Ángela vive en una ciudad del norte de España. Ángela llegó a España hace ya unos años. Vino para seguir estudiando Derecho. Vino desde Perú. Tenía un novio peruano aquí. Iba a darle una sorpresa y la sorpresa se la llevó ella. De repente se vio, abandonada, en un parque de Majadahonda, con una pequeña maleta y cinco euros. No fue su tragedia menor. Su padre, enfermo de cáncer, no tenía dinero para el tratamiento. Su madre cayó en una profunda depresión. Su hermano, estudiante, no tenía dinero para seguir estudiando. Fue el momento en el que decidió dedicarse al trabajo sexual. Prostitución. La entrevista que compartimos está llena de emociones, de reproches a la sociedad, de reconocimiento del alma de las personas. Hablar de esto no es un tema fácil. Y sin embargo, lo tenemos que hablar. La sociedad ha colocado un estigma en la frente de estas personas. La sociedad piensa que hay cosas que no se pueden vender, y que si se venden, se hace por presión de mafias. Y sin embargo nos encontramos personas que, empujadas por su circunstancia, entran en un mundo que nunca habían pensado transitar. Esta es la historia de Ángela.
¿Qué hacemos? ¿Prohibimos el trabajo del que habla esta historia de Ángela? ¿Las metemos en la cárcel? ¿Perseguimos a quienes consumen prostitución? ¿Es cierta y verdad las alternativa que dicen ofrecer algunas ONG’s? ¿O más bien se han convertido en una industria de la subvención? ¿Son estas mujeres meras estadísticas? ¿Porqué las queremos salvar? ¿Buscan salvación? ¿Porqué admitimos con naturalidad que se puede interrumpir la vida de un no nacido y esa misma mujer no puede hacer de la sexualidad y el afecto un comercio?
En España el PSOE persigue la abolición de la prostitución, con la misma eficacia seguramente que aquel decreto de la dictadura de Primo de Rivera que abolía la lucha de clases. Las mujeres y los hombres que se dedican a este comercio dicen que la ley les dejará en manos de las mafias. Porque se verán recluidas en sus casas. Algunas ya planean su traslado a países como Suiza donde esta actividad está regulada, protegida por la ley y sujeta a una serie de obligaciones y derechos. La historia de Ángela es reveladora, pero además tiene una fibra humana de una profunda emoción. Es una historia de superación de la adversidad por caminos por los que nadie quiere transitar. Merece la pena ser escuchada. Sobre todo porque en este debate, las únicas que no han hablado son las mujeres que ejercen este trabajo.