Ella Fitzgerald, la voz que estableció el cancionero americano del jazz

Becoming Ella Fitzgerald: The Jazz Singer Who Transformed American Song. Judith Tick. Norton 

Una nueva biografía, publicada en Estados Unidos, nos ofrece una nueva visión de la cantante que marcó la música de los Estados Unidos. Ella Fitzgerald nació en 1917 en Newport News, Virginia, pero pasó la mayor parte de su infancia en una zona pobre de Yonkers, Nueva York. Su padre era un estibador de puerto que abandonó a la familia cuando ella era joven. Su madre, empleada de hogar, trabajaba además en una lavandería. Ella no pasó de la secundaria. Su primer trabajo: vigilante en un burdel. La arrestaron en una redada, y pasó un tiempo en un centro de atención para jóvenes con problemas. Entre los episodios trágicos de su vida están los abusos que sufrió por parte de un familiar. Pensó en hacerse bailarina. Su oportunidad llegó cuando tenía 17 años, en una noche de aficionados en el Teatro Apollo. Superando un enorme pavor al público, cantó una canción para asombro del músico que dirigía la banda: Chick Webb. Él le dio su primer contrato.

ella fitzgerald

Ella Fitzgerald, sin embargo, no daba el perfil. No era la típica cantante de banda de la época, destinada a estimular los impulsos eróticos del público masculino. Algunos pensaron que Fitzgerald tenía un aspecto demasiado sencillo para el papel. Pero su voz despejó todas las dudas. Su primer éxito fue “A-Tisket A-Tasket”, que sacaba jazz de una canción infantil. En “Becoming Ella Fitzgerald: The Jazz Singer Who Transformed American Song”, Judith Tick relata cómo Fitzgerald llega a un mundo duro, cuyo liderazgo se resuelve en enfrentamientos.

En 1938, en el Savoy Ballroom, la banda de Count Basie se enfrentó a la de Webb en una batalla de bandas. Billie Holiday cantaba con Basie, así que también fue una batalla de vocalistas. Louis Armstrong y Benny Goodman estaban entre el público. Fue uno de esos momentos históricos en el que cualquier aficionado a la música y en especial al jazz, le hubiera gustado contemplar. Un duelo de gigantes.

Fitzgerald debió de demostrar su valor porque Goodman intentó robarle a Fitzgerald a Webb. Después de que Webb muriera de tuberculosis en 1939, a los 34 años, Fitzgerald dirigió brevemente su banda. Al poco tiempo, estaba grabando con Armstrong, y haciendo giras con Dizzy Gillespie. Actuó en la serie de conciertos de estrellas Jazz at the Philharmonic. Oscar Peterson tocó con ella y en sus memorias habla de su “imperturbable confianza musical”. Estaba al frente de los más grandes músicos de jazz vivos, sin inmutarse.

Fitzgerald también se enfrentó a los críticos de jazz, que creían que los vocalistas (especialmente las vocalistas femeninas) abarataban el jazz, lo diluían y distraían la atención del público, que no se fijaba en los músicos.

La biografía de Tick se basa en los ocho álbumes iniciales “Song Book” de Fitzgerald para Verve, grabados entre 1956 y 1964. Tenía un gusto impecable. Revisó y modernizó canciones de Cole Porter, Rodgers y Hart, Duke Ellington, Irving Berlin, George e Ira Gershwin, Harold Arlen, Jerome Kern y Johnny Mercer. En el proceso, escribe Tick, “colocó las bases de lo que pronto se conocería como el Gran Cancionero Americano”.

Fitzgerald no ha sido nunca un tema fácil para los excritores de biografías. Era distante en las entrevistas. Una cantante que no paraba de trabajar en giras, o en apariciones de televisión. Pero nada de lo que hacía nos acerca al personaje. Las biografías, también esta, ofrecen siempre una visión un tanto borrosa de la persona, de una mujer diabética, que cocinaba para ella misma en la parte trasera de los escenarios donde luego cantaba, que coleccionaba libros de recetas, o que viajaba con su máquina de coser. Sus actuaciones eran, sin embargo, fascinantes para fotógrafos como Friedlander o Leibowitz.

El libro de Tick entra más a fondo en la personalidad de Ella al final de la vida de Fitzgerald, en 1996. Cuando tenía problemas de salud, le gustaba escuchar sus viejos discos y evocar los recuerdos de su vida. En uno de sus últimos días, su hijo contrató a un trío de excelentes músicos para que tocaran para ella.

Mar del Val
Mar del Val
Lectora desde la tierna infancia, aprecio el arte en los relatos y también la honestidad. Cautivar al lector con trampas es una tarea compleja, por eso una se siente un detective en el ejercicio de desentrañar los trucos retóricos, los falsos espejos, los fondos de ilusionista de novelistas y cuentistas. Creo que el público con el tiempo se ha hecho crédulo y poco crítico. No estamos en la vida para ser amables, aunque a nadie le amarga un dulce.

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