El quepis y otros relatos. Colette. Traducción de Núria Petit. Acantilado
Los cuatro cuentos de Colette reunidos en este tomo que preside El quepis (Le Kepi) siguen el orden y la composición de la misma obra editada en Francia por Fayard cuando Colette contaba setenta años. Su vida como escritora estaba hecha, y su vida amorosa también. No tenía que dar cuentas a nadie. Y ese desenfado se percibe en los relatos. El talento de Colette no está solo en la historia central de los relatos, sino en como lleva al lector al corazón del cuento.
A estas alturas de siglo, los relatos de El quepis mantienen la vivacidad, la sabiduría sobre los movimientos del alma en el amor, y la libertad y el punto provocador con los que fueron escritos. Colette (1873-1954) sigue viva en sus obras. Había nacido el 28 de enero de 1873, con el nombre de Sidonie Gabrielle Colette. Se casó a los veinte años. Sus primeras novelas llevan la firma de Willy, su primer marido. Su fama le llega tras su divorcio, con obras como Dialogue de bêtes (1904) Les vrilles de la vigne (1905) y La Vagabonde (1910).
Su popularidad en estos tiempos está reforzada por el cine. En los últimos años Stephen Frears ha adaptado Chéri (1920) y Keira Knightley le dio vida en una biografía en la que se repasan sus novelas y sobre todo sus escándalos: los tres matrimonios, los muchos amantes, su bisexualidad, y su literatura, de una mirada liberal que provocaba sofocos en lectores que seguirían leyéndola por su talento y también por su capacidad crítica.
El quepis de Colette con el que se abre el libro tiene todos los elementos para pensar que se trata de un pasaje autobiográfico. Colette lo narra en primera persona. Entre los personajes está Willy (su primer marido) y Paul Masson (su amigo). Colette cuenta un episodio de la vida de Marco, una amiga entrada en la edad de los cuarenta a la que anima a un romance con un joven militar, el teniente Trallard. Marco está separada. Su primer marido se dio a la fuga, pero le manda de vez en cuando unos suculentos cheques que Marco gasta en ropa con la ayuda de Colette. Marco vive de escribir folletines.
El teniente hace reverdecer su vida amorosa y sexual con el brío de un potro: “en su verborrea inicial, no había olvidado mencionar la “desmesura de las caricias”, la generosa rebeldía del fogoso joven que empujaba la puerta entornada, apartaba la cortina y desde allí alcanzaba de un salto el sofá donde Marco yacía esperándolo. No toleraba ni rodeos ni discursos”. Los amigos de Colette describen las fases como la curva que va del fulgor a la decadencia. Pero Colette intuye que el final será triste y patético. El peldaño en el que el amor se rompe es un suceso banal, una broma que rompe la magia del ese amor frágil. El hombre único que ha encontrado Marco se desvanece en medio de agudas observaciones de Colette sobre la naturaleza del amor y los movimientos del sexo.
Le sigue La mocita, otro relato en el que Colette es la mujer que escucha, esta vez a un amigo que supera los cincuenta y que le confiesa su última aventura con una joven de quince años, una lozana campesina, Louisette, que encontró en un paseo por el campo. El cuento es un prodigio de sutilezas, de análisis de las estrategias de seducción, en este caso de un hombre mayor ante una joven fogosa que aparenta querer evitarlo sin demasiada convicción. En sus encuentros furtivos acabará apareciendo la madre para dar al relato un giro final.
En El lacre verde encontraremos también notas de la juventud de Colette, en un cuento que evoca a su madre, a su padre, el despacho y los utensilios de escritura que tanto le fascinaban, y que relata el episodio de una boda entre una joven y un viudo, que terminará en crimen. Para terminar, el relato titulado Armande, que cuenta las simulaciones de Maxime, los vericuetos que el joven Maxime utiliza para esconderse del amor de una antigua relación que según su hermana está deseando volver con él. La hermana empuja a Maxime a aceptar ese amor de una Armande que le supera en riqueza y posición. Maxime teje una táctica para que ese amor no se le escape sin necesidad de manifestar su voluntad.
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