En el centenario de Frédéric Dard. ‘El montacargas’: un thriller conciso, implacable, desolador

El montacargas. Frédéric Dard. Siruela 2019

El 29 de junio de este año, Frederic Darc habría cumplido cien años. La revista Le Point le dedica un número especial. En Fanfan recordamos una de las novelas más celebradas de este autor colosal, fulgurante e irreverente. En El Montacargas, Albert Herbin ha salido de la cárcel. Vuelve a casa de su madre muerta. Allí solo queda un colchón enrollado, polvo, mugre, grifos secos y herrumbrosos, y una orfandad estremecedora. La soledad le empuja a la calle.

Un París sucio y decadente

Desde la primera frase. El Montacargas es una de esas novelas que atrapan al lector desde las primeras palabras. Albert Herbin se pregunta por la orfandad en el primer compás de esta novela seca y concisa, que recuerda a los ambientes áridos de Simenon. Es la noche de Navidad, y Herbin deambula como un perro por un París sucio y decadente.

Entra en un restaurante de su barrio, un lugar bullicioso y conocido desde su infancia. A su lado cena una mujer acompañada de una niña. Una sonrisa, una mirada, un encuentro provocado en la puerta, la calle, y el reencuentro en la puerta de un cine. Entre las sombras de las butacas, sus manos se buscan. La niña está dormida, y Herbin se ofrece para llevarla a casa, apenas un paseo. La promesa de un amor adulto que clausure la orfandad se convierte en un abismo.

Portada de la edición española de El montacargas

Dos seres solitarios, frustrados y heridos. Dard construye una trama que avanza detalle a detalle con un ritmo creciente, un relato en el que dos desconocidos van iluminando zonas de su pasado entre mentiras, medias verdades, zonas de sombra que se dejan a la intemperie de la imaginación, al tiempo que van buscando el contacto físico, el abrazo, el beso, el descanso. El lector llega a un punto de perplejidad máxima. Herbin es el narrador. Todo sucede en unas horas. El montacargas es la pieza central de una tramoya en la que se enreda un crimen, ¿o se trata más bien de un suicidio?

El montacargas
Número especial de Le Point sobre Fréderic Dard, en junio de 2021

Entre Simenon y Céline

A la novela de Dard no le sobra nada. Su estilo es conciso, es seco, es implacable, camina sin concesiones hacia un desenlace terrible. Hasta en las construcciones humanas más inteligentes hay detalles que hacen desmoronarse castillos de ingeniería criminal casi perfecta. Los personajes de El montacargas son seres frenéticos, insomnes, sin descanso. Se afanan por escapar a un destino que no tiene piedad y que aparece con su rostro más trágico cuando menos lo espera

La narrativa de Dard recuerda al cine. Su capacidad para encerrar una trama en una secuencia temporal de apenas unas horas, el ritmo de su prosa, su frase seca, sin apenas adjetivos, y el retrato de sus personajes, dibujados en dos trazos de fuerte contraste, con un perfil existencial lúgubre, convierten este relato en un guión perfecto para la gran pantalla. El montacargas fue llevada al cine en 1962.

Cartel de la película Le Monte-Charge de 1962

Las novelas de Dard, sobre todo su serie del comisario San Antonio (nombre con el que firmó muchas de sus obras) , le hicieron popular en la Francia de los años 50/60. Dard trabajó con frecuencia en el cine y en el teatro, como autor dramático y guionista. La edición de Siruela es la segunda versión al español de El montacargas. Y es probable que el éxito anime a traducciones de otras obras de este escritor que es uno de los maestros de la novela negra. Los críticos le han situado siempre como uno de los hijos literarios de Simenon, un cruce entre el belga y el francés Céline. Murió en Bonnefontaine (Suiza) el año 2000.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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