Hay películas que no se explican, se sienten. Köln 75, dirigida con una sensibilidad extraña y obsesiva por el israelí Ido Fluk, es una de esas. No se parece a nada. Y al mismo tiempo, parece hablarte de todo. Del arte. Del miedo. Del genio. De estar roto por dentro y sonar como si fueras Dios tocando el piano.

Fluk se mete en el pellejo —o más bien, en el alma— de Keith Jarrett, en los días que preceden al célebre Concierto de Colonia. Ya saben, esa grabación que ocurrió de milagro, a medianoche, con un piano desafinado y un tipo agotado, con la espalda hecha polvo y ganas de irse a dormir en vez de tocar. Y sin embargo, tocó. Y lo que salió de ahí es una catedral sonora. Un trance. Un misterio.
El pianista y sus demonios
Lo que hace Fluk no es una biografía al uso, gracias a Dios. No hay aquí recreaciones baratas, ni la colección de tópicos del genio atormentado. Hay algo más raro, más íntimo. La película es casi muda por momentos. Se agarra a los gestos, a los silencios, a la tensión de un cuerpo que no quiere estar en ese escenario pero termina entregándose. Ben Whishaw, que interpreta a Jarrett, no imita: se disuelve. Está frágil, esquivo, incómodo en su piel, como lo estaba el verdadero Keith. Y cuando toca (o cuando lo dobla ese sonido inalcanzable), el mundo se detiene.
Jazz, pero sin postalitas
Si usted es aficionado al jazz —de verdad, no de esos que lo ponen de fondo en el salón para parecer interesantes—, esta película le va a doler bien. Porque Köln 75 no es un homenaje. Es un interrogatorio. ¿Qué significa improvisar cuando todo a tu alrededor se desmorona? ¿Cómo se crea belleza en el caos? ¿Quién paga el precio del talento?
Hay momentos en los que uno piensa que esto no es cine, es una jam session filmada. La cámara baila, se esconde, vuelve. A veces parece que la película no sabe a dónde va. Como el jazz. Pero cuando todo encaja —cuando el concierto comienza, cuando ese piano cascado empieza a sonar como un canto cósmico—, entiendes que esto no era un desvío, sino el camino.
Conclusión (porque alguna hay que poner)
Köln 75 no le va a gustar a todo el mundo. Es lenta, es atmosférica, es… intensa. Pero si te dejas arrastrar, si entras en el estado mental que propone, puede que salgas del cine distinto. Como si hubieras oído algo sagrado. Como si, por un rato, entendieras por qué ese loco llamado Jarrett se sentó a tocar aunque todo estuviera mal. Y creó lo más cercano a un milagro que el jazz ha conocido.
Así que sí, vayan a verla. O no. Pero si van, escuchen. No con las orejas. Con la piel. Con el alma, si aún les queda algo de eso.