Cola Collective. Una idea de Juan Luis Mantilla. Creación e interpretación Laura Morales, Iñali Erdocia y Juan Luis Mantilla. Colas articuladas: Javier Dastis Bendal. Vestuario: Ellavled Alcano. Iluminación y sonido: Benito Jiménez. Estreno absoluto en el Teatro Central, Sevilla, 14 de febrero de 2021.
Había mucha expectación en Sevilla por ver Cola Collective, lo nuevo de Mopa, ese colectivo unipersonal que encarna Juan Luis Montilla y que suma en sus diversas encarnaciones a una variedad de artistas de procedencias diversas. Las entradas se habían agotado semanas antes de su estreno, y por la reacción del público a la finalización, podemos concluir que el resultado no defraudó a sus seguidores, que son muchos en la capital andaluza.
Y es que si algo se puede decir de Cola Collective es que es capaz de conectar con el público, especialmente con esos fieles que acuden puntuales a cada nueva creación del colectivo. En este caso, un trío de intérpretes que cantan, bailan, compaginan música y circo y todo tipo de monerías, en las que el elemento unificador es la presencia de una cola articulada allí donde la espalda pierde tal nombre.
Danza, música y circo al servicio del humor
Definir Cola Collective no es fácil. No es danza, aunque la parte más destacada, o al menos la más conocida de la compañía, sea precisamente ese género artístico. No es un musical, aunque la música (casi toda en directo) tenga un papel primordial. Tampoco es teatro, a pesar de que la interpretación juega un rol destacado. Y la presencia de un trapecio circense como elemento principal de la escenografía no lo convierte en circo. Se trata de un espectáculo de humor, humor puro y a secas, en el que las distintas disciplinas se ponen al servicio de hacer reír al personal asistente.
Un humor demencial, a veces hilarante, a veces inteligente, a veces sencillamente absurdo, que pasa por distintas facetas según vaya cambiando la energía a sus intérpretes. Una colección de recursos que encaja con el universo pop de sus creadores, con momentos grotescos, otros pintorescos, con sublimes interpretaciones de danza a cargo de Mantilla y con un popurrí final de cassette de gasolinera.
Un espectáculo mínimo
Todo ello con una puesta en escena mínima, en la que apenas un par de sillas, un bombo y una pandereta sirven de acompañamiento a sus ejecutantes, y en el que el elemento destacado (además del mencionado rabo) es un teclado marca Casio del de salen todo tipo de sonidos con sabor a infancia ochentera. Simplicidad llevada al extremo para que la imaginación sea la auténtica protagonista sobre el escenario.
Valorar una propuesta tan sui géneris es un ejercicio individual que dependerá cada persona, de cada espectador que vaya a verla. Habrá quien lo considere una obra maestra y habrá quien salga con cara de no haber entendido nada (algo, por otra parte, habitual en las artes escénicas de alma experimental y espíritu contemporáneo), con toda la paleta de colores y tonalidades entre ambos extremos. Quizá se eche en falta un poco más de ritmo y una dramaturgia más elaborada, aunque esta no deja de ser una apreciación personal. En cualquier caso, una propuesta recomendable para mentes inquietas y libres de prejuicios.
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