Máquinas como yo. Ian McEwan. Anagrama
Llegan al mercado los primeros androides. Pero ¡ojo!, no estamos en el futuro sino en los años 80, o quizá en la inversión de esa década, porque Argentina ha derrotado a Gran Bretaña en la batalla de las Malvinas, los Beatles han vuelto, sin Lennon, Alan Turing sigue vivo porque no se ha suicidado. El comunista Georges Marchais es el presidente de la República Francesa y en Reino Unido gobierna Thatcher pero va a perder el poder, y el protagonista de la novela, Charlie, es un hombre de negocios fracasado que compra un Adán con el dinero de la herencia de su madre.
Adanes y Evas. Son la primera generación de androides. Se venden por 85.000 libras. Tienen la piel tersa, un impulso late en su interior como si tuvieran corazón, son calientes como un ser humano, hablan con un acento bien modulado, son cordiales, se cargan en unas horas y vienen de fábrica sin pasado. Su mente está vacía. No tienen recuerdos falsos implantados, como aquellos de Blade Runner. Alan Turing ha comprado uno. Unas cuantas Evas han viajado a Arabia Saudí, donde llevarán la vida esclava, escondida y silenciosa de las mujeres saudíes.
Charlie nunca ha tenido éxito en sus negocios, no tiene trabajo, vive de las ganancias que obtiene con sus pequeñas inversiones en la bolsa, que apenas le dan para pagar las facturas. Y su vida amorosa es gris, pobre, sin expectativas, aunque no tarda es descubrir que está enamorado de la mujer, una joven historiadora, con la que comparte el apartamento. Él vive en la parte de abajo, y ella habita en la de arriba. Ese es el mundo al que llega Adán. Entre los dos, Charlie y Miranda, lo desembalan. Entre los dos programan los rasgos variables de su carácter en el software que suministra el fabricante.
La máquina y los dilemas morales
McEwan ya nos ha ofrecido suficientes muestras de osadía como para que nos sorprenda esta incursión en las regiones de la inteligencia artificial. Su Cáscara de nuez era una intriga criminal llena de humor, narrada por un feto. En Máquinas como yo las preguntas vuelven a ser ambiciosas. El contexto político y social es deprimente. Una legión de parados inunda las calles, la derrota en la guerra ha provocado una depresión colectiva, y los robots han tomado las fábricas y recogen la basura de las calles.
Adán entra en la vida de Charlie y Miranda y rompe el triste equilibrio entre dos vecinos que apenas se tratan. La máquina conoce sus vidas mejor que ellos mismos. La máquina realiza algunas tareas con más eficacia y precisión. Es mejor agente de bolsa, es mejor amante, es más fuerte y no tarda en rebelarse contra la tentación de Charlie de apagar sus sistemas cuando resulta un testigo incómodo. Además el androide se enamora y compone haikús. Adán se manifiesta muy pronto como un ser con conciencia al que se debe tener en cuenta, aunque su programa tenga criterios morales diferentes de los humanos, por su rigidez. Son seres perfectos que habitan un mundo imperfecto.
La cuestión central de la novela se aborda en un diálogo con Alan Turing. Charlie se ha encontrado con el científico en un restaurante, y quiere intercambiar con él su experiencia sobre el trato con el androide. Días después Turing le convoca a su casa y en sus reflexiones le advierte: «creamos una máquina con inteligencia y conciencia de si misma y la obligamos a habitar nuestro mundo imperfecto. Concebida conforme a unas líneas racionales, y bien dispuesta para con los demás, esta mente pronto se verá enfrentada a un huracán de contradicciones. Nosotros hemos vivido con ellas, y su lista nos abruma. Millones de seres humanos mueren de enfermedades que podemos curar. Millones de seres humanos viven en la pobreza cuando existen medios para abolirla (…) Vivimos con estos tormentos y no nos asombramos cuando aun así encontramos la felicidad e incluso el amor. Las mentes artificiales no saben defenderse con tanto éxito».
Los tormentos humanos
Dicho esto, quienes no hayan leído a McEwan no deben esperar una novela filosófica. McEwan es un maestro en la construcción de artificios que funcionan con un engranaje perfecto para plantear dilemas morales y ponernos ante preguntas de una profunda hondura existencial. Historias con una gran carga humana. Máquinas como yo tiene una trama en la que se entrelazan historias de amor y abandono, de fidelidad y de dolor, de violencia y redención, ante las que la respuesta es compleja, siempre cargada de incertidumbre moral. Adán, capaz de asimilar y procesar millones de datos en un segundo, sucumbirá ante la complejidad sobre cómo afrontar la tupida trama de los tormentos humanos.