Uno de los objetos de entretenimiento más despreciables es el del escándalo por las vidas ajenas a través de la mirilla virtual, como si las propias estuvieran vacías o al punto de incorruptibilidad como santa Teresa.
No en vano, sino a sabiendas de esa debilidad por el cotilleo, los programadores de la cosa escandalizable usan cualquier horario para lanzar sus diatribas inmorales contra los pecados más viejos del mundo: la acusación entre corruptos de alta o baja sociedad. Ya les dije que leyeran a Cervantes, o a algún clásico edípico de trágico sino, pero nada; no me hacen caso y siguen ahí, con la boca abierta como si hubieran nacido ayer y no supieran de la tendencia humana al mangoneo y a la entrega de chivos expiatorios al altar de las venganzas humanas.
Quien se escandaliza a estas horas de telediario es porque quiere, o porque no quiere memorizar. Lo malo es que el desmemoriado acaba, sin duda, siendo la víctima y el producto de audiencias, anzuelos apetitosos y morbo…; además, de paso, y por insultar también yo, el escandalizado es un soberbio que se cree incólume en su honradez, como si nunca hubiese roto un plato resbaladizo o miccionara agua de rosas patentable como colonia para la próxima Navidad…
Si ya el mismo Maestro Angélico decía -creo recordar y si no, me corrigen enfurecidos- que randarle (robar) por necesidad al adinerado no estaba tan mal, será porque nadie es perfecto y porque la corrupción -mas o menos grave- es nuestra charca preferida.
Ahora bien, esconder las propias miserias detrás del chapoteo ajeno tiene algo de diabólico, ya que el propio Apocalipsis llama a Satán «acusador de sus hermanos», pues trata de perdernos a través de la división (del griego diàbolos: quien acusa con falsedades).
Añadiría yo que a esos hijos de Satanás habría que cortarles la cobertura como al narcisista de su padre; y añadiría a mi corrupto juicio y mordiéndome la lengua que, quien disfruta con el tropezón del contrario, tiene escaso conocimiento de la ojana que tiene el karma y una preocupante vocación de vouyerista.
Como uno ha visto de todo, y ha visto amanecer y ocasos de días y hombres, en apariencia honrados que luego tiraban de navaja marinera cuando perdían al ajedrez, les recomiendo -si se dejan- que tras saciar su malsana curiosidad con la pantalla, se pregunten la razón de su ansiedad y su tristeza; y porqué rebajan su deseo de belleza, verdad y bondad a la vulgar contemplación de ángeles, candidatos y superhéroes caídos, envilecidos, en(bulo)cidos públicamente en las redes asociales.
Quien juzga, no sabe lo que hace porque carece de muchos datos escondidos. Pero lo peor, lo imperdonable, lo escandaloso es que se olvidan de Borges y su candoroso epitafio para cualquier sepulcro:
«…el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria.
Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla
Y el mármol no hable lo que callan los hombres.
Lo esencial de la fenecida vida(…)
Siempre perdurará.
Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
Cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
Cuando tú mismo eres la continuación realizada de quienes no alcanzaron tu tiempo
Y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.»
El poeta llama a la fraternal cadena humana de la vida. Por eso yo, más burdamente, añadiría que es deplorable juzgar a la ligera, o no dejar juzgar a quien estudió para ello, esparciendo mentiras, exagerando, inventando, extrapolando sobre la vida íntima de cualquier persona para hacerla caer en el fango donde chapotean cerdos y mirones.
Además, si la ley humana existe, que está por ver, la moral o inmoral de los otros no está para adinerar a medios de comunicación con filtraciones al gusto del consumido y manipulado, y dividido consumidor, más maniqueísta que el mismo Manes.
Por concluir, una llamada a la cordura y un «dense cuenta» de la cantidad de medios, focos y dinero que hay cuando interesa para el espectáculo del escarnio entre ladrones, ya que el parné del negocio se lo sacan a ustedes cada día por asomarse a ciertas letrinas en las que huelen el rastro que deja su humanidad.
En cambio, fíjense en un último y paradójico «dense cuenta» de lo poco que hay en la bolsa común para aligerar colas en la Seguridad Social o en el supermercado, cuando el asustado cliente se enfrenta a la desagradable opción del «¿Pago con tarjeta o en efectivo?».
Quién sepa, que entienda. Y quien no sepa de qué hablo es porque ha tenido privilegios, abogados y contactos de altos vuelos para que nadie aireara sus mangancias y corruptelas.
Amigos, intenten no caer en la tentadora vida de los otros. No los juzguen porque no son jueces omniscientes. No señalen con el dedo ni tropiecen con ellos, porque toda vida esconde un misterio, incluso la más escandalosa, incluso la mía; incluso la suya. No me vayan a terminar enganchados a las tragaperras virtuales, al x de de Elon Musk o a los dueños del colmao, que nos roban la dignidad y la cartera en nombre de su verdad.