‘Catedrales’, de Claudia Piñeiro, una novela negra muy familiar

En el inicio de Catedrales, una joven, Ana, aparece muerta, quemada y descuartizada en un erial de un barrio residencial de clase media en la periferia de Buenos Aires. La novela arranca en el velatorio, con el relato de su hermana. Lía pierde ese día la fe en Dios. La madre y la hermana mayor, Carmen, católicas de obediencia ortodoxa y estricta, cifran el crimen como una manifestación de la voluntad divina. El padre, Alfredo, y la hija mediana, rechazan esa idea.

El relato de Catedrales se sitúa en el tiempo treinta años después de aquella tragedia. La de Lía es la primera de las siete voces que cuyos recuerdos y confesiones componen un relato coral que busca la verdad. La autora intenta colgar esa ocultación en el fanatismo religioso, pero el relato, muy bien armado, con voces muy bien construidas, tiene algunas trampas y rezuma un activismo que termina por lastrar la eficacia de la novela.

catedrales

En Catedrales, la muerte de Ana provoca un terremoto familiar. Lía rompe su fe en pedazos. Su hermana mayor deja de hablarle. Se distancia de su madre, y viaja Santiago de Compostela, donde vive entregada al negocio de la librería. Intercambia cartas con su padre, al que le exige que no le cuente nada de la vida familiar. La única noticia que admite es la que de cuenta de la identidad de quién mató a su hermana.

Esa vida alejada termina el día que se presentan en la librería su hermana Carmen y su marido, Julián, un ex seminarista al que hemos visto como monaguillo en el oficio fúnebre por la hermana muerta. Buscan a su hijo Mateo. Tienen la sospecha de que está en Santiago. Y el temor de que quiere hablar con Lía.

Como en todo relato negro, el objetivo es la búsqueda de la verdad sobre el crimen. Supuesto crimen, porque pronto aparece la voz de Marcela Funes, amiga de Ana, testigo de sus últimos instantes de vida. Marcela sufre de amnesia. La noche de la muerte de Ana la estatua de un arcángel le golpeó en la cabeza, al caer por accidente en la parroquia donde las dos estaban esperando a un hombre de identidad desconocida. Marcela, al contrario de Funes el memorioso (homenaje a Borges) recuerda con precisión todo lo que vivió antes del golpe, pero es incapaz de retener los datos inmediatos. Su voz es la mejor construida, la más interesante de la novela, la que regala al lector los momentos más brillantes del relato.

También la de Elmer, un detective, que formó parte del equipo policial que investigó la muerte de Ana y que es ahora un investigador privado, escéptico y tozudo, un tipo obsesivo da con la clave para explicar la muerte de Ana, antes de ser quemada y descuartizada. A partir del relato de Elmer la novela decae, y los últimos capítulos se hacen reiterativos, previsibles.

El lector va por delante de la narración. Al lector le sobran buena parte de los razonamientos de los responsables de la muerte de Ana. La autora se afana en servir en bandeja conclusiones que es mejor dejar al juicio y criterio de los lectores. Aquí es donde la traiciona su activismo y el afán por clavar en la cruz del catolicismo un cadáver que se puede explicar por el ciego egoísmo y las hipocresías familiares, sin necesidad de recurrir a la religión. Es más, en algunos momentos ese recurso, remachado con fuerza, aparece como un estorbo.

El capítulo en el que Carmen confiesa su parte de verdad carece de credibilidad. Su personaje no es el de una mujer creyente y ortodoxa sino la caricatura del mismo. Maneja los argumentos de la fe («la voluntad de Dios») con una ambigüedad que le resta consistencia. No deja nada al misterio, y su voz está privada de cualquier emoción. No digo que el personaje no responda a una realidad que todos hemos podido experimentar: la del fanático ciego. Pero cuando se trata de una confesión, de un monólogo en el que llegamos a la intimidad del personaje, habría sido más eficaz dejar algunas zonas en la sombra de la contradicción y del tormento, más que en la descripción detallada propia de un forense. Ese matiz, que en la voz de Marcela está muy logrado, se echa de menos en la de Carmen.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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