Escribe Gabriel Zaid en un viejo artículo, rescatado estos días en la revista Letras Libres que poco antes de volverse loco, tan solo unos días antes de perder la razón y todo atisbo de cordura, Friedrich Nietzsche escribe en Ecce homo capítulos titulados “por qué soy tan inteligente”, “por qué escribo tan buenos libros”, “por qué soy un destino”. Nietzsche era un fan de si mismo, adicto a una exaltación desquiciada. Tal cual nuestro amado Führer, que se pasea estos días por las teles de Madrid y las calles de la capital, reiterando que no hay libro más profundo, como dice su negra, Irene Lozano, que el que le han escrito.
Sánchez como destino de todos, como culminación de la nación de naciones en la que nos han convertido para seguir la profecía de Zapatero, ese otro gran iluminado. Decía el clásico que ningún hombre ha recibido de los dioses todos los talentos. Hasta Sánchez. Con Sánchez termina la vigencia y validez de la frase. Y mientras el conducator nos explica por capítulos las bondades con las que la naturaleza le adornó, el coro socialista se lanza a la caza de Abascal, a dentelladas secas y calientes, con la esperanza de encontrar algún día un Conde Pumpido que ilegalice al partido.
La maniobra de los prebostes del Psoe es de lógica muy sencilla: manifestarse ante una sede socialista es un delito de odio. No puede ser otra la naturaleza de una protesta en la casa del pueblo. Porque Sánchez es un ser tan perfecto, tan redondo y colosal en su unicidad, cualquier oposición de la chusma protestante solo puede ser entendida como una blasfema herejía. Para armar este razonamiento han sacado a la portavoz Alegría y al hombre del bosque, para que lleguen hasta donde puedan en la tarea de argumentar.
En esta casa echábamos de menos al hombre del bosque, ese buen salvaje que es Pachi López, con sus manazas pobladas de musgo, con su cabeza de alcornoque, con sus andares y sus hechuras troncales, y su verbo de hacha. Que caiga sobre Abascal todo el peso de la ley y del Código Penal, ha dicho PachiLo. Se ve que en el cogito de López la ley y el código son cosas distintas, la ley es la ley y el código sería algo así como un armario que se cae sobre la cabeza del culpable, y por eso Pachi distingue ambas realidades, y las separa con la conjunción copulativa, la misma que utilizó cuando descargó aquella famosa frase de ¿y a ti qué más te da? Ha perdido López la oportunidad de incluir a Abascal en la amnistía y desarmar así a la derecha de sus argumentos bélicos. Pero ¿cómo es que Pachi habla de odio en las calles contra Sánchez y el Psoe cuando su jefe acaba de decir que en las alamedas, en las avenidas y hasta en los callejones más oscuros, el pueblo le ama y le expresa su ternura infinita en muestras de cariño permanentes? ¿Cómo puedes estar, Pachi, tan ciego?
Al de Vox le ha bastado con enseñar en la tribuna una foto de cuando las juventudes socialistas de Alicante le cortaron la cabeza con una guillotina a un muñeco que representaba a Rajoy, para pedir que empiecen a aplicar el código por los cachorros socialistas del levante. Cuando vio la foto que mostraba Abascal, a PachiLo se le puso de nuevo la niebla entre los ojos, y ya no recuperó la cordura.
Uno no desea que a Sánchez le cuelguen por los pies, tampoco lo desea Abascal a tenor de sus declaraciones, por muy campanudo que se ponga el hombre del bosque, pero un juicio por alta traición sí se lo tiene bien ganado. Pisa tan divino Sánchez que ya ni siquiera se presenta a las sesiones de control de Parlamento. Un día está allá y otro está más allá, pero nunca está donde se le espera, que es dando cuentas.
Tenía la oportunidad de contestar este miércoles a lo de la amnistía, pero se marcha a Estrasburgo, a terminar la presidencia española de turno en la Unión, que ha sido como una fiesta de frikis en un meteorito que atraviesa el espacio sideral, una juerga lisérgica que solo ha dejado en Europa el deseo de que pasara pronto, de limitar los destrozos y minimizar los daños a los fondos europeos, a la diplomacia europea, a la concordia de los miembros y al espíritu fundacional de la Unión. En Europa no han leído su libro y no parece que vaya a salir pronto una edición en alemán. Por cierto, la tienda online Amazon ha bloqueado los comentarios al libro de Sánchez. Es tanto el cariño contenido, el afecto acumulado, y la admiración atesorada, que han decidido limitar la expresión de la audiencia, no vaya a ser que la tienda se venga abajo.
En estos meses de presidencia ni siquiera ha conseguido hacer que el catalán sea un idioma oficial en la Unión, fracaso que tiene a Carles muy contrariado. Por cierto, que cuando uno compara el rastro intelectual que han dejado las obras todavía incompletas de Pedro Sánchez encuentra joyas, perlas, migas de oro con las que seguir el camino. Como recuerda César Calderón en la red Equis, en su Manual de Resistencia Sánchez pone como ejemplo de bulo la afirmación de que estaba dispuesto a pactar y gobernar con los independentistas. Y uno está seguro de que hoy diría que no lo ha hecho, como negó haber hablado del muro que va a levantar en esta legislatura con la ayuda de unos cuantos mendrugos.
Quiero recordar una de las grandes alegrías que me llevé este martes. Se trata de un apunte del gran Carlos Valverde en Twitter, ahora llamada Equis. Respondía Valverde a la invitación que hacía una feminista soviética para que las mujeres no lleven nunca a los probadores a hombres cercanos o lejanos que les digan si una prenda les sienta bien o deben descartarla. La vieja soviética decía que las mujeres no necesitan de nadie que les de su aprobación, que a los hombres hay que dejarlos fuera, sosteniendo el abrigo, como tiestos de terraza. Y Valverde sugería incorporar un artículo en la próxima edición de la ley del si es sí. Podríamos ponerlo incluso en el código penal de Pachi, un artículo bien redondo y lustroso que nos libere por toda la eternidad de pisar un probador y elegir entre interminables versiones del mismo jersey. Se equivoca la feminista del soviet. No hay mayor acto de sumisión que el de un hombre que se ve obligado a certificar con su afirmación y su aquiescencia algo que una mujer ya ha determinado que le sienta bien. Pero yo estoy a favor de que nos quiten esa carga, sobre todo si la sienten como privilegio, privilegio que yo dejé de ejercer hace muchas décadas, en aquel tiempo en el que existía la Unión soviética y no se necesitaban probadores, porque todo era talla única, talla fea, y de un solo color.