‘Gambito de dama’: cuando Dios te da un gran talento y te priva de todo lo demás

«Los dioses no dan todos los talentos a una sola persona», decían los griegos. Gambito de dama responde a la idea de que una persona, en este caso una mujer, reciba un gran talento, un talento específico, el de dominar el juego del ajedrez. Y a la vez, esa persona sea privada de todo lo demás. La protagonista, Beth Harmon (Anya Taylor-Joy) descubre su tesoro oculto en el sótano del orfanato donde ha sido internada. El destino le ha privado de madre y padre, no tiene una familia, y mira el mundo con los ojos perplejos de quien sabe muy pronto que los dioses juegan con nuestra vida sin que sepamos en qué dirección la van a orientar.

Un tributo a las mujeres

Gambito de dama, serie de Netflix, sigue los pasos de la novela de Walter Tevis que lleva el mismo título. Tevis dijo que su novela era un tributo a las mujeres inteligentes. Una recuerda por ejemplo a las hermanas Polgar, grandes del ajedrez, que tuvieron una infancia dura, con un padre que las entrenaba para el juego sin piedad y con métodos crueles. Pero Tevis no se inspiró en mujeres para crear el personaje de Beth Harmon, sino en jugadores reales de ajedrez.

El propio Walter Tevis fue jugador de ajedrez, con una puntuación aceptable. Llegó a los 1.500 puntos, en esa clasificación que indica la probabilidad de ganar al rival. En esos torneos en los que jugaba Tevis, es probable que conociera a jugadores obsesionados por el tablero, en un juego que, tomado en serio, se puede convertir en un mundo ajeno a todo lo demás.

Un mundo propio

Eso es lo que el guionista de Gambito de dama nos transmite. Harmon es una muchacha de vida interior, poco sociable. En el primer capítulo ha perdido a su madre en un accidente de tráfico. Ingresa en un orfanato donde administran a las niñas unas pastillas tranquilizantes que tienen el efecto de producir una concentrada serenidad en la mente de Beth. Un día descubre en el sótano que el bedel se refugia en esa penumbra para analizar partidas. Y se abre un mundo. Un universo en el que, como dice Beth, «solo pagas por aquellos errores que tu cometes». Un mundo que se puede controlar, dominar, un mundo cerrado.

A esas alturas de la serie, el espectador se ha identificado con Beth. El destino le llevará a una familia. Pronto descubrirá que se trata de un hogar triturado por la pérdida. Más razones para olvidarse de todo y seguir analizando el infinito mundo del ajedrez. Llegarán los torneos. Y en ese punto descubrirás como espectador que quieres que Beth gane y gane y gane hasta pulverizar todos los récords, hasta llegar a la cima, porque Dios le dio un solo talento y le privó de todo lo demás

El peso dramático

La serie está muy bien narrada. Da igual lo que pase en el tablero. No importa. La cámara no se fija en la evolución de la partida sino en los rostros de los actores. Y esas caras lo dicen todo. La carga dramática de la serie descansa en los talentos como actriz de Anya Taylor-Joy, y hay que decir que está a la altura del desafío, que sostiene todo el peso narrativo de un juego que es imposible trasladar al gran público. Su capacidad de asumir el papel resuelve esa partida con un resultado extraordinario. Anya Taylor-Jay se convierte en esta serie en un Bobby Fisher reencarnado en mujer.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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