Entre Rusia y Cuba, entre la memoria y el olvido

Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido. Jorge Ferrer. 261 páginas. Ladera Norte

En el preámbulo de esta historia familiar, Jorge Ferrer asegura que hay «muchas maneras de haberse encontrado con las revoluciones rusa y cubana, y acabar lastimados por ellas». Ferrer explora las formas en que la revolución afectó a su abuelo y a su padre, antes de abordar la afectación que provocó en sí mismo. En ese punto habla de los tres en tercera persona, «clientes de de al menos un par de dictaduras y uno de ellos llegó a conocer tres». Es un viaje lleno de decepciones, también de ilusiones, y mucho humor. Las aplicaciones de Inteligencia Artificial a las que en algún momento se somete el autor, lo confiesa, dicen que es un excelente traductor de literatura rusa. Después de leer este tomo, el lector dirá que es también un excelente escritor. Dividido en tres capítulos, «El byvshi», «El apparatchik» y «El pioner», la denominación, prestada del ruso, indica las tres formas vitales que adoptaron, en su orden, el abuelo, el padre, y el nieto/hijo, el autor.

Entre Rusia y Cuba

Byvshi es la voz rusa para denominar a los grupos sociales que tuvieron una preeminencia en el régimen anterior. Los cubanos crearían su propia denominación, más sonora y gráfica, «los siquitrillados», los ex, los apartados, los superados por el tiempo, arrumbados en este caso por la revolución. Federico Ferrer, el abuelo, un policía durante los tiempos de Batista, respondería a esta clasifación, porque formó parte de aquellos a los que la revolución «había roto el lomo». Los siquitrillados pasaron pronto a ser gusanos, y gusano acabó siendo todo el que se marchaba a Miami, donde la revolución exportaba a patadas a todos los que molestaban. Jorge Ferrer sigue la peripecia de su abuelo, su cambio de apellido (cambia el Pérez por Ferrer) y su deportación a Miami en 1968. Desterrado.

Entre Rusia y Cuba. Contra la memoria y el olvido, sigue el juego caprichoso de la historia con las tres generaciones de hombres de la familia Ferrer, pero explora los confusos juegos con los que se construye la memoria, que no deja de ser un producto contaminado de imaginación, de recuerdos inventados, implantados, imposibles. El autor crea recuerdos de escenas que vivió, «pero no tenía edad para memorizar».

El padre, también Jorge, hijo del «siquitrillado», contable callado y eficiente, hace carrera en la Banca estatal cubana a pesar de tener un familiar en Miami. Y años después es destinado a Rusia, donde ve la naturaleza de su propio país «en la dictadura de al lado, como el que un día reconoce aquella estremecedora risa de su madre en la de la mujer que arroja un cigarrillo en una esquina de una ciudad extranjera y se sube a un coche que arranca como un bólido». Cuba había llegado a la cumbre de la «excepcionalidad», que es una aspiración constante de la revolución y de los Castro. El apparatchik murió cuando estaba a punto de cambiar de vida, «cuando incurría en la insolencia, la hermosa insolencia, de comenzar a vivir».

La dictadura Cubana sobrevivió a la caída de la Unión soviética. Ese hudimiento hizo aflorar la peor Rusia y también la peor Cuba. En uno de los párrafos más clarividente de este libro, a la vez lleno de amargura y de humor, de juegos de palabras, de asociaciones brillantes y de referencias culturales, Ferrer reconoce que «tal vez nunca supimos leer la historia que nos había tocado vivir», que los que apenas se habían quitado la pañoleta de pioneros solo estaban viviendo historias individuales «fugazmente implicadas con un régimen también individual, el castrista». «Tal vez no éramos conscientes de que levitábamos en un mundo nuevo, en uno donde sólo se echa pie en tierra cuando se lucha a la vez contra la memoria y contra el olvido». Hacer memoria, apunta hacia el final, es una de las formas de establecer las cuentas de lo que la revolución dio y quitó. Ferrer quema los recuerdos en la hoguera de San Juan con la que termine este libro, con música de sones y de boleros.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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