He visto Anora en la plataforma Filmin, horas después de leer que la ministra Redondo insiste en la abolición de la prostitución, ese mantra de su ministerio que suele contar con el voto entusiasta de diputados clientes que celebran sus éxitos en algún burdel. Espectadores críticos dicen que Anora ha puesto un exceso de romanticismo en el trabajo de las señoras. Yo creo que, después de hablar con cientos de ellas, el retrato que hace es muy verosímil, que es lo que se debe exigir a un relato de ficción. Nada más. ¿Romanticismo? El romanticismo está en toda existencia, porque como humanos aspiramos al bien, a la bondad y a la belleza. Y eso está también en la vida de las trabajadoras del sexo, como ellas mismas confiesan.
El aparato de propaganda en el que participan el ministerio de igualdad, el feminismo de salón y el fundamentalismo moral que padecemos ha pintado a las mujeres que se dedican a la prostitución como seres esclavos, disminuidos, sin voz ni cerebro, que no piensan, solo obedecen al poder del dinero y sufren la esclavitud de los lupanares. Entiendo que para este sector del público, ver una mujer que le dice a su jefe que ella hace con su vida lo que quiere, y que si no le da derechos, contrato, vacaciones, y seguridad social, no espere de ella compromisos, supone un salto mental sin red. Pero esto es lo que hay, lectores. Esto es lo que se van a encontrar si hablan con ellas, si las escuchan.
Las señoras que se dedican a servicios de compañía son profesionales, saben cobrar por sus servicios, y exigen el pago por adelantado, porque saben que la expectativa del placer tiene fuerza, y sin embargo su recuerdo, una vez pasado, se devalúa. Están, como dice Stephanie, cansadas de escuchar a los hombres que les dicen que las van a liberar del trabajo. A veces les hacen caso, porque también ellas tienen su corazón y se enamoran, y aspiran a una boda de blanco. A veces se casan, por ejemplo con el dueño de un club. Otras se enamoran de un cliente, y hay matrimonio. Se pueden encontrar, como Angie, que las traten peor que el peor de los clientes.
Claro que Anora viene mal para la ofensiva abolicionista. Porque el espectador tiende a simpatizar con Ani, esa chica que a base de frecuentar a un solo cliente, ha terminado por enamorarse de él, que dice adiós al Cuartel General (el local donde trabaja), y que ve cercano el sueño de tener hijos. La simpatía se convierte en un afecto denso al final, en esa escena en la que Ani se rinde e insiste en buscar el amor, esta vez más maduro, de Igor, el guerrero. No conviene a la corriente abolicionista que Ani sea dueña de su vida, esté donde quiere estar, o donde mejor puede estar y no explote un discurso victimista. Las cosas le salen mal, si, pero solo por la inmadurez de su novio, no porque sea la esclava de ningún sistema.
Anora es también un mal negocio para la industria del rescate. No aparecen en la película, porque nada tienen que decir en el relato. En el Cuartel General habrían sido recibidas con una sonora carcajada. Ani no es un prototipo al que puedan recurrir como un modelo de exhibición. Ani se parece mucho más a todas y a cada una de las trabajadoras que aparecen en el podcast Escort, en su coraje, en su desprevenida sinceridad, en la rotunda defensa de su dignidad, y en su exigencia de respeto.
Así que definitivamente no. Anora no «romantiza» la prostitución. La historia de esta joven escort se parece mucho a la de muchas otras señoras dedicadas al oficio, como bailarinas, como masajistas, como damas de compañía. Ella representa a muchas, de la misma forma que su cliente solo representa a un tipo de cliente: el frívolo infantil y con dinero que huye cuando tiene que dar la cara por la mujer que le ha atrapado el corazón.
Viendo Anora recordé a muchas mujeres con las que he hablado en estos tres últimos años, y a las que nuestros políticos han silenciado cuando iban a legislar sobre su vida, a las que han mirado con desdén, y a las que nuestras feministas abolicionistas han despreciado e insultado sin el más mínimo respeto. Espero que la película y la onda de curiosidad y el debate que despierta, sirva para que al menos las escuchen sin prejuicios.