Llevar la contraria es de mal gusto

Un sujeto demasiado sujeto a sí mismo es aquel que lleva la contraria sin razones, por pura vocación temperamental, reactiva o revolucionaria; realidades estas que, unidas, pueden ser incluso peligrosas. De hecho, no suele haber amistad entre seres acostumbrados a la buena conversación y seres hechos a reaccionar ante cualquier afirmación que no entre en su estrecha concepción de la vida.

Por fortuna, no todos podemos saber todo porque, como insistimos casi a diario, la verdad es demasiado grande para una sola cabeza y que ésta –la cabeza- alcanza verdades particulares que lo llevan a la gran y única verdad, si el sujeto quiere, por supuesto…

Desde que la opinión personal se elevó a dogma indiscutible, pétreo, inamovible, se ha disparado la oferta y la demanda de gente que lleve la contraria, que se oponga por adicción, que ‘salte a las primeras de cambio’ sin haber escuchado siquiera las razones que algún incauto trata de exponer con serenidad.

La mayoría de estos ‘contras’ no saben nada; sólo tienen cuatro o cinco palabras escritas a fuego en su esquema lleno de lagunas y carente de matices. Si las palabras que escucha no aparecen en su hoja, la polémica estará a punto de hervir porque no distingue contextos, dobles interpretaciones, ironías, distintos significados…; en fin, toda la mágica riqueza que el lenguaje produce en mentes abiertas y curiosas.

Les pondré un ejemplo, ya muy antiguo. ¿Se imaginan hoy a los católicos juramentados con voto de sangre y enfrentados por la virginidad de la Virgen? No, ¿verdad? Pues existieron en un momento histórico más dado a tirar más de puñal que de palabra, y a la mínima duda  ‘inmaculista’ o ‘no inmaculista’ del contrario. Unos sucesos así hoy nos extrañarían porque a la Virgen -reina de la paz- no hace falta defenderla llegando a las manos y porque nos parece un espectáculo bochornoso, más propio de talibanes y de otras criaturas salvajes, sin entrañas ni ilustración.

Llegados a este punto, y si alguien no nos ha interrumpido para llevar la contraria, sería bueno hacerle ver, si se deja, que quizá adolezca de solipsismo agudo, tan agudo que en nombre de sí mismo y de quedar por encima le suceda como a Francisco Tobar García:

“¡Oh días más altos, oh ventura!

el horizonte apenas es una mancha.

Ya no importa el recuerdo. Estoy más solo

y cada vez más lleno de mí mismo…”

Más le valdría al sujeto de ‘la contra’ bajar de sus días más altos, en los que se ha quedado solo, y bajar entre los mortales para reconocer que, además de solipsismo, sufre de ceguera; así que alguien debe leerle, de vez en cuando, algunos versos bellos que le abran un poco la mente y la humildad, como estos de Manuel Cabral:

“¿Tendrán los ciegos, oh infinito,

más niebla que los ojos que le miran?

He procurado contemplarte con la tranquilidad

que me es dable como humano.

Luego he querido hablar,

pero he comprendido que el sonido no es puro; 

sólo cuando yo estoy junto a los niños

a nombrarte me atrevo, oh infinito.”

El renacimiento de absolutismos, de mesianismos políticos extremistas  con coreografías, cohetes, confeti  e insultos al adversario necesitan a muchos ciegos y a muchos sordos, carentes de humildad y de conocimiento para sostener –oponiéndose-  un relato prefabricado con medias verdades y medias mentiras. Se erigen como conseguidores de infinitos impronunciables. Se autoproclaman salvadores de imposibles y dueños absolutos de paraísos ya marchitos, ya encharcados suficientemente de sangre…pero estos profesionales de la interpretación necesitan al aficionado ultra, al que lleva la contraria por deporte, al indignado con todo y con todos.

Necesitan, además, el ruido de la masa, la imagen épica paramilitar, la añoranza de otros épocas idealizadas; el semblante aguerrido del guerrero, el empujón irracional de ‘la contra’, la fuerza bruta de la avalancha revolucionaria para hacer palanca, para llevar la contraria a otros que también quieren su trozo de razón.  Como comprobarán, estamos en las antípodas del diálogo y de los necesarios pactos sociales para una convivencia en la que no se impongan neoespartanos de gimnasio o bolcheviques nostálgicos que están quitándole el óxido a la hoz y el martillo.

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