Cómo Drew Westen explicó la política de hoy… y por qué Pedro Sánchez lo entendió mejor que Feijóo
En los cuarteles generales de muchos partidos políticos todavía habita un fantasma que ya debería estar jubilado: el del votante racional. Ese ciudadano cartesiano, sopesador de programas, que lee los boletines oficiales como si fueran novelas de intriga y toma sus decisiones de voto con una calculadora en la mano. Es una figura cómoda para diseñar campañas desde Excel. El problema es que no existe, aunque Feijóo se siga dirigiendo a él. Quizá por eso no despierta ilusión, a pesar de que Sánchez está en su peor momento..
Hace más de quince años, el psicólogo y neurocientífico norteamericano Drew Westen lo mató sin ceremonias con su libro The Political Brain (2007), uno de los ensayos más influyentes —y menos leídos— por la clase política europea. Su tesis es brutalmente sencilla: el cerebro político no es racional. Es emocional. Votamos como amamos o como odiamos: con el estómago, con el recuerdo, con el miedo o con la esperanza. No ganan los que convencen, sino los que conectan emocionalmente.
Westen, profesor de Psicología en la Universidad de Emory y experto en neurociencia afectiva, puso a sus sujetos dentro de un escáner cerebral para observar cómo reaccionaban ante argumentos que contradecían sus ideas políticas. El resultado fue demoledor: no activaban las áreas del razonamiento lógico, sino las del sistema límbico, el centro de las emociones. Cuando un votante se enfrenta a información que desafía su ideología, no la procesa; la bloquea, la niega, o la reinterpretan para seguir creyendo lo que ya creía. Es lo que la psicología llama motivated reasoning. Y lo que la política, con más descaro, llama lealtad.
Narrativas que movilizan, datos que aburren
The Political Brain fue una crítica feroz al Partido Demócrata estadounidense por su empeño en hablar al neocórtex —con datos, estadísticas, comparativas— mientras los republicanos le hablaban al corazón. Westen ironizaba que, a veces, los demócratas parecían más cómodos leyendo informes de políticas públicas que contando historias humanas.
Para él, las elecciones no las gana quien tiene razón, sino quien tiene relato. Una historia emocional potente, moralmente clara, con héroes y villanos, y que le diga al votante no solo qué pensar, sino quién es y de qué lado está.
No es difícil ver la vigencia de esa tesis en una España donde la política se ha convertido en un teatro de emociones intensas, donde los datos se licúan en relatos, y donde el voto es más un acto de identidad que de juicio.
Pedro Sánchez: el resistente emocional
Pocos líderes europeos han comprendido tan bien como Pedro Sánchez las lecciones de Westen. Desde su caída y resurrección como secretario general del PSOE, ha construido una narrativa emocional poderosa: la del resistente. No se presenta como un gestor, sino como un personaje de epopeya moderna, que lucha contra poderes oscuros, traiciones internas y campañas de acoso. Su electorado no solo lo vota: se identifica con su lucha.
Cuando anunció que se tomaba cinco días para “reflexionar” sobre su continuidad tras el escándalo mediático que salpicaba a su esposa, lo hizo en un tono solemne, emocional, casi confesional. El dato objetivo era irrelevante. Lo importante era el marco afectivo: el asedio, la dignidad, el sacrificio. Westen lo explicaría en una frase: “El votante no recuerda los argumentos; recuerda cómo le hiciste sentir”.
Feijóo: el gestor sin épica
En contraste, Alberto Núñez Feijóo encarna justo lo que Westen diagnostica como un error estratégico: el político que confía en la razón y desconfía de la emoción. Su apuesta por el tono moderado, por los datos y por el discurso de gestión eficiente puede funcionar en momentos de baja intensidad política. Pero en el clima emocional actual, corre el riesgo de parecer plano, gris, incluso irrelevante.
Feijóo habla al sentido común, pero no construye una historia. No tiene una épica propia, ni enemigos simbólicos claros, ni relatos que activen emociones profundas en su base. En tiempos westenianos, eso es como salir a pescar con una red rota.
¿El fin de la razón en política?
¿Significa esto que la política debe rendirse al sentimentalismo o al populismo barato? Westen no lo defiende. Su propuesta no es manipular las emociones, sino entender que son inevitables. Que los votantes no son máquinas de cálculo, sino seres humanos que reaccionan a historias, símbolos y afectos.
El reto no es evitar la emocionalización, sino usar la emoción al servicio de la democracia: para movilizar valores, para dar sentido al compromiso cívico, para ofrecer visiones del futuro que inspiren algo más que aburrimiento o resignación.
Política en tiempos de cerebro caliente
España no está sola en esta transformación. En casi todas las democracias occidentales, el voto se ha vuelto más visceral, más identitario, más polarizado. Pero comprender lo que ocurre no es entregarse a ello. Es, como propone Drew Westen, usar la ciencia para entender cómo pensamos —o cómo sentimos— cuando creemos estar pensando.
La política ya no se juega en los programas electorales. Se juega en el cerebro emocional del votante. Y en esa partida, gana quien sabe contar la historia adecuada.