Palabra de árbol. Antología poética (1976-2020) Francisco Javier Irazoki. Editorial Hiperión
Francisco Javier Irazoki es de Lesaka, cosecha del 1954. Y ahora publica, en su casa de siempre, en Hiperión, una antología poética a la que ha llamado Palabra de árbol, que reúne textos escritos entre 1976 y 2020. Es por tanto una antología provisional, ya que el autor sigue escribiendo, y en alguna entrevista reciente reconoce que tiene más proyectos por delante que futuro. Está en ese momento de la vida en el que la mente se ensancha y el tiempo entra en un cuello de botella. Le hemos llamado aquí el poeta excarcelado, no porque haya pasado por alguna prisión sino porque en su literatura las evita: «la poesía sabe huir de las cárceles llamadas verso, métrica, vocabulario restringido. No la percibo atada al arte. Llega a la forma de vivir. Aunque desconociera los libros, mi padre era un hombre grande lleno de poesía. Para mí, la poesía es una manera de ser persona».
Desde la nota inicial de esta Antología poética, Irazoki advierte que no es poeta arrepentido, que no ha quemado versos, que no reniega de nada de lo escrito publicado: «asumo todas las páginas que he escrito. He puesto en cada una de ellas mi pequeña o no tan pequeña verdad personal». El tiempo ha decantado sus preferencias por unos o por otros. En la nota se marca también el momento, los años noventa, en que la poesía deja el verso para hacerse prosa. En Palabra de árbol están representados los nueve poemarios de Irazoki y también el inacabado Música incinerada.
Palabra de árbol se abre con habitación 306, que es un poema fundacional, no solo porque está escrito con 22 años sino porque está vinculado a un suceso que marca la vida de Irazoki: la muerte de su hermana Nica, con 25 años. «…estoy inmóvil, no entiendo cómo no han prohibido morir a los 25 años y han dejado al hombre mudo ante el eco impenetrable de los días, con el fondo de la vida atafagándole las sienes, examinando boca abajo su certificado de irrealidad, inerme, extendiendo torpemente los brazos tras un reguero de ausencias..» Irazoki, ante su hermana muerta, promete, se promete, llevar a término un proyecto vital que desarrolla la alegría, la capacidad de su hermana Nica de maravillarse de lo cotidiano, de ver el milagro en el vaso de agua.
Y esa es la corriente gruesa de la obra de Irazoki: está formada por la sensibilidad, por la libertad, por la bondad, la ausencia de crueldad, el rechazo de las banderas, la apertura a la diferencia. La poesía de Irazoki es un abrazo, con profudidad. Como en La casa de mi padre, que es una respuesta a aquel poema de Gabriel Aresti, expresión nacionalista. Irazoki escribe: «defenderé la casa de mi padre contra la pureza y sus banderas ensangrentadas. Para defenderla, regalaré cada una de sus piedras, ventanas y puertas. Las recibirán quienes no piensan como yo». Irazoki es el poeta que admite, rotundo, en el poema siguiente Cien palabras gemelas: «el triunfo es no haber herido». Como si fuera un juramento hipocrático de la poesía.
Es también el poeta de la gratitud, el que busca la belleza y la celebra. Leemos en Última belleza, uno de los últimos poemas de la antología: «esta belleza ha sido construida con las treguas del dolor. La he tejido con los huesos de la música. Con unas linternas mentales que ya rastrean mi invisibilidad futura. Con la respiración de los clavos de la escasez. Con un bisturí que nos abre y deja caer nuestra soledad hecha añicos de gratitud. Me refugio en una belleza sostenida con el palo y el susurro. La protejo con los muros de mis ojos. Con el esqueleto del júbilo. Con los hilos rotos de una mortaja».
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