Dormir al sol. Adolfo Bioy Casares. Colección Debolsillo. Penguin Libros
El Lucio Bordenave de Dormir al sol es un empleado de banca que ha perdido su trabajo, y se ha dedicado a los relojes. Escribe un firme para un amigo de la infancia, en el que detalla los avatares que le han llevado a ser ingresado en un frenopático. La obsesión por el amor a su mujer, en la que no sabe si lo esencial es el cuerpo físico y sus atributos o el alma y sus variables, le conducen al frenopático donde un doctor y cirujano juega con las almas como piezas intercambiables entre humanos y animales. Dormir al sol era la novela más querida de Bioy Casares, quizá la más lograda. La trama es sutil y avanza hacia lo fantástico con el paso imperceptible de lo cotidiano. Hay mucho de Kafka en este relato, pero también mucho de Platón, con el que Bioy juega hasta llevarlo a la parodia. Si las almas pueden transmigrar, ¿qué es lo que somos en realidad? ¿dónde reside la esencia de nuestro ser? ¿Es posible el amor? ¿Amamos una idea, o a un ser por sus defectos?
El Lucio Bordenave de Dormir al sol escribe en busca de un lector: «voy a contarle mi historia desde el principio y trataré de ser claro porque necesito que usted me entienda y me crea». Y la novela se cerrará con las impresiones de ese Félix Ramos, amigo de la infancia, que ve colmada su ambición de una lectura que de verdad cambie su vida: «muchas veces a lo largo de la vida he soñado con la idea de recibir una noticia que altere mi destino».
Así el relato adquiere un giro circular, cerrado en si mismo, imposible de determinar si estamos ante el cuento de un loco narrado con ruido y furia o ante el informe preciso de un experimento médico destinado a intercambiar la naturaleza entre los hombres y los animales.
Pero es Bordenave el que nos conduce por la trama de la novela. Escribe al amigo de la infancia, le recuerda las afrentas, apunta a la teoría de un doctor que atendía a su mujer: sus amigos, «usted y la barra no me perdonaban el chalet con jardín de granza colorada ni la vieja Ceferina, que me cuidaba como una niñera y me defendía de Picardo. Explicaciones tan complicadas no convencen». Bordenave, su mujer, Diana, y su ama, Ceferina, habitan una casa en un pasaje, «un barrio dentro del barrio». Diana, dice Lucho, tiene un carácter difícil. Es hermosa y tiránica. No tienen hijos. Ella lo lleva mal. Es cavilosa y desconfiada. Ella quiere mudarse a un barrio del Norte. Él no. Termina por percibir las cuatro calles de su barrio como una cárcel.
Las cosas cambian cuando conocen al señor Standle, un alemán que da lecciones en la escuela de perros de la calle Estomba. La noche que Standle visita la casa y acapara la conversación de los invitados con sus reflexiones sobre los perros, la vida de Bordenave cambia. Su mujer terminará ingresada en un sanatorio psiquiátrico. Pero Lucho la echa de menos. Cuando la recupera, el doctor le asegura que no es la misma: tiene el mismo cuerpo pero habita en ella un alma diversa, un alma mejorada. Lucho recibe el encargo de estar a la altura, de no estropear esa obra.
La trama se desarrolla en un juego de espejos. La hermana de Diana, muy parecida, se traslada a vivir a Villa Urquiza con su hijo. Tienta a Lucho con vestidos atrevidos, le ofrece su cuerpo. Bordenave compra una perra para regalar a su mujer cuando salga del frenopático. Le llama Diana: Diana esposa/Diana hermana/Diana perra.
Dormir al sol toma el título de unas palabras del doctor jefe del frenopático. Es un consejo que le ofrece a Lucho para combatir el insomnio: «Imagino un perro, durmiendo al sol, en una balsa que navega lentamente aguas abajo, por un río ancho y tranquilo. -¿Y entonces? -Entonces -contestó- imagino que soy ese perro y me duermo» Bordenave es consciente de que su relato puede caer en el descrédito de lo inverosímil.
Y por eso se esfuerza en la precisión: «no le pido crédito para mis apreciaciones, que podrían resultar la divagación de un cerebro ofuscado, pero le garanto que en la narración de los hechos pongo el mayor escrúpulo de exactitud. Recuerdo por favor que le escribe un relojero». Así relata una conversación con el doctor Samaniego en la que este le confiesa que el mejor estado del hombre para el reposo es «una inmersión en la animalidad».
Cargado de parodia y humorismo, Dormir al sol es una novela que termina de una forma abierta, con el despliegue de un laberinto de identidades intercambiadas, como una combinación entre Karka y los hermanos Marx. Bioy Casares se inspira en la literatura fantástica pero la suya es una literatura que indaga en la naturaleza humana, que contrapone el sueño de la utopía con la lógica terrible de una realidad infernal. Dormir al sol es un artefacto complejo que encierra una burla de la inmortalidad del alma, aquel grandioso tema al que Platón le dedicó el diálogo titulado Fedón. En esta novela, esa inmortalidad se ha convertido en una parodia que camina entre lo cotidiano doméstico y la ciencia del frenopático o la disciplina del teutón que amaestra perros para crear «acompañantes de alta fidelidad».