‘Ayer’, de Agota Kristof: la asfixiante soledad del hijo de la puta

Ayer. Agota Kristof. Traducción de Ana Herrera. Libros del Asteroide

Quienes no conozcan el universo de Agota Kristof encontrarán en Ayer un compendio de todos los elementos que forman su narrativa. Un punto central breve. La novela son algo más de cien páginas de una prosa elemental, fría, despersonalizada, por momentos poética. Ayer cuenta la historia de un hombre, Sándor Lester. Se trata de un emigrante húngaro que se ha marchado a Suiza de joven. Trabaja en una fábrica de relojes. Aquí conviene recordar que Agota Kristof huyó a pie a Suiza con su marido y su hijo de varios meses. Huyeron de la ocupación soviética. Kristof trabajó durante años en una fábrica de relojes, antes de dedicarse a la escritura, en francés, su nueva lengua.

El tigre

kristof

Como si fuera Dante en la Comedia, Sándor encuentra en los primeros compases de Ayer al tigre, que le pide que toque el piano, a él que no sabe tocar. Se trata de un delirio. Sándor toca una música ruidosa que hace caer muertos a los pájaros. La siguiente visión le lleva a la imagen de la mujer ideal, Line, un recuerdo de una compañera de escuela de su infancia.

Ella le dice que nunca le ha visto reír. Sándor vive solo, no tiene nada, tan solo «algunas cosas en las que no quiere pensar». Miente sobre su infancia. No quiere contar a nadie que «mi madre era la ladrona, la mendiga, la puta del pueblo». El hijo de la puta, una gitana que vive de la caridad y de vender su cuerpo a los campesinos.

El libro más personal

Algunos críticos aconsejan leer Ayer después de haber leído otras obras de Kristof, Claus y Lucas y La analfabeta. Pero comenzar por Ayer es un camino que le dejará una fuerte impresión inicial, que seguro le lleva a las novelas anteriores.

Sándor se mueve en una soledad sin esperanza: «así que me quedo en mi habitación, sentado en una silla, y no hago nada». Sándor se mueve de forma mecánica, sin sentido. Como dice Giorgio Manganelli: “La prosa de Kristof anda como un títere homicida.” Se mueve por los barros del desamparo, del desarraigo, del desconsuelo, por un mundo muy triste, que no hace de esa tristeza una bandera.

El mundo de Sándor no tiene salida. El Ayer le asfixia. Incluso cuando encuentra a una nueva compañera de fábrica. Se llama Line, como la mujer ideal con la que sueña. En lugar de abrirle las puertas de la salvación, supondrá su asfixia. Ayer es el libro más personal de Kristof, seguramente el imprescindible de su obra, el más poético. Sándor es un ser extraño, que sale a la calle para olvidar, que vive una vida mecánica.

El extranjero

A veces le llaman del juzgado para hacer de traductor para sus compatriotas. Recuerda su lengua materna, constata las desgracias ajenas, y tan solo las anota, sin más reacción, como si su alma estuviera anestesiada, incapaz ya de sentir. Desgracias que a menudo son muertes. Cuando un camarero le hace notar que llevan varios entierros en su comunidad, Sándor le contesta: «cada uno se divierte como puede». Un personaje mucho más radical que el protagonista de El extranjero de Camus.

El Sándor de Ayer escribe, sobre todo para sacar las frases que dan vueltas en su cabeza, consciente de que «la escritura me destruirá». La novela avanza con una prosa hipnótica, hasta que estalla en párrafos de una oscura poesía: «El tiempo se desgarra. ¿Dónde encontrar los descampados de la infancia? ¿Los soles elípticos paralizados en el espacio negro? ¿Dónde encontrar el camino volcado hacia el vacío? Las estaciones han perdido su significado. Mañana, ayer, ¿qué significan esas palabras? Sólo existe el presente»


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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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