Ética para valientes. El honor en nuestros días. David Cerdá. Colección Pensamiento actual. Rialp
Como buen estratega, Cerdá comienza el libro con una historia. Al poco tiempo de iniciarse la Primera Guerra Mundial, el capitán del ejército británico Robert Campbell cayó prisionero de los alemanes. Fue internado en un campo de prisioneros de Magdeburgo. En octubre de 1916 recibió la noticia de que su madre afrontaba los últimos días de su vida por un cáncer terminal. Campbell tuvo la osadía de escribir al Kaiser para pedirle permiso. Le ofreció su palabra de honor de que después de despedirse de su madre, regresaría a la prisión. El Kaiser se lo concedió. Campbell pasó una semana con su madre, y regresó a Magdeburgo.
El capitán Campbell nunca dejó de intentar la fuga, pero cumplió su palabra. La historia de Campbell, situada en el comienzo del libro, cumple la regla retórica de atrapar al lector en la primera línea y no soltarlo hasta el final. Un buen director de marketing la habría colocado en la portada. El libro de Cerdá nos sacude con fuerza y plantea una visión radicalmente nueva del honor. El honor es la salida a la crisis de la modernidad, la culminación virtuosa del proceso que nos ha hecho individuos. Sin honor la democracia se descompone.
El honor ético
Qué honor, dice en su primer capítulo. Se trata primero de distinguir. Cerdá define el honor tribal, atávico y cruel, el honor meritorio de la excelencia y el de la fama que se cuenta en premios y medallas. No son estos los que propone, sino un honor ético, versión avanzada de todos los demás, que “tiene su sede en la conciencia, pero es social porque rinde cuentas ante los demás y nace de la mirada del otro”. Tiene ingredientes de todos los demás. Del tribal toma el vigor de los sentimientos, del meritorio, la aspiración al bien, y del honorífico, la ejemplaridad.
Cerdá explora y explica las bases del honor, para buscar el núcleo de una ética universal. ¿Es posible apelar a unos principios éticos comunes a todos los humanos? Cerdá lo afirma, sin necesidad de recurrir a una instancia divina. Se basa para sostener esa idea en los sentimientos morales. No en el capricho de lo emocional, tan sobado por los mercaderes de hoy, sino en una trama sentimental rica, frondosa, y educada. Señala tres sentimientos capitales en relación al honor: la vergüenza, la compasión, y la admiración ante lo superior. Y aquí comienza el lector a experimentar una perplejidad efervescente. ¿Vergüenza? ¿No se cultiva hoy y se premia la falta de vergüenza? ¿No se ha convertido la compasión en un moneda fácil y falsa que se cotiza en likes? ¿No se ha arrasado la admiración de cualquiera que haya llegado a la excelencia? Y todo con la promesa de la liberación.
Valor y valientes
Entra aquí en juego la valentía de esta ética para valientes. “La valentía es el puente entre los sentimientos y las creencias y la acción honorable. El valor es un instrumento que el honor requiere para que el bien no se ahogue en intenciones y pueda materializarse”. La posmodernidad nos ha aislado. Nos ha entregado unos teléfonos inteligentes y nos brinda una vida virtual de emociones devaluadas y razón anestesiada. Para completar el juego elimina la filosofía de los planes de estudio y desprecia la memoria. Cerdá propone la valentía: “al negarse a sucumbir al miedo, el valiente se sitúa por encima de lo esperado”. El valiente renuncia a lo inmediato en favor de lo grande. Pero para encontrar el impulso del coraje, debe escuchar al corazón: “puesto que vivimos en un mundo sobrestimulado en el que está desapareciendo el silencio del corazón y el intelecto, el monto de valentía existente se está reduciendo”.
Disculparán que el artículo sea largo, pero es porque el libro de Cerdá es denso en sugerencias, propuestas, ideas, sabiduría y clarividencia. Y además está escrito con una enorme claridad, y apoyado en argumentos tomados del cine (‘Solo ante el peligro’) o de la historia, remota y reciente. A Cerdá se le entiende todo. El coraje se ejercita y el honor se practica. Los dos requieren de hábitos que los conviertan en algo corriente y rutinario, con las que el individuo venza las influencias sociales. ¿No vivimos hoy un mundo radicalmente contrario a ese principio que todos reconoceremos como fundamental para que las personas alcancen el propósito del bien, de la verdad y de la belleza?
Cerdá aborda también, para negarla, la idea de que somos seres individuales que sobrevivimos gracias al impulso egoísta. Los saltos de complejidad a lo largo de la evolución humana son saltos de cooperación. El juicio moral “está causado por intuiciones morales rápidas, y es seguido, si acaso, por razonamientos morales lentos y ex post facto”. El honor ético es una obediencia autónoma, y exige el cumplimiento de un deber que cuaja en el corazón y que se forma ante “la humanidad plasmada en cada prójimo, cuya dignidad me interpela”. Esa madurez moral no “acota nuestra libertad, sino que la ensancha”.
La premisa cero
Existe un bien objetivo, y Cerdá dedica algunas páginas a desmontar las razones del relativismo. La ética es objetiva, no necesita de perchas metafísicas. El autor establece una premisa cero con dos postulados esenciales: “todo sufrimiento evitable es un mal absoluto; y toda vida humana no insoportablemente sufriente es un bien absoluto”. Esa ética basada en el bien objetivo es el grado más avanzado de desarrollo moral posible. Y aquí una de las claves del libro: “para que el honor y la valentía abunden necesitaremos que cada vez más gente entienda, sienta y viva la unidad universal de la experiencia humana, una aventura compartida que tiene como escenario un planeta único y por tramoya nuestra calaña vulnerable”.
Cerdá hace un repaso por la historia de la cultura y las mentalidades para entender cómo hemos llegado a una posmodernidad tecnológica en la que el deshonor se ha abaratado, en la que la individualización ha creado un yo posmoderno que “aspira a su autorrealización solitaria, repudiando todo deber como una insufrible intromisión en la trayectoria propia”. Cerdá aborda también el valor político de un honor ético, transversal a todas las posturas políticas que reconozcan que existe la verdad y el bien objetivo. El “individualismo expresivo” “aísla a las personas de su pasado y su futuro, volviéndolas irrespetuosas con sus antepasados e insolidarias con las generaciones venideras”. Una democracia plena, afirma, necesita una ética en la que cada miembro de la Cosmópolis se considere un testador y un legatario. La ética del honor dispone de todo lo que hace falta para sanar la democracia.
Hay también un capítulo dedicado a la heroicidad. El libro está por cierto ofrecido a los héroes de la pandemia. El heroísmo, para Cerdá, es el honor sometido a circunstancias extraordinarias que pueden suponer arruinar la vida o perderla. Termina el texto con páginas dedicadas a un tema capital: nos han convencido de que el propósito del ser humano debe ser la búsqueda de la felicidad. El honor ético desplaza esa idea para decir que la meta suprema del ser humano es el bien, aunque no nos haga felices.
He consumido dos lápices para subrayar un libro cargado de ideas, que da una respuesta sólida, radical y valiente, a la profunda insatisfacción que las posmodernidad ha instalado entre nosotros, y que se traduce el dolor, dolor mental y confusión existencial. Para este lector, Ética para valientes es el libro de este 2022, y no será fácil que otra obra lo supere.