La curación del mundo. Fernando Beltrán. Poesía Hiperion
En La jerarquía del ángel, el primer poema de La curación del mundo, las primeras palabras definen un vacío absoluto: «A la naturaleza le da igual que mueras o no mueras». Ahí está la certeza sobre la que gira este libro profundo, bello, conmovedor, rilkeano. Uno camina hacia la muerte como en el remolino de un río y «el manzano puntual, la flor en flor, el río en río, la montaña en su ser, el verde en verde», siguen indiferentes perseverando en su ser. Y el ángel al lado de la cama del moribundo. Radical. «Todo tiene sentido cuando todo se pierde. Cuando ya nada es tuyo, pero aún es contigo».
La salvación por las palabras
De La curación del mundo, dice su editor Miguel Munárriz, que es “un libro castigado, astillado, roto, y un cuerpo sin embargo salvado por las palabras, las metáforas, los guantes de plástico, los charcos aún…”. Es el libro de la curación por las palabras. Ese ángel que aparece «de pronto, emboscado en la fe de no sé muy bien de qué, apareció allá en el fondo del sendero, la edad, la fiebre peregrina con su mochila a espaldas frente al muro de mi boca vendada». Ese ángel que te ha dado la mano «inesperada», pronuncia tres palabras, en francés, «fluidité, danseur, amants», y «en sólo tres palabras, la curación del mundo».
Cuenta Munárriz que el libro le llegó en medio de la pandemia, y vio pronto que representaba un testimonio poético de alguien que ha vivido la enfermedad, es decir, una palabra que no es un reflejo realista de la pandemia. Algo que habría sido poéticamente ineficaz. En La curación del mundo está la infancia y sus mitos, como en Alpe d’Huez, donde el autor reconoce al niño que «quería ser de mayor el rey de la montaña, atravesar las nubes, alcanzar la gloria. Pedalear más fuerte». Al mundo le da lo mismo que te vayas, pero eso no quiere decir que la vida no tenga un sentido, y buscar ese sentido es el afán de los versos de Beltrán, que siente la muerte como una intemperie en la que «muero de solo. Apretando los puños, agarrado a los hierros de la cama, puerto arriba». Como en la enfermedad.
No aparece el COVID, si la Malaria, en un poema en el que se convoca a Vallejo, a Kipling, «escribo aprisa desde un abismo al lado de la muerte o de la vida, o a una distancia corta de ambas, dos mitades que completan el círculo infinito de la nada y el todo, un mismo ser, no sé ya dónde estoy. Estupor y clamor». El poeta sabe que nada será como antes, que las cosas no serán la misma cosa, «no habrá piel, habrá carne jugándose la vida». Hay poemas en los que se habla de los últimos deseos, del perdón, del Cantábrico y sus mareas («este puñado de agua es para tí») y terminan en el Puente de los franceses, el recuerdo del tren que trajo al poeta a Madrid, el ancla de la infancia: «los charcos de un niño son mucho más que un charco. Duran siempre. Jamás secan del todo». Con ese enlace indeleble con la infancia termina uno de los libros de poesía más relevantes de este 2021.
El autor
Fernando Beltrán nació en el Oviedo de 1956. Es autor de los poemarios Aquelarre en Madrid, Ojos de agua, El gallo de Bagdad, Amor ciego, Bar adentro, La Semana Fantástica, El corazón no muere, Mujeres encontradas, Sólo el que ama está solo, Los días y Hotel Vivir. Reunida en Donde nadie me llama (Hiperión), su obra ha sido traducida parcialmente a más de veinte idiomas, y de forma completa al francés. Sus artículos y ensayos en prosa han sido editados por la Universidad de Valladolid bajo el título La vida en ello. Profesor en varias instituciones académicas, creador del estudio creativo El Nombre de las Cosas y fundador del Aula de las Metáforas, su obra ha sido galardonada, entre otros, con el Premio Asturias de las Letras y el premio Foro Europeo. La curación del mundo (Hiperión) tiene una imagen de cubierta realizada por Pep Carrió. @nombrarlascosas
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