El Peón en el tablero. Irène Némirovsky. Traducción del francés de José Antonio Soriano Marco. Editorial Salamandra
Publicada por primera vez en la editorial Albin Michel en 1934, El peón en el tablero (Le Pion sur l’échiquier) retrata el malestar de la clase media en la época de entreguerras, entre un conflicto mundial y el siguiente. El Peón es la historia de Christophe Bohun, un empleado anónimo que detesta su vida ordinaria. La novela se aparta de la veta ruso-judía que había sido hasta ese momento la senda de la obra de Némirovsky y pone el acento en el análisis de la vida de la pequeña burguesía francesa. Ilumina una zona de Francia que dos años más tarde Céline llevará hasta sus últimas consecuencias en Muerte a crédito.
El elemento fundamental de El Peón en el tablero es la formulación de la inquietud existencial de su protagonista, que refleja los interrogantes esenciales de una generación que se enfrenta a la fragilidad de la clase media. Después de los desastres morales de la Primera Guerra mundial, esa clase se encuentra de bruces con la homogeneización de las masas. Las alusiones temporales en el texto son mínimas. Pero son suficientes como para considerar a Christophe Bohun como el representante de un malestar ligado a la situación de la época de entreguerras, y sobre todo a las inquietudes provocadas por la crisis económica de 1929: el hombre cualquiera, el mediocre incapaz de probar su excelencia, y por tanto condenado a experimentar el vacío absoluto de su existencia. El germen de lo que será la obra de Sartre.
Bohun es el hijo de un industrial del acero arruinado. El padre, enfermo, convive en el mismo piso que la familia de Bohun. Esa degradación física no es más que el contrapunto de la ruina económica y de la degradación moral. El rostro de Christophe, «flácido y envejecido» contrasta con la predilección del viejo Bohun por «las cosas ásperas, amargas y fuertes». El único proyecto que es capaz de albergar el hijo es el de esperar la muerte del padre para conseguir un patrimonio que le pueda procurar una vida tranquila y sin preocupaciones. Vana esperanza. En la herencia se muestras todas las aporías que caracterizan el paso de una burguesía despreciable, pero capaz de autodeterminación, a una pequeña burguesía pasiva, y por tanto igualmente condenable. Christophe será incapaz de utilizar la única herencia que deja el viejo al morir: los detalles de los sobornos pagados a una larga lista de diputados y senadores, la prueba de la corrupción de la generación que gobierna Francia.
Hundido en una oscura desesperación, Christophe reflexiona sobre su condición de marginal y el sentido del ser en el mundo. Alumbra por una parte la conciencia de la insuficiencia de la posición individual en el mundo, al tiempo que es incapaz de animar una reacción. La pregunta sobre las posibilidades de recomenzar, de armar un futuro, no obtienen ninguna respuesta concreta, más allá de la indiferencia ante el sueño imposible de la clase media. Es ahí donde reside la originalidad de una novela, la ambivalencia más interesante de esta novela: un sujeto que es incapaz de asumir la estructura cultural impuesta por la burguesía y de organizar cualquier forma de reacción contra la misma.
El único placer conscientemente celebrado por Christophe Bohun será el de la velocidad, el de la libertad que le da conducir su automóvil: «Mi único deseo, el coche más rápido de Francia». La velocidad es la única posible forma de ebriedad que niega la rutina pequeño burguesa, el tedio y la náusea de los sueños imposibles, el escape de un futuro abolido. Una forma de huida que no solo no critica la nueva civilización burguesa y el culto al dinero sino que la confirma: la única vía de salida es la posesión de un artículo de lujo. Arrojado a un contexto en el que no es posible recomponer el yo, Christophe no tiene el control de sus impulsos, que ya son solo el resultado de su vida inconsciente. El Peón en el tablero explora ese mundo de contradicciones de una nueva cultura que propone al individuo la alternativa de someterse o condenarse a sí mismo a la soledad, y a la muerte. La promesa de la igualdad sumida en la masa ha sido disuelta en una alienación en el trabajo y el dinero. El destino de Bohun es trágico. Némirovsky juega en el final con los espejos, pero los Narcisos de la posguerra mundial no se quieren, acarician la tentación de la muerte, y ven con lucidez su propia miseria, y las debilidades del ser humano.
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