Los que hayan seguido la trayectoria de Michael Mann sabrán que el personaje encaja como un guante en las obsesiones del director. Inclinado a la velocidad y la belleza, parece la reencarnación del mito futurista que afirmaba que había más fuerza estética en un coche corriendo a toda velocidad que en la Venus de Samotracia.
Adam Driver encarna a un Enzo Ferrari alto, espigado, vestido con trajes de hombros anchos. Mann impregna la película con la mitología de la marca. En las primeras imágenes, Enzo está al volante, sonríe. Pero la historia se vuelve gris cuando vemos a un Ferrari ya mayor, gris y aristocrático, que se enfrenta a la bancarrota y a los líos familiares entre sus dos mujeres.
Escrita por Troy Kennedy Martin, la película está basada en la lúcida biografía de Brock Yates de 1991, “Enzo Ferrari: The Man, the Cars, the Races, the Machine”, pero la película se centra solo en una parte de su vida, en el año 1957. Fue un año catastrófico para la vida, siempre complicada, de Il Commentatore, como le apodaban en Italia. Un rey visita las oficinas de la marca. Está impaciente. Quiere que esta vez, el coche que han fabricado para él tenga unos pedales accesibles. Es bajo, y sus pies no llegan al acelerador, al freno, al embrague. Todo el mundo quiere los coches que fabrica Enzo, pero este solo está preocupado de fabricar los coches más bellos, bólidos rojos y sensuales, para una vida frenética, llena de placeres. El riesgo es uno de ellos.
Mann divide la historia en dos vías que caminan en contrapunto: la historia sentimental de Enzo Ferrari y la vida trepidante de sus coches. En Módena, Ferrari vive en una mansión que comparte con Laura (Penélope Cruz) su esposa, y también socia. En esa casa vive también su madre, que ejerce el papel maldito de la mamma italiana.
Ferrari huye de forma regular de las dos, y se escapa a una granja en la que vive Lina Sardi (Shailene Woodley) con su hijo Piero. Son el contrapunto de un matrimonio miserable. Ferrari es con Lina vulgarmente feliz. Su relación no tiene otro interés para la historia. Cruz intenta estar a la altura del personaje, pero por mucha preparación que le haya dedicado, le falta algún ingrediente para encarnar a Laura. Expresar rabia y resentimiento no bastan para completar la finura de una mujer que ayudó a levantar un imperio.
Mann demuestra una vez más su afición la velocidad. Las escenas de carreras de coches están rodadas y montadas como un ejercicio magistral de tensión y emoción. Mann filma la carrera de las Mille Miglia con cámaras dentro y fuera de los coches, buscando el rostro, los ángulos más extraños, y crea una sensación de estar dentro de la máquina, en medio del fragor de los motores. Quizá lo mejor de esta película.