El libro doce. Carmen Jodra Davó. La bella Varsovia Editorial
Obra póstuma de Carmen Jodra, El libro doce es el encargo que dejó a Elena Medel, que firma al final del tomo una «nota de la editora» en la que explica los avatares de la obra. El primer borrador quedó terminado en 2018. La autora tachó versos, corrigió otros y escogió la versión definitiva entre las muchas que manejaba. Medel explica la incorporación a El libro doce de un par de poemas que Jodra había recitado en público, como embrionario del conjunto. Medel afirma que «El libro doce dialoga de una forma directa con el libro XII de la Antología Palatina, y en cierto modo retoma muchos de los temas de Las moras agraces –de nuevo el tiempo, la belleza como salvación y redención, la escritura propia como reescritura de las experiencias ajenas–, pero veinte años más tarde: con veinte años más de vida y de lecturas”.
El paso del tiempo y la belleza. Y un dominio de lo clásico. La gracia con una perfección formal que deslumbra. Esa es la poesía de Carmen Jodra. La belleza que nos consuela, la que nos daña cuando se nos presenta ajena. En ese marco se despliegan los poemas de El libro doce, la obra póstuma de Carmen Jodra Davó, en cuya versión definitiva trabajaba al fallecer. Vamos con un primer ejemplo:
«AL LLEGAR EL VERANO APARECE UNA RAZA de hombres jóvenes que no estaba allí antes. Los reconoceréis por su altura, por el lustre de los cabellos, por la ropa breve que deja ver los miembros como troncos de árboles de no más de treinta años. También porque son hombres, y no ya jovencitos. Si estáis en la ciudad los habréis visto, es difícil no verlos. No sabemos de dónde vienen ni dónde estaban durante el tiempo frío ni su fuerza viril para quién la reservan solo sabemos que no son como nosotros solo sabemos que no son para nosotros»
El libro doce toma como referencia el libro XII de la Antología palatina: los poemas de amor efébico con los que la poesía griega cantó a la juventud y la hermosura. Temas y fascinaciones que ya formaban parte de sus libros anteriores, Las moras agraces y Rincones sucios, pero que la autora abordó desde la experiencia y las lecturas ganadas con los años: otras atmósferas y otras músicas, más sabias, luminosas para una de las poetas más importantes de su generación.
Otro ejemplo, en AP XII, 8: «En la floristería un muchacho trenzaba ramilletes de bayas de hiedra entre las flores. Me acerqué a preguntarle: «¿Cuánto por tu guirnalda?», y se puso más rojo que las flores. Más que comprar las flores, yo al florista comprara; si no está en venta, compraré unas flores».
Hablemos un poco de Las moras agraces. Aquel poemario representó una reivindicación de los patrones clásicos, de la imitación y del virtuosismo técnico. Demostraba una profunda originalidad, en una época, los años 90, marcada por la poesía de la experiencia y por la defensa del compromiso. El discurso poético parecía que tenía que ser solo un discurso ético. Frente a toda aquella solemnidad apareció una joven, estudiante de Filología clásica, que afirma no buscar más que diversión en la lectura y en la escritura. Una joven que trae una visión desenfadada, adjetivada con humor y belleza, con equilibrio, todo lo trágico y solemne de la poesía.
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