Las ferias provienen de “una larga tradición que se remonta a las ferias medievales”, se lee en la ficha de solicitud. A petición de Francia y Bélgica, la institución de la ONU elogió tanto “un estilo de vida viajero” como una tradición que reúne a “miles de personas”. Atracciones coloridas, galerías de tiro y olor a algodón de azúcar, el mundo ferial se suma este miércoles a la lista de grandes tradiciones incluidas en el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, a raíz de una petición franco-belga. La UNESCO reconoce “un estilo de vida viajero” rico en tradiciones y ferias unificadoras.
Nos han ganado los franceses y los belgas. Una vez más. Esta iniciativa debería haber partido del sur mediterráneo, de españoles o de italianos, de la vieja tradición ferial. Pero han sido los francófonos los que han prestigiado la vida del feriante. En nuestra cultura solo unos pocos escritores, Juan Eduardo Cirlot el más entusiasta (Ferias y atracciones) se han fijado en el universo simbólico y la cultura particular de esta forma de vida. Antes lo había hecho el surrealismo francés, que Cirlot descubre en su primer viaje a Paris. En ese mundo surgen las hechiceras, las aastrólogas, las videntes, las lecturas de la mano, el faquir profético, las clarividentes de feria en las que «hay una relación entre el deseo de aniquilar el tiempo» que Cirlot señala como origen de la búsqueda del inconsciente de la diversión en las ferias y, «la búsqueda del conocimiento futuro». En esta incertidumbre a la que tanto teme el hombre y de la que pretende salvarse, «la adivinación es lo único que puede consolarle y ratificarle en su intuición, los numerosos momentos de desanimo».
La cultura ferial “es un elemento unificador para miles de personas y la feria es un evento importante que permite reunirse con familiares y amigos. Promueve la paz y la cohesión social al crear un espacio donde diversos grupos y comunidades pueden reunirse”, reconoce el organismo de evaluación de la UNESCO.
El expediente, organizado conjuntamente por Francia y Bélgica, fue presentado con motivo de la 19ª sesión del Comité intergubernamental para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, reunido en Asunción, Paraguay. “Significa mucho para mi comunidad en Francia y Bélgica”, afirma Steve Severyns, secretario general de la asociación La Défense des forains Belges, que forma parte del grupo que trabajó para la solicitud de registro.
Lo que sigue es un extracto del expediente de solicitud: «Todo este trabajo (…) realmente nos permitió profundizar en la historia y la evolución del modo de vida de los feriantes, sus particularidades y la dimensión cultural de la tradición», subraya, anunciando la creación de un «grupo internacional de monitoreo” para coordinar futuras iniciativas de salvaguardia. «La comunidad ferial reúne a todas las generaciones de las familias que la componen, es decir, 50.000 personas en Francia y 7.000 en Bélgica», así como «temporalmente, instaladores y ayudantes estacionales», según se indica en el expediente de solicitud.
Las ferias y sus atracciones viajan de ciudad en ciudad según un calendario determinado, de febrero a noviembre. Provienen de “una larga tradición que se remonta a las ferias medievales”, mientras que “la forma actual se desarrolló a finales del siglo XIX”. Hay “puestos de comida (dulces, tiendas de patatas fritas), juegos de habilidad y azar, así como atracciones tradicionales y modernas (carruseles, norias, montañas rusas)”, según esta fuente.
Émile Zola describe así una típica “ducasse” en un capítulo de su novela Germinal de 1885. Clásicos de las atracciones, como atracciones, coches chocadores o algodón de azúcar, aparecen en numerosas películas. París cuenta con un Museo de Artes Feriales, que rinde homenaje a esta cultura popular.
