Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066) Pablo Martín Sánchez. Acantilado Fotografía de portada de Ana Portnoy
Pablo Martín Sánchez comienza su Diario de un viejo cabezota con dos citas. La primera es de Lionel Shiver en Los Mandible: “Las tramas ambientadas en el futuro tratan de las cosas que asustan en el presente. En realidad, no tratan del futuro”. Y no puede ser más acertada. Diario de un viejo cabezota proyecta en el futuro, en 2066 muchos de los problemas que tenemos ahora. La falta de recursos energéticos, el caínismo en España, la dependencia de la tecnología y otros, que al escribir la novela, estaban solo en la imaginación del autor: la pandemia. El resultado estremece. Hubiera sido igual de estremecedor en otras circunstancias, pero en un mundo asolado por el Covid, ya no vemos como imposible la descomposición de la Humanidad.
Una distopia en tiempos de pandemia
Uno no puede dejar de preguntarse qué habría sido leer esta novela un año antes, o a principios de 2020. Habría sido una experiencia completamente diferente. El protagonista explica que la gente ya no se saluda con la mano, la población está obligada a llevar mascarilla y la distancia mínima para hablar con forasteros es de tres metros. No ha habido que esperar a 2066 para verlo. Los saqueos que describe el autor no resultan tan descabellados cuando se ha ido a por suministros durante los primeros días del confinamiento
Diario de un viaje cabezota relata los últimos tres meses antes de que expire La Gran Moratoria por la cual todos los habitantes deben abandonar la Confederación Ibérica. El escenario mundial y las circunstancias que han conducido a él son imprecisas, pero sabemos que después de 2020 hubo un referéndum de autodeterminación en 2053; una guerra civil; una tercera guerra mundial motivada por un choque de civilizaciones; una crisis energética y otra económica, y un sexenio negro. Y como guinda una pandemia de margurbo.
Una diario que engancha
En el antiguo manicomio de Reus resiste un grupo variopinto de once personas. Martín Sánchez ha sido puntilloso en su corrección política al repartir identidades sexuales y minusvalías. Hay un personaje para cada posibilidad del espectro. Los once han convertido al Pere Mata en un fortín, como dice el protagonista, “un fortín para desalmados”. En un mundo apocalíptico ser despiadado es la única forma de sobrevivir. La paradoja es que después de 40 años de Process,(¡qué pereza!) y de una guerra por defender Cataluña, como dice el protagonista, ahora todos tengan que abandonarla.
El autor describe su escrito como “el diario de un viejo chocho que vomita sus frustraciones en las hojas de cortesía de los libros olvidados en una biblioteca extinta de un antiguo manicomio de una ciudad desierta de un país arrasado”. Tiene razón, pero es mucho más. Es una historia magistralmente escrita por un escritor que domina el oficio y que engancha al lector desde la primera página. Su forma de desgranar la vida del protagonista, de trenzarla con las vidas de sus compañeros de encierro y de encajarla con las circunstancias discurre con la naturalidad con la que lo haría un diario. La historia depende de a qué se haya dedicado la jornada: sea a una sesión de rehabilitación, a fabricar un xilófono, a jugarse el pescuezo fuera del Pere Mata o a cocinar una paella. Con receta incluida. El diario no pierde interés en ningún momento y culmina con un emocionante y esperanzador final.
La vida de antes
Martín Sánchez consigue un personaje protagonista creíble. En la primera parte porque reconocemos la vida tal y como era antes de 2020, la que ha podido vivir el propio autor. (Ya en la nota del editor si atribuye a un tal Pablo Martín Sánchez la autoría del diario). Pero también consigue que sea creíble el futuro que dibuja. Un mundo con ‘yayoflautas’, donde triunfan aplicaciones como Follow me, Photo share, Take your gift. Donde existen los petbots, los alephones, los sensacines y los monopatines de levitación magnética. Un mundo que al desaparecer provocó “el desaliento entre los nativos digitales de segunda y tercera generación, los que no sabían escribir a mano ni usar un abanico, los que no conocían los juegos de mesa ni los libros de papel. Los viejos somos los que mejor nos hemos adaptado al apagón […] nos ha devuelto el prestigio perdido”.
El Pablo Martín Sánchez del futuro tiene 89 año, y los achaques de la edad, pero no está exento de flema y de humanidad. No se ha convertido en un viejo egoísta. Es como todos esperamos ser en la vejez, alguien con principios, que acepta con gratitud las cosas buenas de la vida y con estoicismo los reveses. Y que hace lo correcto porque es lo correcto. No tiene motivos para la esperanza, pero lucha con el arrojo y la dignidad que su edad le permite hasta el final.
La segunda cita que encabeza el libo es de Margaret Atwood en El cuento de la criada “En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar.” Ya están pasando. Ahora, en todo el mundo. La incapacidad del ser humano para predecir el futuro con exactitud está ampliamente demostrada. Esperemos que el terrible mundo imaginado por Martín Sánchez solo sea realidad en su estupenda novela.
El autor
Pablo Martín Sánchez (Reus, 1977) es doctor en Lengua y Literatura Francesas por la Université de Lille y doctor en Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. Miembro del Ouvroir de Littérature Potentielle (Oulipo), trabaja habitualmente como traductor y profesor de escritura. Ha publicado el volumen de relatos Fricciones (2011), las novelas El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado, 2012) y Tuyo es el mañana (Acantilado, 2016), Agatha (2017), escrito en colaboración con Sara Mesa. Parte de su obra ha sido traducida al francés, inglés, checo y neerlandés.
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