Jirafas en el zoológico de Atlanta. Álvaro Carbonell. Premio Valencia Nova. Instituto Alfonso el Magnánimo. Poesía Hiperion
De Jirafas en el zoológico de Atlanta podemos decir, en una aproximación a los hechos, que ha sido ganadora del Premio Valencia Nova a poesía joven en castellano. Su autor es Álvaro Carbonell, nacido en Albatera, en la comarca de la Vega Baja del Segura, tierra del poeta Miguel Hernández. Carbonell nació en 1990, y asegura en alguna entrevista que está todavía buscando su estilo. Lo cierto es que hay en sus poemas un destello de lo cotidiano, un buscar la belleza en los pasillos del Mercadona o en los laberintos del Ikea, o en las asociaciones delirantes del LSD.
En los versos reunidos en Jirafas en el zoológico de Atlanta (título tomado del último de los poemas) hay ecos de Miguel Hernández, de Szymborska, de Joseph Brodsky y también de Pessoa, en cualquiera de sus versiones heterónimas.
Una forma de mirar, de nombrar, de buscar los resquicios de lo cotidiano la luz, el amor, sobre todo el amor. Después de un día de paracetamol y mucha agua, llega la noche con su oscuridad, que nos nublqa la vista, «nos vuelve seres indefensos. Buscamos formas, entonces, de continuar nuestra peregrinación luminosa. El sueño es un after donde encontrar aún el amor» Y si el poeta va al Ikea, a buscar una cama más amplia, mide el mundo de sus sueños como el espacio en el que quepa «la mínima posibilidad de ti».
Evoca en otro poema el Gran Hermano de las cámaras que vigilan las calles, y sus grabaciones que «conservan durante unas horas-hasta que su propio mecanismo lo anule como suceso que nada importa-la tragedia del amor que se despide». O pasea por los lineales del Mercadona, contemplando a los hombres y mujeres perdidos, con la certeza de ser uno de ellos.
Hay una constante evocación de los recuerdos, del tiempo pasado en las escuelas de la Logse, donde «nos enseñaron además la música, el arte, y la gimnasia, lo que es un pájaro en pleno vuelo. Nos dijeron-y mentían. que para el amor se nace ya enseñado». Y un reducir el espacio a la geografía del cuerpo, como en Nacionalismos, que termina con un «saber que un cuerpo que se extingue también es una patria».
Una Comida familiar le sirve para nombrar las cosas para darles existencia y naturaleza. Lo que no se nombra no existe, afirma Steiner en la cita que sirve de prólogo. Y el poeta se sienta en la palabra silla, hasta terminar con la comida, cuando hacer sonar la palabra cuchara contra la palabra plato: «pienso en el silencio de las cosas sin nombre».
O busca escuchar el estruendo del árbol que cae en mitad del bosque en el que no estamos: «infinita demolición silenciosa», buscando la belleza de lo que sucede sin que nosotros lo contemplemos. Como en Desguace Lorente S.L., en el que imagina las vidas que se vivieron en el montón de coches muertos, convertidos en montones de metal.
Pero hay otros versos donde la mirada es más elevada, menos enredada en lo cotidiano. Y vuela alto. Por ejemplo en Límites: «Yo sé el mar. No sabe el pez la tierra salvo su difunta escama. Yo sé el mar y sé también la tierra. Sabe el pájaro, además, el aire. Pero el pez sabe el mar mejor de lo que yo sé el mar y lo mismo el pájaro con el aire, del que no sé nada». La realidad es un límite, rejas de lo real, lo llama, tras de las cuales, el poeta se siente como un animal descuidado.
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