El Centro Niemeyer de Avilés acoge, hasta el 15 de junio, una muestra de la obra fundamental del fotógrafo Gonzalo Juanes. La exposición pasó antes por Madrid, y descubrió para el gran público la obra de un fotógrafo discreto, podemos decir que íntimo. Reacio a publicar sus fotografías, Juanes almacenó sus diapositivas Kodachrome, con las que organizaba pases para su familia, y sus amigos más cercanos. Nada más. Se resistió a las exposiciones en vida, y tan solo aceptó la organizada por el ayuntamiento de Gijón. La obra de Juanes transcurre en buena parte en Asturias. Retrata las fiestas populares, como el descenso del Sella, o la decadencia de la ciudad industrial. En la muestra del Niemeyer hay destellos de un gran fotógrafo, que comenzó con el blanco y negro para luego ser uno de los primeros en utilizar el color.
Chema Conesa, comisario de la muestra, sitúa a Juanes entre lo mejor de la fotografía española de la segunda mitad del siglo XX: «es un fotografo asturiano bastante poco conocido, por su carácter, íntimo y especial, de no alardear de nada. Mantuvo esa relación con la fotografía, y no quería ser un fotógrafo de primera plana. Forma parte de la generación del grupo AFAL, donde está lo mejor de la fotografía española. Fue el primero que hizo una producción continuada en soporte color, a pesar de que el mismo grupo Afal, sus compañeros, todos trabajaban en blanco y negro. Era el momento del blanco y negro: la modernidad, el contraste. La forma de ser progre era el blanco y negro, porque estaba al alcance de los aficionados»
Pero Juanes nunca se sintió satisfecho con el blanco y negro. En sus años de Madrid, se relaciona con el mundo de la cultura, retrata a artistas y escritores. En la muestra se puede ver el retrato que le hizo al humorista Chumy Chúmez, en aquella época una de las estrellas de publicaciones como La Codorniz. Juanes gana un premio con un retrato a su esposa, Isabel. Pero las decepciones con el laboratorio le llevaron a ensayar el color con la película Kodachrome, recién llegada al mercado español. No fue, por tanto, una elección artística, sino fruto de la insatisfacción. Años más tarde regresaría al blanco y negro, con la ayuda de un experto en las artes de los procesos químicos.

El color le sirve para componer una serie de imágenes tomadas en el barrio de Salamanca en el año 1965. Tomas al azar. Sentado en la terraza de un bar, muy cerca del cruce de Serrano con María de Molina, Juanes pasa unas horas de domingo haciendo fotos de la gente que entra y sale del lugar. Se trata de una excepción en su trabajo, como afirma Conesa: «la serie que hace en Madrid, sobre una cafetería en la acera de un barrio de Salamanca es una anécdota en su producción. Venía mucho al teatro y al cine y en el 65, en el mes de noviembre, va a una cafetería y se sienta. Durante dos horas comienza a fotografiar lo que sucede. Aparecen personajes bien vestidos, a la moda. Y hace un retrato sencillo. No pretende nada. Sin moverse de la silla. Luego lo aumenta con fotos caminando. La base de ese reportaje son esas tomas que hace sentado en esa silla. Se convierte en un hecho importante para la fotografía española porque está hecha en color. Compone un reportaje que ha durado en el tiempo. Hemos descubierto entre esos personajes a un cantante en sus años jóvenes que vivía allí: Miki, el de Miki y los Tony»

La exposición en el Niemeyer permite seguir su evolución: desde las celebraciones populares al retrato del Gijón decadente de la crisis económica del último cuarto del siglo XX. O las fotografías en las que retrata a su familia. Arriba vemos a su padre, tomado de espaldas, mirando al infinito. O esas otras imágenes en las que retrata los objetos que se encuentra en la playa: una bicicleta vieja varada en la arena, una muñeca rota, peces muertos. Transuntos de su intimidad.
A veces le reprocharon que se fijara en «lo más feo de Gijón». Las tiendas cerradas, las fachadas desconchadas, fueron la expresión de un mundo que moría. Como sus propias imágenes de su estancia hospitalaria: una camilla vacía, unas manos conectadas a una sonda. Juanes capta la luz crepuscular del norte, esa luz lechosa, sombría, en la que el color saturado de la Kodachrome ofrece un constraste adjetivado, poético. Sus interiores de cafeterías nos recuerdan a los tonos de algunas obras literarias del realismo sucio, a las que era tan aficionado. Sus encuadres son osados, atrevidos. Sus intuciones son poderosas, y abrieron caminos hasta entonces no ensayados. Y lo hizo desde una discreción íntima, tan solo para expresar su propio mundo interior.