‘El salón del perejil gigante’: Gilles Clément construye un hogar

El salón del perejil gigante. Gilles Clément. Traducción de Natalia Zarco. Elba editorial.

el salon del perejil gigante

¿Qué es una casa? ¿Cómo se construye un hogar? ¿Cuáles son sus límites? Gilles Clement es paisajista, escritor, botánico, profesor y pedagogo, y un gran divulgador que nos ha enseñado a olvidarnos del afan de dominar a la naturaleza. Clément explica con precisión el origen del libro, que no es otro que el relato de la construcción de su propia casa, hecha con sus manos en la Creuse francesa: «Allí me instalé en 1977. Buscaba un terreno para crear un jardin, para vivir en un espacio salvaje. Imaginé numerosas ventanas con marco bajo, con la finalidad de poder contemplar el jardin en todas las estaciones».

Todo comienza, en este libro lleno de poesía y de verdad, con una cruda certeza: la llave de la casa de toda la vida de Gilles Clément, no entra en la cerradura. Alguien la ha cambiado, y ha clausurado con ese gesto el hogar, el lugar de todos los recuerdos y misterios: «es la casa de mi vida, sin pretextos, ha forjado mi vida, cruda y solitaria, dede las largas horas de la adolescencia, nunca lo bastante largas, sin embargo, nunca suficientes para desvelar el lado oculto de las cosas. La casa de una búsqueda intensa, la única casa del espíritu». «La casa donde se despliega el universo, mi único refugio, la estructura de una mica, la antena de una abeja, la foto de mi madre…»

Clément inicia un viaje por Francia para buscar un lugar donde construir un jardín. Tiene que ser un lugar salvaje. Deambula por aquí y por allá para regresar a la misma comarca en la que tuvo su casa, la Creuse. Comienza entonces un baile de persuasión, una danza que debe interpretar los códigos arcanos con los que se gobiernan los aldeanos. Nunca puede más el que más dinero tiene. Clément no es un urbanita que ha idealizado el campo. Al contrario. Su vecina Fernande le dirá que tiene que hablar con Marcel si quiere comprar el terreno en el que ha visto su hogar. Atentos al párrafo: «Más rico, más grande, mejor equipado, con maquinaria agrícola, Marcel representa el vecino que combatir según las reglas ancestrales de la lucha tgerritorial. Una razón tan buena como cualquier otra. Una herencia de reconcer acumulados constituye a las familias como clanes. Con fronteras y líneas de defensa, pasadizos a la vista y caminos cubiertos, puestos de vigilancia: un seto bien situado bajo los carpes entre dos campos donde se abre un agujero a la altura de los ojos, o una puerta entreabierta en el patio desde donde Fernande -y otros en cada casa- puede saber quién pasa y quién vuelve a pasar por el camino, con qué herramienta, con qué necesitdad o para qué oscura misión. Eso es el campo». En Francia y en España.

El derecho de crear el propio hogar

Y claro, comienzan las dificultades. Cuando la construcción ya está en marcha entra en juego la policía, avisada por algún vecino: no saben qué está pasando en la finca, sospechan que quizá se esté cultivando droga, y por lo menos hay alguien que está levantando paredes, cubriendo un tejado, sin haber solicitado permisos: «aquí nos tienes, trabajando. Nosotros, soñadores y jardineros, nosotros, herederos de una revolución llena de estrellas, decididos a cuestionar los errores de una sociedad nueva donde el solo hecho de abandonar las prohibiciones nos sitúa por e encima de las contingencias, como levitando». Clément reconquista el derecho elemental «a ser uno mismno, recuperar aquel gesto confiscado por el que cada uno, en total libertad, puede construir su casa».

Pero en el relato de «El salón del perjil gigante» hay una subtrama que se inicia en aquella perplejidad de encontrar la cerradura de casa cambiada. Es el conflicto con el padre, que no se resuelve hasta que Gilles se reencuentra con él después de haber levantado su propia casa: «mi padre, tan cerca, tan lejos, a qjuien le debo el haber construirdo una casa, allí. Ha hecho lo que ha podido, su mirada lo dice. El tenía creencias, había que usarlas, agotarlas y abandonarlas; yo tenía insolencia, decisión y esa pretensión infantil: la independencia. Baja la guardia, yo también. Afrontamos nuestras últimas debilidades, el pudor, la duda. Cae la noche. Nos abrazamos. Es la primera vez».

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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