, como Argala, fueron eliminados por el terrorismo negro que se desató en los años posteriores. La tentación de responder a ETA con crímenes financiados por el gobierno, que Carrero rechazó cuando se la ofrecieron, se abriría paso después con la creación de los GAL bajo gobiernos socialistas. ¿Qué papel jugó la CIA? El día anterior al atentado, Kissinger estaba en Madrid, recién estrenado su puesto como secretario de Estado. Aceleró su visita, y dejó Madrid horas antes del horario previsto. Cerdán traza con líneas difusas pero inequívocas, las relaciones de algunos etarras, en especial Ezkerra, con las viejas redes de espionaje del PNV para la CIA.
Carrero. 50 años de un magnicidio maldito es un libro apasionante, por la minuciosa investigación y el rigor de sus páginas, y porque arroja luz aobre uno de los sucesos más importantes de nuestra historia reciente, muy poco investigado por la justicia, arrumbado por el poder en un rincón de olvido. A Carrero lo mató la ETA, pero la diana se la colocaron otros. Ni siquiera los propios etarras se terminaron de creer que hubieran llegado a aquel 20 de diciembre de 1973 sin que nadie se enterara de sus planes. Cerdán demuestra que eran muchos los que lo sabían, y que se dedicaron a no estorbar en la planificación del asesinato del hombre que, para todos, era un estorbo.