El país que nunca existió. Pasado, presente y futuro de la península ibérica. Gabriel Magalhaes. Elba Editorial
El país que nunca existió es una «península ibérica pletórica, una realidad plural y próspera, moderna, dialogante y democrática». Así comienza desde su introducción este ensayo estimulante, que invita al lector al diálogo, a la discrepancia y al debate, y que está entre los más interesantes ensayos que el lector puede encontrar en las librerías. Porque habla de nuestro pasado y de nuestro presente, ahonda en las razones de nuestra historia y dibuja un futuro optimista y posible. El libro, dice Magalhaes, es una «carta náutica que nos permite mantener ese rumbo» hacia un país que creíamos cercano cuando celebramos los grandes acontecimientos de la década de los 90, pero que se nos ha escapado de las manos, una vez más. Magalhaes ha escrito un libro importante, relevante, de esos que no deberían pasar sin hacer ruido, aunque en algunos capítulos uno no esté de acuerdo con el diagnóstico. Su propósito es civilizado, ambicioso, y sobre todo posible, para que la península deje de ser un territorio de oportunidades perdidas.
En El país que nunca existió, Magalhaes parte de una herida, de lo que llama el «trauma ibérico» provocado por la invasión romana, la romanización de los pueblos y tribus que habitaban la península: «Roma fue, pues, humillación y seducción. Y esta seducción conllevó una honda, definitiva rendición. Fue trauma y fue sueño. Y esa experiencia traumática sigue viva en nuestro ADN peninsular, latiendo en nuestras entrañas, exactamente como sigue vivo el sueño».
En esa romanización es donde el autor cifra el miedo de los pueblos ibéricos a desaparecer, a perder sus idiomas, porque «después del arrodillamiento ante las legiones latinas, jamás volvimos a abdicar de las identidades que surgieron posteriormente». Junto a esta herida, junto al trauma, pervive la seducción de las uniones supranacionales. Somos aldeanos y cosmopolitas, y somos las dos cosas de forma radical y apasionada. Pero ese temor a desaparecer, a perder la identidad, disueltos en algo más grande y moderno, es para Magalhaes el miedo que impide a España una convivencia entre culturas diversas, y el mismo miedo que impide una utopía iberista.
La tesis de Magalhaes es más atractiva cuando llega a explicar las «derrotas gloriosas». Los ibéricos celebramos «desastres bélicos históricos que nuestras culturas transforman en victorias» porque son interiorizados como muestra de un corazón irreductible, que nos permite vivir una derrota como si fuera una victoria. El problema es que Viriato o Numancia, o la derrota de 1714 que se celebra en la Diada catalana no son arquetipos exclusivos de los iberos sino que se pueden encontrar en todas las culturas, desde la Grecia antigua (Esparta en las Termópilas) hasta el presente.
Un nuevo imperio
Por ese camino, Magalhaes va encadenando eslabones polémicos. Para el autor, los iberos, españoles y portugueses, «edificamos un Imperio romano del tamaño del mundo entero para olvidar que habíamos sido dominados por el original imperio latino mediterráneo». Y toma como prueba Os Lusíadas, de Camoens, mejor recibido en España que en Portugal y que habría funcionado como la liberación de una vieja llaga. Pero esa pulsión imperial, sigue Magalhaes, no resolvió los problemas de riesgo que corrían «nacionalidades» como la catalana.
Viene después en el libro un repaso por algunos territorios que forman, conforman, la identidad de un autor que nació en Angola, ha vivido en Portugal, en el País Vasco, en Cataluña. Hay mucho de experiencia propia y de observación. Profundiza en el la forma de ser de catalanes, vascos, y contempla la esencia de Madrid con una perspectiva interesante, como una ciudad que todos los días se levanta con ansiedad por crear el mundo. Donde nos despierta discrepancias en el análisis del problema del nacionalismo catalán. No creo que se trata de un problema de reconocimiento de Cataluña, como afirma Magalhaes. Reconocimiento lo ha habido, lo hay. La cuestión es definir qué se entiende por reconocimiento.
Que la Constitución del 78 necesita reformas, es un hecho. Que no existe consenso para llevarlas a término también. Es un hecho que las lenguas que se hablan en España no se perciben como un patrimonio cultural común. También lo es que el nacionalismo ha utilizado las lenguas como pasaporte para definir quién es vasco y quién no lo es, quién merece llamarse catalán y quién no. Encontrar un marco en el que todas las tensiones de la identidad se relajen es ciertamente un desafío colosal. No se trata solo de tener una nación de libres e iguales, sin duda, pero es que la realidad a la que nos ha llevado la deriva nacionalista es a la desigualdad y a la imposición
Lo mejor del libro es su visión ibérica, que no iberista, porque el libro insiste en no tener un planteamiento de iberismo, ni viejo ni nuevo. Magalhaes ve la península con una perspectiva doble, y apunta a que España debería mirar en Portugal para conocer cuál es el camino de la paz y de la serenidad (Portugal las tiene y cuando viajamos a su país nos seduce) y Portugal puede copiar de España la senda de la prosperidad y el crecimiento.