En el estudio del escultor Jacobo Castellano

Confieso mi extrema curiosidad por el estudio de un artista. El taller donde trabaja el escultor nos revela parte de su proceso creativo. El íntimo secreto es algo intransferible, pero en su ámbito de trabajo podemos conocer sus asociaciones, las obras fallidas, las tentativas, el juego. ¿Qué artista no juega para luego consolidar o descartar los hallazgos? Castellano es un hombre inquieto, en continua efervescencia, hospitalario. Ha dispuesto, en orden militar, unas botellas de agua, unas almendras, fritas a un lado, crudas al otro. Sabe que el rodaje será largo. Hay un caos aparente de maderas, cuerdas, gomas, telas, pero en el fondo todo está en orden.

El artista posa junto a una pila de ladrillos de barro cocido. Los ha dispuesto en medio de la sala, y los acompaña, en la base de la torre, de una foto en la que aparece una vieja máquina de proyección del cine que fundara su abuelo en Villargordo, un pueblo de Jaén. Jacobo estudió Bellas Artes en Granada, pero tuvo que interrumpir su carrera por una intoxicación que estuvo a punto de costarle la vida. La causa fue su alergia al aguarrás. Las clases de pintura de la escuela, situada en el viejo manicomio de Granada, se daban en una sala sin ventilación. Y un día, en plena actividad académica, Jacobo se desvaneció para despertar en una unidad de cuidados intensivos. Dejó la pintura, hizo la carrera por libre, y se centró en la madera. Bendita madera. La madera o los ladrillos, y después las telas de lino.

La madera la encuentra en una carpintería de Alcorcón en la pasa horas seleccionando cortes de troncos tropicales. El escultor lo sabe todo de la ceiba, del iroko, del sapelli, del ébano. Un tronco de ébano reposa en el suelo. En la serrería le han quitado fragmentos, filetes. Es una madera cara, y se corta solo lo que el cliente necesita. «Cuando lo vi», dice el escultor, «supe enseguida que debía servir como recipiente. El ébano es impermeable. Le hice un agujero con un taladro, porque a mano sería imposible: es una madera muy densa. Y lo lleno de aceite de los olivos familiares de Jaén. Cuando lo ves, dan ganas de mojar pan».

Sobre una mesa reposan listones de deshecho de luthier, tacos de formas diversas, y un sinfín de utensilios de escultor: sierras japonesas, gubias, cepillos. Están revueltos entre pequeños aviones de plomo aplastados, una fusta de jockey, y hasta un «detente bala», aquellos amuletos que utilizaban los carlistas para evitar la muerte en combate: la carcasa del cartucho de una bala en la que se ha construido un pequeño altar.

De un cable cuelgan esculturas. Una de ellas es una combinación de láminas de ébano. Forman un trazado similar a aquellos que hacíamos de niños con palillos: tensión máxima que a veces estallaba. En la obra de Castellano está presente el juego. Hay también piezas que son una acumulación de maderas en las que se ha hecho un corte, cerrado después con tela y grapas, metáfora de la herida. Y telas, grandes telas de lino que acumulan capas de pintura. Si, la misma pintura que estuvo a punto de matarlo. Pero esta no tiene disolventes. Es un óleo en barra que el artista reparte por la tela, previamente cepillada, para que la materia pictórica forme grumos. Dan ganas de tocar las obras. Y aquí, en el taller, se nos permite esta licencia que en la galería de exposición estaría vedada.

Juego y memoria familiar. Castellano cuenta que su gran iluminación le vino cuando entró en la casa de sus abuelos, abandonada durante quince años. Un día los abuelos se trasladaron para unos días, pero nunca regresaron. El tiempo se había congelado. En aquellos objetos, en los muebles, se había posado la memoria a la espera de un descubrimiento. Entre esos muebles estaba la mecedora de la abuela: «Cuando serraba aquella mecedora, no estaba cortando maderas, estaba serrando las siestas de mi abuela»

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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