En Irán llegó el momento en el que las mujeres han perdido el miedo a vivir sin pedir perdón por ser mujer. Han decidido ser dueñas de su vida, de su identidad. No lo hacen solas: parte del país están con ellas. Hombres y mujeres marchan y batallan porque son conscientes que al quitarse el hiyab y quemarlo no es solo un gesto simbólico, sino una rebelión que exige un cambio social y político que puede ser la oportunidad de que cambie el régimen totalitario de la república islámica.
Cada mujer que sale a la calle con la cabeza descubierta, cada hiyab que se quema es una puerta que se abre a la democracia, al reconocimiento de los derechos humanos y a la igualdad. Cada una de estas mujeres, cada una de las que ha roto los barrotes de la cárcel moral y el control político de los islamistas son una esperanza para Irán, pero también los que vivimos en la democracia occidental, en la Europa del multiculturalismo nos deberíamos sentir interpelados.
¿Pero qué ha hecho hasta ahora Europa y su alianza con la política del hiyab y las activistas hijabistas?
El hiyab es el hiyab, el que está en Irán como el que está en Molenbek, Salt, Fuenlabrada o Birmingham, diferentes colores y medidas, pero un único fin: marca a las mujeres como propiedad de la comunidad islámica, identifica las mujeres que se rigen antes por los principios islámicos por encima de cualquier ley y democracia.
Esa misma opresión y control que ha arrebatado la vida de millones de mujeres en el mundo, esa misma amenaza está presente en nuestros barrios que hoy están dominados por el islamismo. Igual que en Irán, en nuestros barrios son miles de jóvenes mujeres que han perdido sus vidas, sus sueños, son miles de mujeres encarceladas en el hiyab y el control moral del islamismo. Porque qué vida pueden tener las niñas que no son libres ni de soñar su propio futuro, qué vida es cuando tienes que crecer aprendiendo a pedir perdón por ser mujer, por el largo de tu pelo, tu figura femenina o por el tono de voz, si aquí con nosotros también hay niñas y mujeres silenciadas muertas en vida.
Hoy son muchos los que a través de las redes sociales hacen Twitts solidarios con las mujeres de Irán, denuncian el retroceso de la situación de la mujer en Afganistán. Pero ante esa misma violencia, ante esa misma amenaza en nuestros barrios, hay un silencio cómplice, una alianza política con las fuerzas islamistas que dominan nuestros barrios, que nadie es lo suficientemente responsable y valiente para alzar la voz igual que hoy hacen las mujeres en Irán.
Quizás porque reaccionar en Europa contra el islamismo supone poner en cuestión las bases ideológicas, evidenciar el fracaso del multiculturalismo y los festivales de la diversidad y quizás provoque un debate más profundo sobre qué futuro social cultural se está gestando en cada país europeo.