El muro de Madrid. Luis Prados de la Escosura. Turner
Imaginemos que el estancamiento del frente del Ebro en 1938 alargó la Guerra Civil hasta convertirla en un episodio la Segunda Guerra Mundial. Imaginemos que al finalizar la contienda mundial, los aliados decidieran dividir el país en dos: una diagonal desde Navarra a Cádiz bajo una monarquía parlamentaria confesional y en la zona este la República Democrática Española (RDE), una dictadura comunista de obediencia soviética. Y Madrid, dividida en dos, como lo estuvo Berlín, con familias y amigos separados arbitrariamente.
Sin anclaje en la realidad
Este es el arranque de la novela El muro de Madrid. La idea es sugerente, la realización fallida. La novela es un auténtico pestiño. Sin paliativos. El héroe es un pusilánime sin carisma; los secundarios no tienen rasgos de verosimilitud alguna; la trama no existe y la historia no engancha. No sabemos si lo que está pasando transcurre en días, en semanas o en años. Los personajes se enamoran instantáneamente como si fuera una película de Disney y el lector se pierde en un relato que a veces es político y que no tiene pies ni cabeza. La conversión de la protagonista en espía de la noche a la mañana es ridícula y los personajes que ayudan a los protagonistas en su huida están fuera de toda realidad.
El autor se esfuerza, bien es verdad que sin conseguirlo, en mostrar las maldades de ambos lados. En la RDE, la propaganda y la policía secreta controlan la vida de sus ciudadanos: estos pueden desaparecer de un día para otro, mueren de frío y de miseria en las cárceles dispersas por el territorio nacional y carecen de lo más elemental. Pero ¡Oh sorpresa!, donde hay un intento levantamiento militar, a solo cinco años del fin de la guerra, no es en la España sometida a la dictadura del proletariado, sino en la otra, en la democracia Parlamentaria y Católica donde reina el orden y una cierta prosperidad. ¿Por qué? Vaya usted a saber…
Un relato sin prosa de calidad
Podría haber salvado la novela, una escritura exquisita, que nos hiciera disfrutar, si no de la historia al menos de su prosa. No es el caso de El Muro de Madrid. Como ejemplo, la escena de amor erótico entre los protagonistas, es de un nivel simplemente ramplón. «Cayeron sobre la cama, explorando sus cuerpos, tocándose, acariciándose, lamiéndose sin pedir permiso. Sudorosos, húmedos, jugaron con sus sentidos hasta alcanzar un estallido de fuegos artificiales, como si mil cajas de cerillas se prendieran a la vez» En primer curso de Corín Tellado esta escena tenía más temperatura.
Una no puede dejar de pensar que este ha sido un entretenimiento de su autor durante el confinamiento. Lo entiendo y lo comprendo. Todos hicimos en aquellos días cosas de las que nos abochornamos: panes incomestibles, proyectos de costura, iniciación al macramé. Pero hemos tenido el pudor de que quedara en la intimidad de nuestro encierro, solo compartido por nuestra familia que si no es comprensiva al menos es benévola. Aquí es donde debería haber quedado El Muro de Madrid. En la intimidad familiar.
Y si alguno se pregunta por qué llegué hasta el final si El Muro de Madrid es tan mala, le diré que por esta curiosidad empecinada en saber si mejoraba al final, y en que para hacer una crítica como Dios manda hay que terminar los libros. Este era un encargo de mi jefe y una es muy bien mandada
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