‘El hombre nuevo’, el horror en las cárceles de la Rumanía comunista

El hombre nuevo. Grigore Dumitrescu. Traducción de Rafael Pisot. Prólogo de Marius Oprea. Editorial Omen.

En las celdas de la prisión de Jilava primero, en las del penal de Pitesti después, Grigore Dimitrescu evoca las grandes esperanzas que se difundieron por Rumanía en mayo de 1948, nada más terminada la Segunda Guerra Mundial: «América no tolerará una dictadura comunista en el Este de Europa». En la Asamblea Nacional se debate una constitución, democrática y progresista, las dos palabras mágicas de la época. Hoy sabemos que su significado real es exactamente el contrario de su campo semántico. Detrás de todo está la infiltración comunista: agentes formados en Moscú, bajo el mando de Stalin.

el hombre nuevo

El 15 de mayo son detenidas quince mil personas en una sola noche. «la Seguridad del Estado es sustituida por la Securitate del Pueblo, la Policía por la Milicia del Pueblo y los ayuntamientos pasan a llamarse consejos populares». Sigiloso, ha llegado el comunismo. Comienza el infierno. En las cárceles se empieza a forjar «el hombre nuevo». A golpes y con humillaciones extremas. El método rumano tiene sus peculiaridades, su propio sello de crueldad.

Como Checoslovaquia, como Hungría o Polonia, al término de la Segunda Guerra Mundial, Rumanía no era un país comunista, y los militantes del partido eran una exigua minoría. Pero Stalin estaba dispuesto a cobrarse el precio de la victoria en el frente del Este. En su celda de Pitesti, Grigore Dumitrescu recuerda el ruido que acompañaba el avance de los soldados soviéticos: «se oye que los «libertadores» siembran la destrucción a su paso, arramblando con todo lo que encuentran (caballos, carros, coches de caballos, automóviles en buen estado o medio averiados), que vacían los colmados en cuestión de minutos, que matan un terreno con tal de comerse unas chuletas, que revientan un barril con tal de beber unos cuantos litros de vino. Que te revuelven la casa por si encuentran algo valioso. Yo también espero verlos, para comprobar si es verdad todo lo que oigo sobre ellos». Los verá pronto. Vienen acompañados de soldados con uniforme soviético que hablan un perfecto rumano.

Esa guardia rumana entrenada en los cuarteles de Stalin se infiltrará pronto en los partidos llamados democráticos que llegan al poder en 1948 y convierten el país en una dictadura comunista. Miles de rumanos fueron detenidos y encarcelados. Jilava y Pitesti forman parte del Gulag rumano. Jilava como una prisión de tránsito, Pitesti como corazón del infierno. Aquí se ensaya un método nuevo para crear el hombre nuevo. Los presos son encarcelados en celdas de quince o veinte personas. Verdugos y víctimas comparten un pequeño espacio. Entre los verdugos, algunos criminales extremos. Las palizas a los presos son continuas, imprevistas, aleatorias, de una extrema crueldad: golpes con cinturones abren de cuajo la carne del cuerpo de los presos, obligados a comer sus propias heces. Algunos no lo soportan y se suicidan: se abren las venas, se arrojan por el hueco de las escaleras. Rumanía ha pasado de la guerra al siguiente escalón del infierno.

Dumitrescu reza en su interior para que esa tortura termine, se hace la cruz con la punta de la lengua en el paladar. Su relato es frío, técnico, telegráfico, contenido en los adjetivos, irónico: «me quedo así, con la cabeza agachada, encorvado, defendiéndome instintivamente de la lluvia de porras y cinturones, pero con el pensamiento siempre puesto en los desconocidos que han puesto en marcha este experimento. Rostros nuevos, recién salidos de la «paz» instaurada tras la Segunda Guerra Mundial». Y poco después recuerda que apenas se acaba de secar la tinta con la gue se han escrito los expedientes de Nuremberg «y pese a ello habéis decidido continuar con unas atrocidades tan crueles que los criminales que os precedieron no podrían ni imaginar».

el hombre nuevo

El hombre nuevo es un recluso humillado, torturado, convertido en un animal que vive en el terror permanente, sometido a la humillación de confesar los pecados de su vida burguesa, de ponerlos por escrito y recitarlos en voz alta, forzado a trabajos en el proyecto absurdo e interminable del canal Danubio-Mar Negro. Una tortura atroz y a la vez refinada: al preso se le impide lavar la escudilla en la que una vez al día le depositan unas gachas de avena como único alimento. Comer en un lugar sucio, para que la condena llegue a los pliegues más pequeños de su vía diaria. Dumistrescu indaga en lo que Solzhenitsyn definió como «la mayor barbarie del mundo contemporáneo»

A pesar de este y otros muchos testimonios, como escribe Marius Oprea (historiador, fundador del Instituto para la Investigación de los Crímenes del Comunismo en Rumanía) en el prólogo, en la Rumanía de hoy se prefiere olvidar y «el negacionismo de los crímenes cometidos campa a sus anchas, tolerado tal vez por una sociedad adormecida que es incapaz de reaccionar». Frente a quienes esgrimen, desde el comunismo, la historia como arma del presente, el libro de Dumitrescu es la historia como prueba, y como certeza de que lo único importante es el ser humano, su libertad y su autonomía para construir y desarrollar la vida que quiera vivir.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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