Crecen los casos de vampirismo ante la inacción de las autoridades

Nosferatu campa a sus anchas desde que el vampirismo ya no se persigue como antes, cuando alguien era descubierto en plena succión de sangre y era atravesado con una estaca a la hora de la siesta.

El vampiro necesita nuestra vida para seguir viajando a lo largo y ancho de la Historia, sin alquileres, cambios de moneda ni puentes aéreos. Sólo necesita un poquito de nosotros para saciar su infinita sed de eternidad y, tras encadenarnos a su misma insatisfacción, parte hacia otro paraíso en el que la mayoría esté bien servida y bien comida de todo.

Algunos que caen bajo su influjo, incluso le ofrecen en vena ese puntito etílico que endulza más, si cabe, sus gustos culinarios ante la inacción de las autoridades sanitarias que, como en muchos otros casos, no mueve un dedo ante tamaña vejación de la ley humana más antigua: la del morirse tranquilos sin tener que seguir produciendo por toda la eternidad.

El vampiro anda suelto por nuestras ciudades; y como privilegiado observador de la tradición, por obvias razones inmortales, adquiere nuevos nombres para hacerse entender por las distintas culturas y ante las nuevas víctimas de hoy: damiselas y caballeretes que abren sus ventanas, subyugados bajo su penetrante mirada.

De este modo, el adicto al néctar sanguíneo de sus contemporáneos ha cambiado su nombre, demasiado conocido como el de su competencia, el conde Drácula y ambos, tras siglos de experiencia laboral, han decidido reconvertirse laboralmente, pasada ya la jubilación.

Lo que antes era conocido como una horrenda práctica llamada vampirismo, pasó más tarde a llamarse pura y dura posesividad y ahora, con la nueva nomenclatura de viejos hábitos, ha pasado a denominarse ‘búsqueda de la persona vitamina’. Quien deja entrar en sus casas a estos vestigios de la mitología, a esos chupacabras de lo ajeno, no sabe lo que hace.

Si usted se ha convertido en persona vitamina de alguien, le acompaño en el sentimiento, porque no lo dude; su pegajoso nuevo amigo, le está convirtiendo en su modo de persistir en el tiempo, arrancándole, de paso, las pocas energías humanas. No lo dude, insisto; usted está siendo poseído, anulado como persona y reducido a hisopo milagroso, a cataplasma medicinal, a cargador barato de móviles.

Sin darse cuenta, usted está entregando su corta vida a alguien tóxico, posesivo, que no ha mirado un instante su valor, sino su utilidad y su etiqueta indicativa de proteínas e hidratos necesarios para la buena salud del buscavitaminas.

El vampiro, ansioso por obtener su premio energético, sólo verá en usted alimento o diversión con la que tratar de sobrellevar su aburrimiento ancestral. Pero vayamos al grano. ¿Cómo darse cuenta de que lo han convertido en una anónima pastilla o en un cargador sin cable? Muy sencillo. Si ante la mirada del vampiro o vampiresa, usted siente cansancio, desgana, angustia, inquietud y, sobre todo, una desmesurada necesidad de tener que huir de su  envolvente nuevo amigo, es que éste lo ha reducido en la escala de especies a mero bote multivitamínico para las articulaciones.

Nadie es vitamina de nadie. Nadie ha venido al mundo a ser usado como carne fresca, como bebida isotónica, como picoteo entre horas.

A estas alturas ya no será amado por su existencia. Ya no será afirmado por su valor inherente: por el hecho de existir, sino por la calidad de su producto como, desgraciadamente sucede con todas las cosas animadas e inanimadas de un tiempo a esta parte: que el valor se trastoca por utilidad. De ahí, la gravedad del hecho y la gravedad de adjetivar, etiquetar y poner a alguien en el lugar más visible de las parafarmacias para ser consumido por vampiros sin afecto o por caníbales de lo parapsicológico.

¿Puede haber amor o amistad cuando alguien te considera una barrita energética? No lo creo. Yo sólo veo conveniencia y consumo de personas. Es más, yo me niego a ser vitamina de nadie que no me quiera, porque tengo mi corazoncito y el mismo ansia de eternidad que un vampiro, pero sé bien que el drama de aquellos que se relacionan conmigo es irresoluble por mi parte. Nadie puede ser producto destinado a solucionar dramas ajenos. Imaginen a sus hijos como vitaminas de otros. Imaginen que el amor y la amistad debe reducirse a la calidad de su energía personal…es inhumano y roza la antropofagia espiritual.

A veces pienso que no nos extinguimos como especie porque los vampiros también sufren empacho, y necesitan una cabezadita para la digestión de tantas almas. Otras veces pienso que vivimos rodeados de demasiados peligros reductivos de nuestra dignidad; peligros de amables bestias que nos consideran esa persona que puede resolver sus problemas de anemia vital con nuestra sangre.

Y otras veces pienso que las personas que me quieren bien, no me reducen a alimento, ni a producto precocinado, sino que me ayudan a ser más libre de consumismos sentimentales y a mirar más profundamente mi valor como persona. Qué distinto se vuelve todo cuando uno se descubre amado y no usado. Qué distinto es el amor que libera de la posesividad ansiosa de tanto vampiro caprichoso y te abre a un horizonte más bello.

En estos casos, hay que recetar urgentemente un poema de Concha Méndez, a modo de ajo y cruz protectora:

“…por la puerta del sueño

salgo a encontrarme,

cuando la vida quiere

acorralarme.

Yo no me dejo,

y busco ese mirarme

en otro espejo…”. Precisamente, lo que no puede hacer un vampiro, que sólo es capaz de mirarse a sí mismo en los ojos de sus víctimas.

Háganme caso, por su bien. Nadie es vitamina de nadie. Nadie ha venido al mundo a ser usado como carne fresca, como bebida isotónica, como picoteo entre horas. Si buscan una buena compañía que no les haga correr peligros contraindicados para su salud, que no les ponga etiquetas, que no necesiten agarrarse a usted como un murciélago ciego al saliente de una roca.

Eso sí; presten atención a las personas que enseñan a abrir la razón, la mirada, la ternura, el corazón a quien lo necesita. Presten atención a quienes le ayudan a amar más, a disfrutar más, a ser mejores, a ser más bondadosos, a ser más libres, incluso de ellos mismos, como mi viejo maestro; aquel que no se enfadaba cuando faltaba a clase y me preguntaba quién me hacía en ese instante. Bendito sea. Qué gran maestro de la libertad y de la eternidad en el presente… O como el sempiterno genio de Juan Ramón Jiménez, que de Eternidades sabía un rato, sin tener que buscar vitaminas o recargar la batería con personas tan cansadas como él. Y si no, lean esta, la 154. A mí me tiene hipnotizado desde bien pequeño:

“Yo no soy yo.

soy éste 

que va a mi lado sin yo verlo;

que, a veces, voy a ver,

y que, a veces, olvido.

El que callo sereno, cuando hablo,

el que perdona, dulce, cuando odio,

el que pasea por donde no estoy,

el que quedará en pie cuando yo muera.”

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