“Este no es un libro de memorias, no es una biografía, ni un legado político, tampoco una crónica parlamentaria. Ni mucho menos, un ajuste de cuentas con nadie; ni me apetece hacerlo ni aportaría nada”. Estamos de acuerdo en lo que Albert Rivera afirma que no es su libro (página 14). ¿Qué es lo que sí es? “(…) una compilación de varias cosas a la vez: de información no contada hasta hoy, de sensaciones y percepciones que ahora sí puedo compartir y de reflexiones con un ojo puesto en la experiencia de los años vividos y el otro mirando al futuro de la España y el mundo que vienen”. Aquí sí cabría algún matiz. Podemos convenir que el conjunto es un poco cajón de sastre. Pero llamar “reflexiones” a lo que disemina Rivera a lo largo de las 312 páginas de Un ciudadano libre es colgar bocetos en las paredes de un museo allí donde el visitante espera encontrar un cuadro.
Política e intelecto
Se puede ser un político magnífico sin tener un gran recorrido intelectual. Vean, si no, a Adolfo Suárez. Pero, una vez frente a la tarea de escribir un libro, conviene articular las ideas y el relato con una mínima profundidad. Un ensayo, por pocas pretensiones que tenga, no es una respuesta en una entrevista de Pablo Motos. No ha pasado un año desde que Albert Rivera abandonó la política. El expresidente de Ciudadanos sigue expresándose como si continuara en ella. Está envarado. Plantea temas interesantes que se quedan en meros apuntes.
No hay disección ni análisis ni nada parecido a un pensamiento fruto de una maduración. Sorprende en alguien que ha adaptado a España la figura de exfuturo presidente del Gobierno que el propio Al Gore creó, con mucha gracia, para sí mismo. El Rivera que reflejan las páginas del libro no es el que buena parte de la sociedad asumió como un verosímil jefe del ejecutivo de una potencia occidental desarrollada, sino el “buscalikes” irredento de su perfil de Instagram.
Sin palabras sobre los primeros fracasos
Como en la red social, lo feo no sale en la foto. Las omisiones tienen un punto burdo. En ocasiones repetidas (página 189, por ejemplo) se alude al periodo 2014-2015 como el del salto de Ciudadanos a la política nacional. No es de recibo que no se diga una palabra de los primeros fracasos de la formación en las elecciones generales de 2008 (46.313 votos y 0,18% del sufragio, con el propio Rivera encabezando la lista de Barcelona) y las elecciones europeas de 2009 (22.903 votos y 0,14% del sufragio), a las que concurrió como sucursal española del controvertido movimiento paneuropeo Libertas con Miguel Durán como cabeza de cartel. Ni una palabra, tampoco, para las militancias previas de Albert Rivera.
El origen de Ciudadanos se cuenta de un modo muy esquemático. Mariano Alonso subraya que Arcadi Espada no aparece siquiera citado. Quizá sea por eso por lo que el periodista lanzó un duro dardo contra el libro en su columna dominical de El Mundo del 27 de septiembre, cuando se mofó, sin citar autor ni procedencia, de la cita “Siempre he pensado que el lugar en el que se encuentra una persona que decide quitarse la vida debe ser lo más parecido al infierno” (página 46). El contexto en el que aparece es el suicidio de un tío de Rivera.
Párrafos propios de redacción de instituto
La obsesión por Barack Obama y Emmanuel Macron tiene un toque casi pueril, de póster en la habitación de adolescente al que le empiezan a picar las inquietudes políticas. Como también ha comentado Alonso, son mencionados con más asiduidad que algunos de sus colaboradores más fieles. Es precisamente el capítulo Les respeto, les admiro -en el que retrata, con nitidez de Polaroid en medio de un terremoto, a las personalidades públicas que ha conocido- el que produce en el lector una mayor dosis de rubor. Sólo por lo manoseado como chiste, debería evitarse utilizar el adjetivo “preparado” si lo que se quiere es elogiar al rey Felipe VI (página 271). Así concluye: «Puedo decir que el tiempo que me he dedicado a la política me ha dado la oportunidad de crecer como persona porque he tratado a grandes personas». Ningún docente de ESO se atrevería a suspender una redacción con ese final.
Lo que uno hubiese deseado es una crónica del pasado y una reflexión del futuro más aguda y sincera en la que el autor, despojado del corsé del liderazgo, realizara análisis profundos sobre una etapa apasionante
José Ignacio Wert
Hablábamos más arriba de los esbozos. Hay ideas sugestivas: la velocidad vertiginosa de los tiempos políticos presentes (página 22), la dificultad para pensar por la omnipresencia del teléfono (página 96), la crítica al abuso de las emociones en el mensaje político (página 132) o el contagio populista (página 135). Ahora que ambos han dejado la vida pública, confiesa que tiene mejor relación con Mariano Rajoy, y que incluso han comido juntos alguna vez en estos meses (página 144). Es esperanzador que, en medio del clima político irrespirable que vivimos, reconozca que hablar con los adversarios es una buena práctica que debería haber llevado a cabo con más frecuencia (página 164).
Entre lo ingenuo y lo simplista
Algunas explicaciones de los hechos pasados resultan ventajistas y no parecen responder a un análisis realmente sereno y autocrítico. Estamos de acuerdo en que la repetición electoral era un error para Ciudadanos, pero quizá no por las razones que expone (página 179). La autopsia de su muerte política (página 181) tampoco resulta muy convincente. El relato de su papel en la aplicación del artículo 155 (página 240) también es víctima de ese aire ingenuo y simplista que destila (casi) todo el relato.
El volumen también incluye alguna revelación interesante. Que Rajoy le ofreció ser vicepresidente del Gobierno (página 173) era más o menos sabido. Sí ha resultado más sorprendente leer que José Luis Rodríguez Zapatero le intentó disuadir de su iniciativa de viajar a Venezuela en 2016 durante un desayuno en casa del entonces ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo (página 281).
Goya y el «golpe posmoderno»
Incluso en un texto tan estudiado como este, al autor se le escapan rasgos que dicen entre líneas más de su carácter que una frase muy calculada. Por ejemplo: avisó a sus padres de que dejaba la política con un simple WhatsApp (página 30). Entronca con el tímido que han descrito algunos de los que mejor le conocen. Los meses transcurridos entre el aplazamiento del lanzamiento por la pandemia y su aparición final en las librerías no han servido para corregir algunos gazapos, como la fecha del cuadro Duelo a garrotazos (o La Riña), de Goya, que sitúa hace “ciento cincuenta años” cuando en realidad han pasado casi 200 (página 123) o de una reunión con Rajoy para seguir el acuerdo de investidura alcanzado en el verano de 2016 que aquí data… en la primavera anterior (página 137). Se echa de menos que cite a Daniel Gascón cuando define los sucesos catalanes de octubre de 2017 como “golpe posmoderno” (página 232).
Decepciona que un libro que, sin usar esa expresión, viene a glosar los males de la “política Mr.Wonderful” (página 102) e incluso tiene un capítulo titulado Bajo los focos y en las redes, acabe resultando tan superficial. Lo que uno hubiese deseado es una crónica del pasado y una reflexión del futuro más aguda y sincera en la que el autor, despojado del corsé del liderazgo, realizara análisis profundos sobre una etapa apasionante y sobre un proyecto político de centro que no sólo cuajó, sino que estuvo próximo a configurarse en alternativa de Gobierno. Incluso que hubiera mostrado algo del siempre necesario sentido del humor. Ha preferido esto otro. Es (un ciudadano) libre de hacerlo.
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