‘Guardianes de la memoria’, los que llevan el peso del pasado de Europa

Guardianes de la memoria. Viaje por las cicatrices de la vieja Europa. Álvaro Colomer. Editorial Fórcola. Colección siglo XX

Hay ciudades/signo, regiones que tienen un significado unívoco. Su campo semántico cubre apenas dos o tres sentidos. Negros, oscuros como pozos, o intensos por su carga de dolor. Son ciudades o regiones que cargan el peso de la historia, la grave tarea de estar ahí para significar una tragedia, una posibilidad siniestra de lo humano. Es decir, una posibilidad común a todos. Algo que debemos evitar con cuidado extremo, conscientes de que volver al horror es quizá un camino inevitable. Tienen esas regiones una fuerza de atracción irresistible. Como la lengua, que vuelve una y otra vez a repasar el perfil de la caries. Son ciudades y regiones que cargan, además de ese peso histórico, con la banalización del mal. El turista las frecuenta por el placer de «haber estado allí». Se autorretrata con sus móviles, comparte una sonrisa en el umbral de Auschwitz. Una risa fuera de lugar, como si al signo de la ciudad le hubiéramos privado de sentido.

Las heridas de Europa

Guardianes de la memoria es un libro de viajes sorprendente. Llegó a mis manos en la mañana del domingo. Por la noche lo había terminado. Colomer viaja en el presente, aunque los textos que reúne en este tomo tienen ya unos años. No importa. Son reportajes que tienen una mirada en el pasado y un atisbo del futuro. Resisten el paso del tiempo. Son actuales, porque responden a una pregunta que siempre lo será. ¿Qué ocurre con las ciudades/signo? ¿Qué piensan, sienten sus habitantes sobre el estigma clavado al nombre de Gernika o de Chernóbil? ¿Qué hacemos con las costumbres animistas de la Transilvania, cómo encajan en la modernidad de nuestras ciudades globalizadas, uniformizadas? O lo más radical, ¿se imagina usted como habitante de Auschwitz que viaja por el mundo y en todas partes tiene que hablar de su ciudad?

Guardianes de la memoria
Guardianes de la memoria

Ciudades estigmatizadas. La tragedia las mantiene en el pasado, como si su tarea fuera iluminar por siempre los momentos más terribles de nuestra historia europea. «Nacer en una ciudad estigmatizada implica mantener un pie permanentemente clavado en el pasado, resultando del todo inútil pretender que la otra pierna avance más allá de lo permitido por la flexibilidad del cuerpo». El autor viaja a cinco lugares, y escribe para «rendir homenaje a los habitantes de esas ciudades estigmatizadas, agradeciéndoles de algún modo que hayan renunciado s su propia evolución como colectivo autónomo en aras del mantenimiento de un recuerdo que realmente pertenece a toda la humanidad».

Los tangibles de Dios

De los cinco reportajes de Guardianes de la memoria, hay tres que nos llaman la atención. Se trata de Los estertores del vampiro, Los tangibles de Dios y La ciudad que se aleja. Marotinu de Sus, en la Transilvania, Lourdes, santuario en el sur de Francia, y Auschwitz/Oswiecim, en Polonia. El viaje a la Transilvania es una inmersión en la cultura, los mitos, las costumbres de una zona remota de Europa, alejada de la modernidad, que se resiste a renunciar a su forma de contemplar la muerte, el dolor y la enfermedad. Vivos que ayudan a los muertos a alcanzar el cielo. Vivos que advierten a los suyos de que sus costumbres no deben ser contadas fuera de la aldea, para evitar el desprecio y la anulación.

En Los tangibles de Dios el objetivo es Lourdes. «Este río de llantos desembocando en las alturas, esta demostración del sentimiento de orfandad que nos embarga, confiere a los devotos la misma grandeza que tendría un náufrago que no dejara de remar aun cuando se encontrara en medio del océano, a miles de kilómetros de la costa, sin siquiera una brújula marcando el camino». Lourdes como ciudad que carga con el peso del dolor y la esperanza. Lourdes como capital del valle de lágrimas.

Un selfie en Auschwitz
Un selfie y una sonrisa en Auschwitz

Los selfies de Auschwitz

Y en La ciudad que se aleja, Colomer tiene una aproximación al tema que es original y sorprendente. Utiliza su estupor, su silencio, su incapacidad de articular palabra ante la presencia de una mujer superviviente, como punto de partida y de llegada para intentar entender el significado actual de una ciudad marcada con el más terrible de los estigmas. Auschwitz significa muerte, muerte industrial, organizada. Por eso sus habitantes no quieren repetir ese nombre, y prefieren el polaco de Oswiecim para referirse a esa ciudad que se aleja en el tiempo y en el espacio.

El estilo de Colomer es claro y llano. A veces demasiado llano: «una cogorza de no te menees» (página 117) Hay concesiones a lo coloquial que sorprenden en unos reportajes que equilibran muy bien el peso de la documentación sobre la historia con los testimonios del presente, reunidos a veces en condiciones de gran dificultad. Guardianes de la memoria es un libro más que interesante, un gran trabajo que se puede ampliar a otras ciudades/signo, a otras regiones que tendrán que esperar tiempos mejores para sacudirse el peso de tener que encarnar en el mundo el signo y sentido de la tragedia.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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