‘Amado muchacho’, el amor epistolar de Henry James

Amado muchacho. Herny James. Edición de Rosella Mamoli Zorzi. Epílogo de Elena di Majo. Traducción de José Ramón Monreal. Elba editorial

Cartas de una belleza luminosa, tersa y sutil, intensa y misteriosa. Amado muchacho está compuesto por las cartas que Henry James escribe al escultor Hendrik Christian Andersen. Se encontraron por vez primera en Roma, en 1899, en el “dorado aire romano” que el escritor cita en una de sus misivas, ese cielo de los ocasos que incendia la ciudad. James tenía 56 años y se sentía profundamente europeo. El escultor, de origen noruego, apenas había cumplido los veintisiete, y había elegido Roma como su residencia permanente.

amado muchacho

La relación que mantuvieron queda en las cartas protegida por un ligero misterio. Apenas se vieron siete veces en toda su vida. Pero mantuvieron una correspondencia de una inflamante intensidad. Basta citar este párrafo en el que James escribe a Andersen desde Lamb House el 28 de febrero de 1902, después de una semana convaleciente de un grave resfriado: “…mis débiles brazos todavía pueden estrecharte. Infinita, profundamente, tan profundamente que tú mismo lo habrás sentido, pues tu segunda carta me ha conmovido. Respondo a cada uno de tus latidos. Participo de cada una de sus punzadas. He transitado lo bastante la Muerte, y por entre los muertos, en mi larga vida, para saber que todo cuanto somos, todo cuanto tenemos, todo cuanto hay en nosotros de mejor, nuestro genio, la imaginación, la pasión, nuestro entero ser, se vuelven sólo ayudas, canales y puertas abiertas de par en par al sufrimiento, a la inundación”. Y sigue un poco más adelante: “déjate ir y vive, aunque sea como un amante lacerado, mutilado, con tu dolor, tu pérdida, tu conciencia dolorida e imborrable”.

Las cartas arrojan luz, una luz en medio de la penumbra, en esta relación que duró más de quince años. James consuena a Andersen por la pérdida de su hermano. Lamenta que no pueda ayudarle, verle, hablarle, tocarle, estrecharlo. Quiere abrazarlo y confortarlo para suprimir el dolor. Fue un amor a primera vista. Se vieron por vez primera en la terraza de un palazzo romano con vistas a San Pedro Vaticano. James estaba en Roma para escribir sobre otro escultor pero al día siguiente se presentó en el estudio de  Andersen en Via Margutta, muy cerca de Piazza Spagna. Compró una pequeña estatua, el retrato de Alberto. Fue el comienzo de una amistad que duró hasta la muerte de James en 1916. Una historia que se desarrolla en el terreno de lo epistolar, porque todo encuentro entre los dos fue, como escribe James en octubre de 1899 “demasiado breve, demasiado fugaz, demasiado triste”.

Andersen había llegado a Roma en 1896, gracias al apoyo de algunas familias de Newport donde la familia del escultor había emigrado desde Noruega. Le financiaron el viaje a Europa para estudiar arte. Primero en París, después en Roma. En la capital italiana construyó una casa, Villa Helena, dedicada a su madre. La villa sigue en pie, ocupada ahora por un museo dedicado al artista, lleno de esas obras gigantescas que tanto disgustaban a Henry James. El escritor vuelve con la imaginación a aquella casa, en una carta de 1912: “pienso en ti y en el dorado aire romano -estoy suspendido contigo sobre tu indecible terraza que se asoma al Tíber, y me siento contigo en esas nobles salas- Y quiero tanto bien para ti como siempre, queridísimo Hendrik, y soy siempre tu fidelísimo viejo”.

Un amor que no excluye la crítica estética sobre la obra de Andersen, demasiado enfática para el gusto sutil de James: “tu manía por lo colosal, lo hinchado y lo enorme, lo monótona y repetidamente enorme, me rompe el corazón, convencido como he estqado siempre de que significa simplemente que te has hundido en el banco de arena más fatal, ingrato e insondable, con todos tus productos y pertenencias y con todo lo que has producido y es tuyo y con cada una de tus cosas y personas”. Una carta despiadada que Andersen responderá con dulce ternura, a juzgar por las siguientes misivas. James no compartía los proyectos de Andersen de crear una ciudad ideal y de otros proyectos que consideraba alejados de toda realidad. Las cartas relatan una intensa pasión, con una prosa tan bella y delicada que se puede considerar una obra maestra del género epistolar, y una prolongación de las mejores obras de Henry James, y una exploración profunda de las regiones y los mecanismos de la amistad.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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