‘El caso del señor Crump’, o la tiranía en el matrimonio

El caso del señor Crump. Ludwig Lewisohn. Traducción de Martha Lucía Pulido. Hermida editores.

Escrita en 1926, rechazada por todos los editores americanos a los que se la presentó, El caso del señor Crump fue el gran escándalo del periodo de entreguerras. Algo así como la Lolita de Nabokov de la época. El caso del señor Crump, fue publicada en inglés en París y después traducida al francés en 1931 y publicada con un prefacio de Thomas Mann. A Freud le fascinó. No es para menos. Al mercado de los Estados Unidos no llegó hasta 1947, en una versión aderezada, limpia de las páginas más sórdidas y vergonzantes. El caso se centra en el infierno del matrimonio. Novela políticamente incorrecta. Hay que advertir que a pesar de estar cerca de cumplir su primer siglo, la capacidad de molestar a lo políticamente correcto sigue intacta. El puritanismo de su época manejaba algunos criterios que hoy, de forma inversa, siguen vigentes. La Anne de esta novela es un monstruo insaciable de dominio sobre Herbert.

Un thriller psicológico

El caso del señor crump

El caso del señor Crump se lee como un thriller psicológico. Herbert Crump es un joven músico nacido en una familia de origen alemán que había llegado a Queenshave, Carolina del Sur, en 1886. Puritanos, luteranos, amantes de Bach. En el triángulo de esas tres características se encerraba su vida de sus abuelos. Pero los tres vértices se fueron borrando de generación en generación, hasta llegar a Herbert, que sigue la tradición musical pero incorpora el ritmo y las melodías de los negros que rodean su casa y diluye los rigores de la regla luterana.

Herbert termina sus estudios, elude una carrera musical en Viena y se marcha a Nueva York a buscarse la vida. El azar le pondrá en contacto con Anne. Ella tiene veinte años más que Herbert, tres hijos, un marido borracho y jugador. Es adicta al sexo. Herbert cae en su trama de seducción como un cordero que no ha visto mundo. Su vida se convierte en una compleja esclavitud, entre el temor, la sumisión y la búsqueda de una salida creativa para su pasión musical.

El lector asiste a la caída cada vez más profunda de Herbert, mientras Lewisohn dosifica la voracidad dominante de Anne con una mano maestra, en un relato en el que el lector pide a gritos a Herbert que se libre de la tiranía al tiempo que comprende las constantes renuncias y derrotas de su débil carácter. A cada reflexión sobre su condición, Herbert añade una inmediata derrota, una recaída en la sumisión más humillante. «Sabía que Anne, a pesar de su cultura superficial, que no llegaba más que a un conocimiento irreflexivo sobre ficción y poesía inglesa, tenía un alma vulgar, Sabia todo esto. Y a medida que su conocimiento se clarificaba, su vergüenza aumentaba. Nunca, nunca – esto lo entendió muy bien con el tiempo – sería capaz de comunicar su historia y su dolor. Pues esta vergüenza que carcomía su alma, antes tierna y reservada, había hecho nacer en él el temor constante de que los demás se dieran cuenta de que su destino era ridículo y absurdo».

Una obra incorrecta

el caso del señor crump
Ludwig Lewisohn

Estamos ante el primero de los grandes novelistas judíos norteamericanos. El primero que rompe con el optimismo progresista de aquel Estados Unidos de los años veinte. Un pueblo lanzado de cara al progreso, un avance sin fronteras. El porvenir era algo que interesaba a Lewinsohn, pero su visión era negra. Y Estados Unidos no le perdonó. Quizá todavía no le ha perdonado.

Lewisohn había nacido en Berlín poco antes del fin del siglo XIX. El niño Ludwig tiene siete años cuando sus padres se instalan en América, en el sur, en concreto en Charleston, Souht Carolina. El joven Lewinsohn hará todo lo posible para convertirse en un buen americano. Abandona incluso la religión judía para abrazar la Iglesia Metodista. Pero siempre será un outsider, un extraño, un hombre en la periferia, un judío. Ese choque le habla de la dura realidad de la existencia. La única manera de franquear las puertas que se cierran en sus narices es demostrar talento. Y talento tiene, de sobra.

Los elogios de Freud

Primero como periodista, luego en la literatura, en la ficción, en el drama, en la traducción del alemán o del francés. Da clases, traduce poesía, publica ensayos, novelas. Cuando envía el manuscrito de El caso del señor Crump, los editores le insultan: perverso, calumniador, demoledor de las virtudes del matrimonio, pornógrafo. El paralelismo con Lolita es inevitable. Nabokov pasará por los mismos tribunales de la inquisición de lo correcto.

La publicación en París de El caso del señor Crump despierta el interés de algunos de los grandes de las letras. El primero Thomas Mann. Luego Freud, que señala su valor como obra maestra. También la señalan Sinclair Lewis, Theodore Dreiser. Lewisohn llevó la filosofía de la sospecha a la ficción, y aplicó esa luz que desnuda a la sociedad a la América efervescente de los años veinte, donde solo se admitía una fechada perfecta, orientada a la conquista del futuro, virtuosa y sonriente. El resultado es una gran novela, traducida (muy bien por cierto) por primera vez al español.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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