‘El final de la cuerda’, de Joseph Conrad, o el viaje a la tiniebla interior

El final de la cuerda. Joseph Conrad. Traducción y postfacio de Isabel Lacruz Bassols. Editorial Funambulista

Joseph Conrad escribió El final de la cuerda en 1902, justo en el periodo de tiempo que va entre dos de sus dos grandes novelas, Lord Jim (1900), una novela sobre la pérdida de honor y la redención, que sigue la historia de un joven marino que abandona su barco durante una emergencia y Nostromo (1904): relato épico ambientado en una república sudamericana ficticia, que explora temas como la revolución, el poder y la corrupción. Se trata de un relato poco conocido, que ha vivido a la sombra de otras grandes narraciones, y sin embargo es una obra maestra, una novela de amplia resonancia, según Borges «una de las más espléndidas narraciones, extensa o breve, nueva o antigua, de las letras inglesas, comparable a las composiciones musicales de Juan Sebastián Bach»

el final de la cuerda

Lo que llama la atención del comentario de Borges es la analogía con el músico barroco. En la lectura de El final de la cuerda se anuncia pronto que hay un único tema: la peripecia del capitán Whaley, que arrastra en el tramo final de su vida la deplorable situación de verse arruinado, y empujado a ponerse al frente de un barco, un vapor, que hace rutas marítimas por el estrecho de Malaca, en aguas de Malasia. Un vapor.

Esa melodía primera, compuesta con el amor filial de Whalley hacia su hija se va repitiendo en el relato mientras la historia se adensa y se complica, se adentra en una zona de tinieblas, que no es otra oscuridad que la del interior de los personajes.

Primer escritor de la globalización, la que acercó los continentes a finales del siglo XIX y principios del XX, Joseph Conrad desdeñaba la navegación en barcos de vapor por ser una forma de navegación que disolvía la hermandad marinera. La vela se había convertido en «la aristocracia de los barcos»«los veleros fomentaban la construcción de una comunidad anclada en los valores de la lealdad, la determinación, el valor y el compromiso». En El final de la cuerda nos presenta al capitán Whalley, sentado junto al timón del Sofala un viejo vapor destartalado, comprado por un viejo jefe de máquinas, Massy, con el dinero obtenido en un premio de la lotería. Massy no sabe navegar. Como patrón, debe encontrar un capitán que gobierne la nave.

Cálculo, individualismo, deslealtad

A Whalley ya no le queda otro propósito en la vida que ganar dinero para ayudar a su hija, que vive en Australia, con la esperanza de poder verla al menos una vez. Invierte las quinientas libras que le quedan de la venta de un velero de su propiedad en el barco de Massy, y se embarca con la tripulación en una aventura incierta. Conrad escribe con un estilo ondulante, que va del punto de vista de Whalley al de Massy, pasando por Sterne, un segundo jefe de máquinas que tiene la ambición de desplazar al capitán para hacerse cargo de la nave. La lealtad y el compromiso de los veleros se ha tornado aquí cálculo, individualismo, y deslealtad.

Whalley la recorrido la cuerda de la vida y se acerca al final. Ha llegado sin nada: «no tenía nada suyo… Incluso había perdido su propio pasado de honor, de veracidad, de justo orgullo. Toda una vida sin tacha se había hundido en el abismo. Había ya dado el último adiós a todo ello. Pero lo que le pertenecía a ella estaba decidido a salvarlo. Era solo un poco de dinero. Se lo entregaría con sus propias manos, como el último regalo de un hombre que había perdurado demasiado. Y la llama de un grandioso y fiero impulso, la pasión de la paternidad, ardió con todo el vigor inquebrantable de su inútil vida en deseos de ver el rostro de su hija».

Whalley es el último testigo de un mundo que ha muerto. Su empeño es tan noble como inútil. Su deseo le será negado por el destino. Queda en manos del lector averiguar de qué forma. Y solo nos queda asegurarle de que tendrá en sus manos una de las grandes novelas de Conrad, quizá muy poco conocida. Pero es algo que puede cambiar.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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