El mundo sigue. Juan Antonio Zunzunegui. Editorial El Paseo.
Surfeando la ola del centenario de Fernán Gómez, la editorial El Paseo se ha lanzado a la publicación y promoción de la novela que inspiró la película homónima, que según algunos críticos, es la mejor película del cine español del pasado siglo. La portada del libro replica el cartel original que anunciaba la película. Fernán Gómez siempre otorgó el mérito de la cinta a Juan Antonio Zunzunegui, novelista, que según el actor y director, fue quien “mejor ha llevado a la narrativa española el enorme fracaso político de la posguerra española”. Anótese que este fracaso está novelado por un falangista de “primera hora”, amigo y compañero de aula universitaria de Primo de Rivera, “falangista, de Falange de antes de la guerra, y de Falange de posguerra”. La novela se publicó en su primera edición en 1960.
El mundo sigue sesenta años después
Leída hoy, sorprende que El mundo sigue pasara el filtro de la censura. El tránsito debió de ser algo más fácil para un autor acomodado en el franquismo, que en la novela demuestra una visión muy crítica con la evolución de la España de la época. El régimen ahogó el relato en el silencio, y la película, estrenada cinco años después, tuvo una vida breve y clandestina. Y bien está que se recupere una obra que, leída sesenta años después, funciona con una fuerza narrativa y una agilidad de estructura que lleva al lector a una entrega compulsiva. Tiene ritmo y hondura vital, una técnica muy lograda, y unos personajes cercanos que sobreviven en un Madrid, en una España, que provoca una profunda sensación de asco.
La historia que narra El mundo sigue se centra en la vida de Eloísa y Luisita, dos hermanas, hijas de doña Eloísa, de profesión sus labores, y de Agapito, un guardia de la circulación de Madrid. El matrimonio tiene otro hijo, un necio beato que intentó hacer carrera eclesiástica y fue rebotado del seminario por incapaz. Eloísa es la bella del barrio, la que de joven gana los concursos de belleza, pero a la que le falta el carácter para medrar en un mundo de pícaros en el que la bondad es un defecto, la doblez una virtud y la belleza una mercancía que ofrece a los que han sabido subir en la escala social a base de engaños y trapacerías. Completan el cuadro Faustino, novio primero y marido después de Eloísa, un ludópata entregado en alma y cuerpo a las quinielas de la Apuestas Mutuas, y los diversos amantes de Luisa, Luisita, industriales vascos del acero, catalanes del textil y valencianos de la exportación.
Luisa y Eloísa son dos mundos opuestos, antagónicos, y la tensión narrativa se organiza en función de esa tensión: cada vez que se encuentran se destrozan a insultos. Conforme avanza la novela, el deterioro es mayor, porque Eloísa insiste en no abandonar al golfo de su marido, por amor y por sus hijos. Su mundo se hunde mientras la estrategia de Luisa, de vender amor y comprensión entre los que se la pueden pagar, triunfa. En paralelo, Zunzunegui dibuja el mundo del periodismo con tonos de aguafuerte. Por la novela aparecen también el crítico Andrés Guillen Soria, incapaz de estrenar una obra de teatro, y el Roquita, un plumilla, periodista que malvive a base de chismes y de hacer biografías de tenderos que llegaron a Madrid desde la España profunda.
Guillén Soria se da de bruces con la realidad cuando se atreve a criticar la obra escrita por el hijo de un consejero del periódico para el que trabaja. Como le dice el director, la norma fundamental es que «los hijos de nuestros consejeros siempre tienen un enorme talento». «Vivimos en el mejor país de la tierra», dice el jefe del rotativo, «España es el país más laborioso y moral de la tierra».
En torno a esa ironía, Zunzunegui crea unos personajes que malviven en un pozo de inmundicia del que son incapaces de salir. El idealismo de Eloísa no puede dar de comer a sus seis hijos, el cinismo de Luisita es un puro cálculo de costes y beneficios. La beatería del hijo es un delirio desconectado de la realidad. La bondad es trágica. Los pícaros son los dueños. Para el resto, el régimen tan solo tiene un entretenimiento de fútbol, tómbolas y loterías, y los científicos más eminentes mueren «de tristeza, de sinsabores y de asco».
Zunzunegui era un escritor de vida acomodada. Hijo de buena familia de Bilbao, se pudo entregar a la tarea de hacerse escritor. Viajó por Europa. Tenía mundo. Entró en la Academia de la Lengua al tiempo que Camilo José Cela. Su mejor obra fue El mundo sigue. Demuestra en esta novela un dominio del diálogo y un sentido del ritmo muy eficaz. La narración está compuesta por largos diálogos de gran eficacia dramática, y un recurso a la voz interior que le permite trazar en algunos pasajes el contraste entre lo que los personajes dicen y lo que piensan. El mundo sigue es la novela de un desengaño, el del idealista de Falange que vio cómo la revolución terminaba en un grotesco espectáculo de vulgaridad y asco.
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