Si se circunscribe el conocimiento de las entrañas patrias a lo numérico, no hay duda de que los economistas propondrían su amplio espectro de teorías más o menos fructíferas, desde el mercado libre asalvajado hasta el paradójico conservadurismo paradisíaco de la colectividad; de las distintas prácticas monetarias del asalto mercantil, a la libertad indefinida que tiene una simple moneda de cobre, inanimada, que rueda y rueda por la barra libre de las tierras yermas para todos.
Si el Mercado es difusamente impuesto en nombre de la libertad, yo no comprendo qué clase de libertad es esa, como tampoco comprendo que un objeto pueda tener el mismo albedrío que una persona contante y sonante que, rodar puede hacerlo igual de bien que una moneda o una croqueta. Y tampoco comprendo muy bien que la colectividad haya sido la forma más conservadora de proceder con los billetes, con la hoz y con el martillo. Debe ser que aún no he sentado mi salvaje cápita en la renta, o al revés.
si la economía se reparte al azar, sin medida humana alguna, tengo más que entendido que la ruina es absoluta
Lo que sí comprendo a estas alturas, y después de saber contar hasta diez por las acostumbradas puñaladas de la vida, es que hay personas razonables y personas que mejor callarse..; y que unas son más generosas con lo suyo y otras tienden a conservar más su propio progreso económico, aunque el prójimo no haya desayunado. O también que las hay progresivamente conservadoras con su cartera y van tentándosela en el bolsillo a cada paso, y que también los hay que conservan un amplio agujero en la palma de su mano.
Además, tengo claro que quien conserva en demasía, tiende a apolillársele el visón y el terciopelo de su tronío y olvida que alguna vez fue o puede llegar a ser un cliente más en la cola de Cáritas, aunque vista telas cortadas por la divina mano de Christian Dior. Y también veo diáfano, razonable y claro como mi cielo andaluz, el deseo de dejar algo a mis niñas para cuando sean mayores y quieran sentar, antes que su padre, su pequeña cápita sobre un buen fajo de billetes, mullidito, confortable como un cojín en una silla de enea.
Desgraciadamente, no tengo tan claro que la potencia o impotencia de un país deba medirse por la renta azarosa de una moneda que puede girar a un lado u otro según una multitud de factores que al ciudadano, a la persona de carne y hueso, tiende a dejarlo siempre al borde del abismo, sosteniendo la respiración para que la caprichosa moneda no termine rodando hacia la nada negra, que es el bolsillo de los de siempre.
Reducir la potencia a la economía es una medida demasiado pobre, tan pobre que apenas refleja un aspecto de la gran riqueza que las cabezas con renta o sin ella, nunca consideran. Si al dinero se le deja solo, vendrá alguien a conservarlo para sí y progresar en la escala social, ahí donde todo es llano y agradable. Pero, al contrario, y para eso está la experiencia, si la economía se reparte al azar, sin medida humana alguna, tengo más que entendido que la ruina es absoluta. De ahí que haya que salvar siempre los matices entre el absolutismo del libérrimo Mercado y el absolutismo mercadeo colectivista del pago a escote porque, ¿quién no ha tenido un amigo gorrón que pide de más para progresar o conservar su curvilínea tripa de cerveza y tapas?
Por eso, en Noches del Sacromonte tenemos otra medida, otro potencial, otra manera de ver más allá, y no es otra que la de la humana necesidad de compartir la riqueza de la vida con todos aquellos que se autodenominan hombres, mujeres, seres pegados a su cartera vacía, con un poco de dni y de tarjeta de la Seguridad Social.
Desde esta perspectiva se perciben mejor los matices que con una presbicia avanzada por la excesiva cercanía u obsesión con el brillo del dinero. Porque si el dinero es todo, y el dinero permite la anhelada holganza, ¿qué hacemos con la natural insaciabilidad del corazón? ¿Basta con el dinero? Piense…¿basta y sobra con el parné para llenar el pozo sin fondo del corazón?
Hace unos meses conocí a un matrimonio que no sabía ni cuanto tenía, vivían a todo trapo y a todo tren de aquí a allá, gastando sin medida. Compraron un casoplón en el Albaicín, al lado del sultán de Brunei o de Kuwait, -que yo con eso me lío- para rehabilitarlo y establecerse aquí, que “se está como Dios” y, justo al terminar la carísima reforma qu supone tocar un muro de carga patrimonio de la Unesco, ella, tan “como Dios” estaba aquí, que se fue al cielo con Él.
No sé si comprenden…con esto quiero decir que no hay que pensar demasiado más allá del próximo análisis de sangre, de la próxima cita médica: el día de mañana no nos pertenece y calcular tanta inexistencia temporal, abotarga el asombro de hoy como un vino peleón. Créanme y sean menos conservadores con el dinero y un poco menos progresistas con el futuro, no vayan a salirse del planeta con sus ilusiones mal cimentadas en lo real.
Fíjense, a menudo pienso en Borges, el gran tótem de la literatura argentina, el Minotauro encerrado en su laberíntica biblioteca y en constante lectura; quizá sea el hombre que más haya leído del siglo pasado. Tanto leyó que puede que no llegara a vivir fuera de un libro, de las conferencias y de las entrevistas. Para su desgracia, se quedó ciego en la oscuridad de su conocimiento. En Los Conjurados afirma:
“…al cabo de los años me rodea
una terca neblina luminosa
que reduce las cosas a una cosa
sin forma ni color. Casi una idea (…)
Yo querría
ver una cara alguna vez. Ignoro
la inexplicada enciclopedia, el
goce de libros que mi mano reconoce,
las altas aves y las lunas de oro.
A los otros, les queda el universo;
a mí penumbra, el hábito del verso”.
Insisto. Se vive hoy, se llama al amigo hoy, se condona deuda hoy. Se sostiene la vida del necesitado hoy. Se acompaña al hombre hoy, ahora, sin mirar querencias sexuales, religiosas o materiales porque como decía a mis alumnos, del “mañana por la mañana, si no se rompe la noche…” y de su alba bendita, no son ustedes los responsables. De esa gloriosa belleza, se encarga otro. Ustedes, disfruten y no se olviden nunca de los pobres y de quien les quiere todos los días; no sólo cuando conviene.