‘El escenario’ de Karmelo Iribarren: tragicomedia de los días grises

El escenario. Karmelo C. Iribarren. Colección Visor de Poesía.

En El escenario, Karmelo Iribarren es la voz del hombre común que cuenta sus días, días grises, días que se parecen unos a otros salvo en algún destello de luz. La voz que habla en estos poemas anota esos relámpagos con una naturalidad escéptica. En los versos de El escenario se atisba el final, se acerca como una proa avistada en el horizonte del mar. Cada vez más cerca. El escenario está organizado en las calles, en los bares, en las ventanas, algún balcón, el paseo marítimo, la lluvia, más lluvia, las gaviotas, los gorriones, los viejos en las plazas, las estaciones, los cisnes del estanque.

karmelo iribarren

Dice Karmelo Iribarren en alguna entrevista reciente que él ya no es aquel al que le suceden las cosas sino el que las observa. El escenario es un libro de observaciones, y breves apuntes o comentarios. Tristeza y humor, ternura y desencanto, son ingredientes constantes en toda la poesía de Iribarren. El humor aquí es sutil, matizado por la ironía, menos crudo en este libro que en los primeros. La poesía de Karmelo Iribarren se ha ido puliendo con el tiempo. Ha perdido rudeza, es más serena, sigue siendo melancólica, la tragedia se vincula con la aceptación.

Aspira El escenario a convertir en poesía la experiencia cotidiana del hombre común, las visiones de los días grises, esas imágenes que condensan en un instante el pasado, el presente, el tiempo porvenir. Como en el tercer poema, Desde mi ventana, en el que el poeta observa el invierno en los tejados, las chimeneas «trabajan a pleno rendimiento». «Igual que a tantas otras que forman parte de mi vida, a esta imagen tampoco le queda mucho. Es una sensación extraña, irreal. Me acerco a un mundo en el que mis recuerdos no van a tener dónde ocurrir».

Hay muchos versos sobre la vejez y la muerte. La vejez es «un lugar solitario, frío, triste, como una pista de baile abandonada. Se han llevado la música a otra calle pero sigues escuchándola. Y eso es casi lo peor». El poeta de El escenario es un ser solitario. Hay días que va a ver el mar. Otros, casi todos, pasa la tarde en un bar o en los cafés. «ofrecen serenidad y a su manera esperanza. De algunos días son lo único que podría salvarse». Y pasea, pasea mucho. Como en Un gesto que ha caído en desuso, en el que elogia a los que pasean con las manos a la espalda: «gracias a nuestra parsimonia la velocidad hacia el desastre parece un poco menor».

Asoma también siempre el desencanto, que Karmelo Iribarren confiesa que le ha acompañado desde joven. Nunca fue un entusiasta de nada. En Cantos de vida y añoranza, se reafirma en su convicción: las proclamas y consignas, los amores y las guerras, acabarán formando parte de cualquier conversación de bar, «el trayecto, breve, suele ser siempre el mismo: de la esperanza a la melancolía». Son también poemas de la soledad, o contra ella. Contra la soledad «solo te queda el amor. Y tiene que ser de verdad: no valen aquí simulacros». Son poemas directos, claros, narrativos, cercanos, directos.

Y la elipsis. «Yo quito mucho», dice Karmelo Iribarren. A veces el poema se convierte en un epigrama, como en Hotel frente al mar: «El día arde en el horizonte. Nosotros aquí». E insiste en esa técnica de darle al poema su tensión con una alusión a Machado en la página última de El escenario: El último verso de Antonio Machado que comienza a sí: «No parece gran cosa, no deslumbra, apenas unas pocas palabras gastadas por el uso. Estos días tristes y este sol de la infancia. Pero todo cabe en ellas, no se terminan nunca. Quizás por eso yo las evoco ahora frente al mar».

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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