La coquetería occidental salvará al mundo

Me permito parafrasear al gran Dostoievski para sentenciar mi profecía. Al tiempo; sólo hace falta un poco de tiempo y de paciencia para callar cuando es debido y denunciar cuando corresponda todas las injusticias, no sólo las convenidas para meter miedo al lector, que es lo último que un servidor querría.

Ahora bien, la denuncia, si conviven en la realidad con otros seres libres y no sólo en las redes, debe ser respetuosa para no despertar la reactividad y autodefensa del denunciado; hecho que alargaría aún más la segura consecución de la libertad para todas las mujeres que viven atrapadas en jaulas de tela. Sí,  a esto me refiero.

Recuerden; primero las causas. Si partimos del desaire, de la ofensa o del desprecio, las defensas se volverán inexpugnables, pues nada hay peor que la ira para enfrentarse a un enemigo ancestral, arrinconado en el concepto de ‘tradición’ malentendida e inculcada desde casi dos milenios. Además, la ofensiva irracional es el típico error de populistas principiantes, reactivos y revolucionarios con prisas que, luego, correrán a parapetarse detrás de muros humanos. Por eso y, como siempre, hay que observar una vía imprevista y razonable que al atento observador no se le habrá escapado: la belleza, la belleza de la que habla el escritor ruso para salvar al mundo y que yo he reconvertido en la coquetería inherente, maravillosa, de la mujer occidental, libre de ataduras y velos que salvará a su hermana oriental.

La globalización de ciertas libertades, no han pasado en absoluto desapercibidas entre las féminas más pudientes de las mitificadas mil y una noches arábigas; de hecho, van vestidas igual que nuestras mozas pero bajo siete velos, o tapando su vestimenta occidental bajo un finísimo vestido de lino. Si vivieran en Granada podrían comprobar las distintas formas en que la musulmana va sofisticando el tradicional velo, hasta convertirlo en un aderezo que a mí, particularmente, me encanta y también podrían comprobar que ya hay marroquíes que pasan directamente de ponérselo. Bajen, bajen y vean.

Si se vuelven observantes, no de rigores sino de detalles, comprobarán enseguida que la belleza se pega, que la hermosura se propaga, en contra de lo afirmado por el refrán, y también comprenderán que la vía persuasiva de la coquetería terminará por imponerse, por pura mímesis, entre las nietas o bisnietas de los actuales moros.

A través de este sencillo y pacífico método irán cayendo -también en Irán, por supuesto, y en Arabia o Afganistán- todos los velos, los trapos, las rejas, las cadenas. Porque no hay muro de piedra o de seda que no acabe derruido por el ímpetu y el deseo de libertad del corazón, sobre todo si ese corazón es femenino y quiere ir de Armani de mercadillo o en chanclas playeras por la calle. Porque es la mujer de tronío quien ensalza cualquier trapo, y no al revés.

De paso, y para aligerar de velos el tiempo del sufrimiento de las mujeres más ocultas en sus casas, no estaría de más que los ladinos y malnacidos gobernantes, estrategas y diablos humanos no derrocaran a unas bestias para colocar a otras peores, ya amaestradas por los nuevos señores de la guerra, para seguir dejando a su paso Estados fallidos y esquilmar a esos países de riqueza y libertad. De esto, todos somos un poco responsables, aunque no tengamos voto en las artimañas geoestratégicas de los actuales imperios.

Demos tiempo y “todo lo oculto saldrá a la vista”, dice Jesús. Es decir, que se destapará la belleza, que acontecerá ‘el destape’ que nosotros ocultamos por violencia, por intereses o por indiferencia, por ‘tradición’ entendida a conveniencia y no revisada con el presente…por tantas razones como hombres que se han creído y se creen superiores para decidir qué debe ponerse o hacer una mujer.

Aquí, en nuestra España, en un momento que se les escapó a los historiadores y a los machos con cinto, fueron cayendo los velos, los lutos vitalicios, las mantillas de aparente recato, cuando alguien decidió que era maravilloso mostrar su cabellera y otra la secundó; y ahora, salvo excepciones  vocacionales, de protocolo vaticano o de nostalgias tridentinas, la mujer en Occidente hace, con razón, lo que le viene en gana; y además vuelve millonarios a los peluqueros, por lo menos mi madre que, aún a rastras, no falta a una cita de precepto para el tinte y las mechas, porque al oncólogo hay que ir con los pelos “como Dios manda, no como los llevas tú”, me dice todavía a mi edad y aunque yo no tenga ni una “cana de sufrimiento” como, creo, dice una copla.

Mientras recuerdo la copla y hasta que llegue ese día, esos meses, esos años paulatinos, esas decisiones vitales, deberíamos preguntarnos, como viejos héroes imperiales que no despreciaron la raza de ultramar en su momento, qué podemos hacer hoy, ahora, en el nuestro por estas mujeres cuando llegan a nuestras playas. Preguntarnos qué mirada encuentran en nosotros, si es de desprecio o ni tan siquiera hay mirada. Si es de desdén o es la tradicional, la judeocristiana y pacífica de “socorrer a la viuda y al desvalido” o el revolucionario, por innovador, “…tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme…” ¿O es que el español ha olvidado también que su natural acogida proviene de una tradición oriental, la de la bella caridad de Cristo, y que por nuestras venas también corren sangres morunas? ¿No nos estaremos haciendo racistas a estas alturas, y menos en semana de Pasión? Válgame Dios.

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